LA GLOBALIZACIÓN: Internet en casa. Fin del cap. VII
4. ADICTO AL SEXO
A partir de mi fracaso con Jorge renuncié a seguir, unas veces esperando y otras buscando, a la desesperada, la persona adecuada con quien unirme para compartir la vida. Por lo ya comentado, decidí no gastar más energías en un camino estéril donde la gran mayoría de colegas huía del compromiso. Acepté, de esta manera, la realidad que se me imponía, no por obligatoria, pero sí por ser la conducta que llevaban a la práctica la mayoría de colegas; al menos la generalidad de aquellas personas que yo conocía de los ambientes gay. Conducta, por otro lado, que no difería, en nada, de la que se daba en el resto del país en dichos círculos. De ello me ponían al tanto algunos amigos que se desplazaban los fines de semana a otras regiones de España: unas veces para conocer gente nueva y otras para ocultar su realidad homosexualidad de la vista de conocidos.
Degusté así, a partir de entonces, de esa barra libre que supone la gratuidad del sexo entre varones y la disponibilidad física que mostramos los hombres, en todo momento, para la actividad sexual. Eso sí, siempre, en la espera que el sexo me llevase al amor como me decían mis colegas, y no al contrario como yo lo había pretendido hasta entonces. Luego constaté por la misma práctica que se trataba de una premisa errónea, porque difícilmente nos puede llevar lo carnal a lo espiritual, lo normal es que lo carnal te conduzca a explorar más y más en su mismo terreno. Hay estudios que así lo avalan al haber puesto de manifiesto que el sexo es tan adictivo o más que la droga más potente: esto por las sustancias químicas que se liberan en nuestro cuerpo en el transcurso de un encuentro sexual. Entre esas sustancias se hallan la dopamina, la serotonina, la oxitocina y la noradrenalina. Si a esto añadimos que el hombre fue diseñado para vivir en compañía, llegamos a la combinación perfecta para que, huyendo del compromiso e intentando paliar la soledad, se busquen compulsivamente encuentros sexuales casi a la desesperada. Los estudios deben ser ciertos porque así lo experimente yo, en mi misma persona, al poco tiempo de tomar esta opción.
Una vez que me introduje en ese camino, los primeros encuentros sexuales no fueron tanto para descargar mi pulsión sexual, cuanto, para compensar, a través del placer, la angustia que me producía, por un lado, el hecho de sentirme solo y, por otro, la frustración que experimentaba en las tensas relaciones laborales que vivía a diario. Si esta búsqueda de sexo tuvo de fondo esos dos acicates en un primer momento, luego con la práctica, no puedo ocultarlo, vino la lujuria: deseo que se despertó con un apetito tan insaciable, que me sorprendió a mí mismo por su poder adictivo e impulso irrefrenable.
Con ese apetito voraz terminé, en poco tiempo, como muchos otros colegas, con adicción al sexo. Esto a pesar de que ya por entonces era consciente, debido a que siempre he usado la introspección como método de autoconocimiento, de lo esclavo que me estaba volviendo a los contactos sexuales. De tal modo me atrapó aquella práctica que fuera de la jornada laboral, quitando algunos ratos que dedicaba al deporte, la búsqueda de sexo, so pretexto de encontrar una relación estable, se convirtió en una forma de vida o, en lo que es aún peor, en una servidumbre de la que no podía sustraerme. Así pasé de tener encuentros esporádicos sexuales, a estar largas horas frente al ordenador buscando, casi a la desesperada, cualquier colega que estuviese libre y dispuesto para mantener un affaire sexual.
Ahora, al poner por escrito este largo periodo de mi vida, he tomado consciencia (aunque la vida no tiene marcha atrás en ningún caso) que de haber dedicado todas esas horas que pasé frente al ordenador, en lugar de buscar relaciones sexuales, a cultivar mi intelecto, en este momento no dispondría en mi apartamento de espacio suficiente para ocuparlo con libros. A tal grado de dependencia me llevó la práctica sexual, que cualquier otra actividad quedaba disminuida y dominada por la misma: así sucedía que, en vacaciones, apenas si disfrutaba del paisaje natural o arquitectónico del entorno, lo mismo que pasaba con la oferta cultural del lugar elegido. Es más, por lo general, las vacaciones las programaba buscando sitios que propiciasen encuentros sexuales: de este modo, mi mirada se dirigía antes a los monumentos andantes que encontraba por la calle, que a aquellas obras artísticas que idearan los ancestros de estos con su poder de abstracción. No sólo las vacaciones, la vida misma quedaba dominada a cualquier hora del día, obsesivamente, por saciar el deseo morboso que suscitaba mi mirada al contemplar la anatomía de otros varones. De este modo solía suceder, siempre que la ocasión lo propiciase, que de la contemplación concupiscente pasaba inmediatamente a la acción. Escudriñaba de entre los rostros de los hombres, quienes me miraban con deseo carnal y quienes, con sus gestos y movimientos, me invitaban a un escarceo sexual improvisado. El deseo era tan irrefrenable que fui descubriendo que todo rincón era propicio para tal menester: no importaba el lugar siempre y cuando este escapase de la vista de terceros.
