5. DIOS SE MANIFIESTA Y ME DA A CONOCER SU MIRADA
Por aquellos días acaeció, que, escudriñando en Facebook de unos contactos a otros, fui a dar con el perfil de un presbítero que colgaba en su página meditaciones sobre la palabra de Dios. En la lectura de sus reflexiones había algo que captó poderosamente mi atención. Aquellas palabras con las que él anunciaba el mensaje de Dios resonaron en mi interior con un matiz diferente a las que solía escuchar de otros sacerdotes en sus homilías, más en línea con cuestiones sociales y posicionamientos personales o ideológicos, que, con la catequesis, la conversión, la oración y la renuncia. Con esa percepción le pedí que me agregase a sus contactos, a lo que accedió gustosamente. Cuando me puse a departir con él, por medio del chat que ofrecía la página, de nuevo me sorprendió por su sencillez en el trato; no parecía hablar como sacerdote ni como pastor, tampoco como padrecito, consejero u hombre de mundo. No hablaba desde ninguna de esas estructuras mentales que en ocasiones adoptamos las personas para diferenciarnos del resto de congéneres en razón de los estudios, la economía o el estatus social. Esta persona, en palabras del Papa francisco, sería uno de aquellos pastores (al menos eso me pareció en principio) que huelen a oveja; no en una impostura de chabacanería derivada de un cierto complejo de inferioridad a causa del celibato o del desprestigio que sufre ahora la Iglesia. Fue este el motivo, por su espontaneidad en el trato, y la escucha atenta de aquel que no lo sabe todo, el motivo por el cual seguí hablando posteriormente con él. Aquel diálogo franco, le llevó, unos meses después, a ponerme al corriente de sus problemas y de la tarea que desempeñaba en su ministerio: me comunicó que era exorcista. Yo, por mi parte, también le abrí mi corazón y le conté el proceso de sanación que Dios estaba llevando conmigo.
Como estamos en la aldea global a causa de internet, días antes de conocer a este presbítero, había leído algunos textos de páginas católicas en la web, que versaban sobre el demonio e influencias satánicas; los cuales me pusieron en guardia sobre esta cuestión. Como ya comenté en capítulos anteriores, años atrás había flirteado, esporádicamente, con prácticas esotéricas exponiéndome a dichas influencias sin yo saberlo: me refiero, en concreto, a mi paso por Cuba donde me sometí voluntariamente a un ritual de santería; además de haber acudido, ocasionalmente, a la adivinación y a la magia con la güija y el tarot. A la güija me acerqué solamente en una ocasión, pero bastó aquella experiencia para que, en lo sucesivo, no volviese a tocarla por los acontecimientos extraños que se dieron antes y después. Uno de los dos hechos insólitos que ocurrieron tuvo lugar sobre las dos de la madrugada, después de dar por finalizada la sesión. De tal modo que, no bien despedimos al supuesto espíritu (hay quien opina que son los mismos demonios y no las almas de los difuntos los que allí se hacen presentes) cuando simultáneamente alguien desde la calle, al otro lado de la ventana de madera, dio unos toques sobre la mismas y, con acento foráneo, nos pidió que lo dejásemos pasar dentro de la casa porque se encontraba mal. Aquella voz quebrada, que se retiró enseguida sin poner resistencia, al oír decir a mi amiga que los niños estaban ya acostados y podían despertarse (de cualquier manera, los espíritus no necesitan ventanas abiertas para penetrar) nos dejó a todos los allí reunidos perplejos, especialmente por la coincidencia en el tiempo entre un hecho y el otro (milésimas de segundos), aunque también por lo intempestivo de la hora en la que todo el mundo estaba ya de recogida en casa.
Suceso aparte, a lo que iba… aproveché la amistad con el sacerdote para preguntarle, debido a su ministerio de exorcista, si mi dificultad para salir del estilo de vida que había llevado, con anterioridad, vendría condicionado de alguna manera por el hecho de haber recurrido en determinadas etapas de mi vida a la adivinación y la brujería. Había un motivo para que le hiciese aquella pregunta, ya que después de entregarme a Dios para vivir apartado de las prácticas homosexuales, aún prevalecía en mí un impulso, casi irrefrenable, que me llevaba a buscar encuentros sexuales, como ya lo hiciese anteriormente, aunque ahora mucho más distanciados en el tiempo.
Poco después entendí que varios eran los motivos que te pueden obnubilar la mente, para que seas atraído irresistiblemente a la servidumbre con la cual terminas encadenándote a cualquier tipo de adicción. La más importante de todas, como ya explicara en capítulos anteriores, se debía a la estructura o conexiones neuronales que se crean en el cerebro después de adquirir un hábito de conducta. Dichas conexiones se volverían a activar en el cerebro, reflejamente, frente a los mismos estímulos que las ponían en marcha en la etapa anterior al compromiso adquirido con Dios, buscando también, como antes, la salida más rápida y cómoda, por aprendida y conocida, para escapar de la realidad mediante una compensación gratificante a las adversidades y a la misma soledad.
Así andaba, apesadumbrado, por esta marcha atrás que, de tarde en tarde, se me imponía dejando mi voluntad de rodillas a los pies de un deseo tan indomable como la erupción de un volcán, cuando recibí un correo del sacerdote exorcista que a continuación transcribo, literalmente.
Hola amigo: No me gusta la cultura de la excusa permanente, pero reconozco que a veces es imposible no hacerlo. Bueno, en parte la tardanza en la respuesta también obedece a que estaba esperando ratificar por tercera vez que Dios me confirmara, lo siguiente: Estaba orando por ti y de pronto Dios trajo a mi mente el relato de hechos 10, 9-17: Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar. Era casi el mediodía. Tuvo hambre y quiso algo de comer. Mientras se lo preparaban, le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto y algo parecido a una gran sábana que, suspendida por las cuatro puntas, descendía hacia la tierra. En ella había toda clase de cuadrúpedos, como también reptiles y aves. -Levántate, Pedro; mata y come -le dijo una voz. -¡De ninguna manera, Señor! -replicó Pedro-. Jamás he comido nada impuro o inmundo. Por segunda vez le insistió la voz: -Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto sucedió tres veces, y en seguida la sábana fue recogida al cielo. Pedro no atinaba a explicarse cuál podría ser el significado de la visión. Mientras tanto, los hombres enviados por Cornelio, que estaban preguntando por la casa de Simón, se presentaron a la puerta.
Apreciado hermano. Es evidente que Dios me estaba diciendo, que al orar por la condición sexual y liberación de un hombre, de alguna manera, le estaba tildando de impuro. Dejé así el asunto y pedí a Dios que posteriormente sea confirmado si esto venía de Él o era simplemente producto de mi alma. Sucedió una segunda vez y entonces le pedí a Dios que me explicara qué quería decirme y también dejé así. Una vez más en oración Dios puso este texto en mi corazón para orar por ti y yo dije, le dije, que enviara el E. Santo para guiarme porque no sabía orar como conviene y no entendía bien lo que me decía en la visión. Dejé así y pensé que era producto del cansancio o de la ansiedad de obtener el favor de Dios en ti, lo que perturbaba. Traté de olvidar el asunto hasta que tres días después leí uno de tus correos donde escribías algo y en ese momento fueron abiertos mis ojos y pude ver el corazón de quien escribía sus palabras como Dios lo hace y entendí que Él ya te