Este modus vivendi fue el que me atrapó durante nueve años, el mismo con el que se identificaban y vivían a diario muchos colegas; especialmente los que no tenían pareja estable; es decir la gran mayoría. Al transformarse en una forma de vida todo giraba en torno a esta actividad sexual; ya fuese el modo de vestir, las conversaciones, las salidas con los amigos, el tiempo de ocio, etc. En definitiva, un mundo que me esclavizó y me quitó tiempo para crecer y madurar en otras direcciones que llenasen mi vacío existencial: el vacío que experimenta todo hombre cuando desconoce qué y quién da sentido a su vida y existencia. El hombre fue hecho y concebido para amar, y es solamente, aunque parezca contradictorio, vaciándose de sí; es decir entregando su vida generosamente, como puede llenar su vacío y desterrar sus insatisfacciones. No podemos, por lo mismo, concebir a Jesucristo, segunda persona de la trinidad, único Dios verdadero, sino entregándose por entero. Y es este Cristo el que nos pone de manifiesto, por medio su palabra y de su ejemplo (dando la vida hasta la muerte), en qué consiste el amor. Por tanto, dedicar toda una vida a saciar los deseos y apetitos de la carne, en una búsqueda incesante de uno mismo, es desperdiciarla de antemano.
Hay un pensamiento que coincide con lo que acabo de expresar que puso de manifiesto uno de los intelectuales más prolijos de todos los tiempos, me refiero al filósofo, físico, matemático y científico Blaise Pascal: “En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús”, de tal modo que, si deseamos conocer y profundizar en este Dios que puede dar respuesta a nuestra búsqueda interior y llenar nuestra ansia de Ser (de plenitud), debemos acudir, como Francisco de Asís, a los Evangelios. Poco más necesitó él, quitando la oración, para encontrar las respuestas: llenar su alma del amor que penetra la Palabra de Dios para que ese mismo amor fluyera a todos los hermanos con las que entraba en contacto.
En esta etapa de mi vida, en la búsqueda continua por calmar la ausencia de Dios en mí a través de las relaciones sexuales, había relegado a Dios y a su Iglesia a poco menos que un salvavidas en tiempo de crisis; no era Dios precisamente el que ordenaba mi vida, sino que era yo el que le ordenaba a Él, al creador del universo, a cubrir mis necesidades perentorias: en este momento de mi vida, particularmente, a que me otorgase una salida a mi lastimosa situación laboral. Fue a causa de ese vacío de Dios, por lo que esa búsqueda, continua, de placer inmediato y fugaz, no acababa de saciar las demás esferas de mi persona, y mucho menos la ausencia de amor que seguía presente al poco rato de que acababan cada uno de esos encuentros sexuales. De esta manera buscaba atrapar mi verdadera identidad, mi identidad oprimida, en el espejo de otros varones, a través de las relaciones sexuales; y esto sin darme cuenta que yo ya estaba completo en mí, solo que lastimado en mi autopercepción y estima. Sólo hacía falta que alguna circunstancia especial, o alguna persona me abriese los ojos y me pusiese en el camino correcto de nuevo. Y el que mejor podía hacer esa tarea era Dios que lo conoce todo; especialmente, el motivo por el cual llegué hasta esta esa situación.
En cualquier caso, no funcionó como cepo los diversos contactos sexuales que mantuve, para que surgiera el amor en uno de dichos encuentros y, de ahí, la relación de pareja, según me habían hecho creer los colegas. De tal modo que, siendo éste el pensamiento de la gran mayoría, tal búsqueda se eleva al infinito, por infructuosa, en contactos múltiples en un mundo que hunde sus raíces, por lo general, sin entrar en un análisis más profundo, en la autocontemplación a través de otros varones del Yo oculto, en mi caso se podría decir el Yo aplastado por el entorno. Últimamente, también, empiezan a sumar los casos por la curiosidad de probar en un terreno resbaladizo que, al presente, por esnobismo y por ignorancia, se ha convertido en moda sugerente.
5. EL AMOR CRISTIANO, CONCEPTO
Para el cristiano la palabra amor encierra un concepto desinteresado en la entrega, de donación. El amor, por tanto, no es un juego de intereses: te amo por tu buena imagen, por lo que puedas aportarme o porque suplas mis carencias y necesidades afectivas y físicas; de ser así ¿qué decisión tomo con respecto a la persona que un día cae en descrédito? ¿o con aquella a la que ya he sacado, para mi provecho, todo lo que yo deseaba de ella? Igualmente se podría decir de aquel compañero o compañera que, por circunstancias de la vida deja de seducirme físicamente ¿lo suelto como a un juguete usado? parece que últimamente hasta los animales gozan de mayor consideración. Eso no es amor, para el cristianismo no hay cosa más alejada del amor que el individuo esté centrado sobre sí mismo. El amor es donación, salida del yo; aceptación de lo que no se puede cambiar; encuentro, acogida; es trascender lo puramente carnal; es poner a Dios, al prójimo y a la familia por delante de mis satisfacciones e intereses; es tomar la cruz de Cristo (cargar y asumir nuestras propias miserias, limitaciones, responsabilidades y pecados, para permutarlos en amor, esperanza y vida para otros), porque el camino de la huida y del Yo (del Yo en primer lugar), es el camino que engendra todas las guerras y todos los fracasos. El amor se da, no se exige, porque la retribución está en función de la libertad del otro, como también en su modo de razonar y de juzgar; los cual no dependen de mí. El amor es, además, otorgar paz; consolar; sanar las heridas; es levantar un proyecto en bien de la humanidad, de la familia o de una persona disminuida y necesitada; es sembrar la simiente de la Palabra para que Jesucristo con su amor pueda reinar en el corazón de todo hombre. El amor es aceptar las contrariedades y las tribulaciones, dos hándicaps del devenir inherentes al ser humano; el amor es saber esperar; es otorgar confianza, credibilidad; es contar con la opinión del otro; el amor es saber que las personas no son de mi propiedad y no tengo, por consiguiente, que retenerlos contra su voluntad; el amor es no dejar caer a la persona cuando esta se esté hundiendo; el amor es corregir al que yerra, es aceptar el paso del tiempo y la decadencia en mí y en los otros, el amor es…
Amor es el que se nos describe en esta oración atribuida a San Francisco de Asís:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
que donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo unión,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo luz,
y donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh Maestro, que no busque yo tanto ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender, ser amado como amar.
Porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, y muriendo se resucita a la vida eterna. Amen.
El amor de Jesucristo, modelo para toda la humanidad, va aún mucho más allá; es amor oblativo: es Dios que se inmola a sí mismo, no por masoquismo sino por amor; ya que ese es el primer atributo de Dios y debería ser el primer principio de cada hombre, pues para eso fuimos creado; para amar y, amando, otorgar paz, gozo, alegría, verdad y vida a todos, especialmente a los más vulnerables. El amor es aniquilar el ego para zanjar las discordias, restablecer confianza y ejercer la fraternidad compartida. Es negarse a uno mismo, (palabra escandalosa para el mundo y la psicología de hoy) para entrar en la voluntad de Dios. Pero esta negación de uno mismo, no tiene sentido si no es anteriormente aceptada por la persona como cierta, buena y liberadora, ya que Dios no secuestra voluntades: no se trata, por tanto, de soltar las lacras del mundo para cargar con la losa de Dios, sino que es creer por fe, y aceptar, que Dios desea lo mejor para mí como cualquier padre que se precie; pero con un matiz facultativo que lo diferencia del amor humano de un padre; y es que Dios, por ser mi creador y por ser Dios, conoce a la perfección todo aquello que me conviene sin error. De esa negación del ego, de la inmolación de Cristo en la cruz, nació la vida: la resurrección de Cristo para la vida Eterna y, con ella, nos abrió la puerta, a todos, para participar de su misma resurrección; y no solo eso, sino para capacitarnos también, por medio del Espíritu Santo, a todos los bautizados a llevar acabo aquello de lo que seríamos incapaces con nuestro solo esfuerzo. Con su Gracia Santificante, por medio del Espíritu Santo y de los sacramentos, Jesucristo nos rescata, por tanto, de las servidumbres o esclavitudes con que nos someten las pasiones e instintos cuando los dejamos actuar a su antojo. Jesús lo describe con una parábola que no deja lugar a duda: “Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Juan 12, 24-25). Morir es el principio de la vida (poniendo otro ejemplo en el mundo de la materia, el esperma y el óvulo tienen que morir a su individualidad para engendrar una nueva vida que no se acabe en sí misma) y, por eso mismo, hemos de aceptar este reto con alegría, sabiendo que en la renuncia −por amor− a mi ego, encontramos a Dios y al prójimo, para renacer contradictoriamente sin apegos (libres de ataduras) al mundo, a las pasiones, a las personas y a las cosas. Jesús nos lo hace saber con estas palabras (Mt 11, 28): «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Por el contrario, el yugo que te impone el mundo, tus propias pasiones e instintos, lo comprobé en primera persona, llegaron al punto de no poder cargar con ellos. Los hijos que engendró fueron la insatisfacción, la depresión y la ansiedad.
El adoctrinamiento por parte de los poderes públicos en favor del hedonismo como fin y meta de la humanidad, también ha llegado a calar en los matrimonios en los últimos tiempos, con lo cual se está sustituyendo, a pasos agigantados, su sentido de renuncia (de Amor), del nosotros y de fuente para la regeneración de la humanidad, por un modelo que incentiva, por encima de cualquier otra cosa, la supremacía de los sentidos y la satisfacción personal. Lejos ha quedado entonces el modelo tradicional basado en la revelación divina, de formar una sola carne; es decir, en la entrega gratuita de uno mismo en el otro y en los hijos. Este modelo mundano (sin Dios), que por sus resultados hemos visto que se agota rápidamente en sí mismo, no tiene nada que ver con la estabilidad y el sentido de arraigo y pertenencia que para cualquier menor ofrecía antes la familia. Y no es que yo quiera desdeñar la satisfacción sensual, pero esta vendrá, como una consecuencia de la misma entrega y donación, de ambos cónyuges, no como un fin buscado en sí mismo; además es la que al final, mayor placer y satisfacción personal deja.
En línea con el hedonismo −no con el amor oblativo− por la influencia de la cultura, me situé yo, tratando de buscar una vía de escape que me alejara, por momentos, de mi vacío existencial, a través de múltiples y diversos contactos sexuales después de mi fracaso con Jorge Antonio. Esta adicción al sexo me conduciría, no solo a mí, sino a otros muchos, a traspasar ciertos límites, los cuales jamás pensé que franquearía cuando opté, por primera vez, a llevar a la práctica mi atracción por las personas de mi mismo sexo. Pues bien, exceptuando orgías, sado, prostitución, sexo con menores y otras prácticas sexuales, igualmente degradantes que me propusieron y que no viene al caso airearse, todo lo demás lo llevé a cabo; algunas veces sin demasiados escrúpulos, en cualquier lugar que se prestara para la ocasión: así de esclavizado me vi por la lujuria en la que me iba adentrando poco a poco, unas veces de la mano de algún amigo y otras de la curiosidad por experimentar algo nuevo. Esto sucedió porque, como ya he dado a entender, estaba errando en el objetivo: la nada y el vacío que experimentaba a diario en mi vida, se daban en mi espíritu y en mi psiquis, de tal modo que ninguna persona puede sosegar su espíritu atendiendo a satisfacer los apetitos de la carne; máxime si estos no entran en el plan de Dios como pude comprobar, tiempo después, por una revelación que tuve de la cual daré detalles más adelante. Solo existe un medio de encontrar la paz, que consiste en armonizar nuestras vidas conforme a nuestra naturaleza y al propósito de aquel que nos la otorgó cuando aún no éramos nada por puro amor: (Jeremía 1, 5) “Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré…”.
Esta marcha, hacia ningún sitio, la emprendí aproximadamente hacia el dos mil cuatro, cuando tenía poco más de cuarenta años, tras dar por concluida mi relación con Jorge Antonio. De esta guisa anduve después, por nueve años más, a la búsqueda de contactos sexuales vía internet y en salidas de fin de semana por locales gais. En el camino hice amistades, aunque todas ellas superficiales e inconsistentes, como superficial era, en gran medida, todo lo que envolvía esa forma de vida monotemática. Con algunos la amistad era para salir de marcha; con otros, aparte de amistad, mantuve también relaciones sexuales que, en la mayoría de las ocasiones, no se prolongaban más allá de tres o cuatro meses. Había otro tipo de contactos que se limitaban a un simple desahogo puntual, el cual daba por concluido con un adiós y hasta la próxima; aunque en el fondo sabía que era un adiós y hasta siempre.
Si he sido demasiado descriptivo lo hago con el propósito de que tomemos conciencia, de hasta qué grado somos dominados por nuestras pasiones cuando, sin tener conocimiento de ello, nos dejamos arrastrar por consignas modernistas de personas que, hablando por boca de ganso, ni siquiera, se han adentrado en este terreno y, por lo mismo, desconocen las secuelas que se derivan de las prácticas sexuales compulsivas, tanto por la dependencia y la frustración que generan como por las enfermedades de trasmisión sexual a las que uno se expone. Las estadísticas están ahí y no mienten; cualquiera puede hacer un sondeo en la web para contrastar que lo que digo es cierto. Yo mismo conozco a amigos fallecidos por contraer alguna de esas enfermedades o como consecuencia de ellas.
https://www.20minutos.es/noticia/3669647/0/enfermedades-sexuales-suben
https://www.lifesitenews.com/news/sex-diseases-surge-to-record-high-in-u.s
https://www.oei.es/historico/divulgacioncientifica/?Dr-Pedro-Herranz-Pinto-El-sexo
6. EN LA WEB COMO EN LA CALLE NO FALTAN LOS DEMENTES
En la búsqueda de contactos en la web me encontré de todo, tampoco es de extrañar de una ventana abierta al mundo, especialmente de ésta, que propicia el anonimato. Así, en la inconsistencia de una amistad a distancia, en ocasiones hasta sin rostro porque la webcam llegó después, vine a dar con personas que me utilizaron a sabiendas de ser conscientes de lo que hacían. Hubo un individuo que me sedujo con hermosos poemas, sólo en el propósito de dar celos a su pareja. Esté sujeto fue uno más de aquellos con los que mantuve un cierto vínculo, que estaban relacionados con la psicología; pero al contrario de los dos anteriores que eran estudiantes, este tenía ya su licenciatura y ejercía como tal. Pues bien, este pobre hombre, porque en realidad debía ser muy pobre (cuando menos de principios) utilizó todos sus conocimientos en psicología para que su pareja, bastante más joven que él, no lo abandonase haciéndole creer, para darle celos, que yo trataba de conquistar su corazón de hojalata y no al contrario. Es más, anteriormente de echar a reñir a su pareja conmigo, el susodicho psicológico (al que le hubiese venido muy bien citarle el adagio: “médico cúrate a ti mismo”) nunca me puso al corriente de que estuviese enamorado de un joven con el que tenía relaciones. Tan poco escrúpulo tuvo, que me vilipendio en público, en el mismo chat generalista que entrabamos a diario, acusándome delante de otros colegas y de su pareja, al cual invitó a unirse en una ocasión, de que le acosaba porque me había enamorado de él y otras muchas sartas de mentiras y sandeces para encandilar a su mancebo. No obstante, no fue esto lo que más me ofendió, sino que mantuviese el engaño durante largos meses, enviándome por email poesías seductoras.
Si bien el modo de proceder con engaños, siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad a causa de diferentes temores, entre otros este mismo de perder el afecto de otra persona (a la cual se aferran algunos como único salvavidas); el que viniese de alguien con cultura, a la que además se le supone ciertos principios de acorde a sus estudios humanísticos, detecta la degeneración a la que el ser humano está llegando, a través de la cultura del utilitarismo, en la que la persona no tiene valor en sí misma, sino en función de la utilidad o beneficios que pueda aportarle a aquella que predomine en la relación.
De lo comentado se deriva, que occidente se mantiene en pie porque aún quedan personas que bebieron de las fuentes del cristianismo y que, por lo mismo, siguen rechazando formar parte de esa jungla humana de utilizar a los demás como un objeto de usar y tirar sin sentimientos. De otro lado, igualmente, porque, hasta ahora (cada vez queda menos tiempo), ha subsistido un cierto humanismo derivado del mismo cristianismo (de facto se sirve de sus mismos conceptos y términos) en muchos estamentos sociales, pero que como deriva cae en grandes contradicciones porque su máxima el individualismo, prima sobre el nosotros o el conjunto de la sociedad. Por poner un ejemplo: no se puede defender la vida de embriones animales o las semillas de las plantas y, al mismo tiempo, sacar de esa defensa, a las criaturas de tu misma especie. La anorexia mata, sin embargo, es ciega. Esto es lo que está pasando en Europa occidental por haber renunciado a nutrirse de sus propias raíces; de las raíces del cristianismo.
Y para aseverar lo anterior solamente he de mirar en mí mismo, ya que, a pesar de haber cometido muchos errores, he de reconocer y declarar que, de no haberme acompañado la figura de Jesucristo durante toda mi vida, con todo lo que arrastraba a mis espaldas debido al acoso, más algunas deslealtades insospechadas que llegaron después, habría perdido toda esperanza y, por lo mismo, hubiese dejado un montón de víctimas tras de mí; si no físicamente sí, al menos, psíquicamente. ¡Gracias Señor por estar ahí apuntalándome, cuando otros consciente o inconscientemente trataban de derribarme!
Después de este último zarpazo del psicólogo internauta −cuando ya había sobrepasado la cuarentena− me sentía vivo porque aún podía pensar, pero muerto porque mi vida se limitaba a ejercitar las funciones primarias de comer, trabajar, dormir y… Y de este modo fui navegando como un autómata todavía por un tiempo más.
El que reflexiona y, sobre todo, el que hace autocrítica puede cambiar, de esta manera yo sustituiría el principio descartiano «pienso luego existo», por este otro «pienso luego puedo ejercer mi libertad». Si no te lo crees mira al Mesías, que aun en la cruz pudo otorgar esperanza, paz y perdón a los que estaban a su alrededor y, por extensión, a toda la humanidad, sin dejarse llevar por el dolor y por los instintos de ira y venganza, que es lo que se espera de alguien al que se le ha condenado injustamente. Por este pensamiento libre, de construir y no derribar, de amar y no excluir, conocedor de su ser y de su misión, Jesús liberó al ladrón su pasado; a su madre y al discípulo amado les otorgó una filiación y un asidero de consuelo mutuo que se extendería, posteriormente, al resto de la humanidad; y para sus verdugos −los que le dieron muerte− implora el perdón del Padre, porque entiende que ese delito es lo suficientemente grave como para que el Padre Eterno no lo tuviese en consideración.
Concluida esta breve disertación, que muestra un ejemplo claro de lo que ya se había tratado en el epígrafe anterior, terminaré describiendo lo que dio de sí el resto de mi etapa de internauta. Después del terapeuta sin escrúpulos hizo acto de aparición otro espécimen (un alma en pena), que superó al anterior en lo retorcido de su mente: la estrategia de este, para seducir y para darse un desahogo sexual vía internet, consistía en provocar lastima simulando enfermedades ficticias, para suscitar de este modo, en sus interlocutores, sentimientos de compasión. Conmigo llegó a fingir que tenía un cáncer terminal con tal de que no lo eliminase de la lista de mis contactos. Pero no quedó ahí la trampa, sino que enredó la madeja de tal manera, en sus elucubraciones maquiavélicas, que llegó al extremo de simular su propia muerte haciéndose pasar, después, por su hermana.
Por mis convicciones cristianas me dispuse a acompañarle a bien morir, unas veces mediante llamadas telefónicas y otras por chat al más grande de todos los farsantes y comediantes con los que había departido hasta ese momento. Puede parecer ridículo o irónico, pero más ridículo me sentí yo cuando descubrí su trampa.
Luego de este demente, llegó un charlatán, en el año dos mil once, imbuido de filosofías orientales. Este señor, como pude comprobar en su día, era buen conocedor de las teorías hinduistas, pero su vida no era, para nada, conforme a sus soflamas. El que ha estado toda subida de un modo u otro en contacto con el mensaje de Jesucristo sabe distinguir, por lo general, lo que es pura retórica de lo que conforma un modo de vida a causa de unas creencias en Jesús. En cuanto a este personaje, ya en su mismo discurso, delataba que todo en él empezaba como terminaba, en pura fanfarria.
Como mi amigo no alcanzó el nirvana que esperaba, con las filosofías orientales, acudió luego a la parapsicología como medio de encontrarse a sí mismo y de paso, con los conocimientos adquiridos, ejercer de maestro y guía de ciego que conduce a otro ciego. En su empeño por mostrarme los conocimientos adquiridos en sus clases de fin de semana, me hizo un test de personalidad cuya conclusión final, nada tenía que ver con mi propio autoconocimiento. Por la experiencia vivida a lo largo del tiempo, pienso que el mejor psicólogo o parapsicólogo que podemos tener es a nosotros mismos, a través de una buena dosis de introspección y autocrítica. Y ello porque tanto el alma como el cuerpo llevan inscritos, en sí, un instinto de supervivencia y regeneración capaz de detectar sus puntos flojos: el problema viene cuando nos acomodamos a llevar encima el olor de nuestra propia miseria espiritual y corporal; el olor anticipado, aunque sea a cuentagotas, de nuestra muerte, en un intento por eludir el sufrimiento, el desprendimiento y el desgarro que, en principio, produce todo cambio y regeneración.
Estando precisamente en la casa del aspirante a sanador de traumas fue donde supe que, mi difunto y anterior amigo seguía vivo y coleando. El mundillo de los homosexuales es parecido al de los artistas en cuanto que, tarde o temprano, todos terminan conociéndose entre sí: si no todos en persona si al menos por referencias de otros colegas. Esto era así antes, ahora que el número de homosexuales va in crescendo, es posible que esta realidad sea más infrecuente. De este modo conocí, por este último contacto, que mi amigo el difunto era un gran trolero (por decir algo suave) pues pocos días antes había mantenido con él una conversación telefónica y, por tanto, no podía llevar muerto más de un año; el tiempo que había transcurrido desde que dejé de comunicarme con la suplantada hermana del fiambre. Finalmente, el parapsicólogo, para que comprobase que su información era veraz, puesto que no daba crédito a sus palabras, lo llamó por teléfono en mi presencia desde su casa.
Como ya comenté la psiquis tiene unos resortes que te están indicando, aunque sea a ráfagas débiles, que algo no anda bien o no cuadra y que debes de afrontarlo; fue así, por algunas incongruencias que mostró en el transcurso de las conversaciones, como mi intuición me estaba indicando que aquella enfermedad terminal no parecía del todo verosímil. Sin embargo, yo preferí engañarme, antes de indagar en el asunto, con tal de adoptar la postura que, en aquel momento, era más cómoda para mí: pensar que había alguien que por fin me amaba, una persona a la que yo había encontrado en una situación crítica, a la cual, por lo mismo, no podía abandonar consumiéndose en un cáncer incurable.

Me ha parecido muy interesante tu testimonio, nuestro camino es similar, de hecho el budismo y el cristianismo no son tan diferentes como parecen. Eso si, las lesbianas no tenemos tanto sexo ni que quisieramos! 🙂
Pues si son muy diferentes, aunque haya mucha gente poco informada; tanto, que el cristianismo parte de la misma Revelación de Dios al hombre, de tal modo que es Dios el que llama a Abran, le hace padre de una gran promesa, establece una alianza con Abran y siempre es un camino de arriba a bajo, de Dios siempre es la iniciativa y Abran es el hombre fiel que cree en Dios, un Dios muy diferente al del budismo, un Dios creador de todo cuanto existe, un Dios personal y único, que no se confunde con la naturaleza ni con el hombre, no es un Dios panteísta, si no un Dios del que los humanos somos imagen, por decisión suya, pero no la misma cosa integrada en un todo como en el budismo. El budismo por el contrario que el cristianismo, va de abajo arriba, es la búsqueda por parte del hombre de lo trascendental, de lo espiritual atreves de si mismo y partiendo de el, algo imposible porque algo limitado y finito, como es el hombre nunca puede aspirar a alcanzar lo infinito por mucho que se lo proponga, el hombre en esa búsqueda de lo infinito se pierde y se equivoca, porque no es espíritu puro aunque el lo pretenda, siempre estará limitado por el cuerpo, y no siendo un espíritu puro tampoco puede manejar el mundo espiritual que pretende porque no es su terreno. Es como si la ballena porque respira oxigeno como los humanos pretendiese vivir en la tierra. Mas información https://www.youtube.com/watch?v=dWiHdBGkYRc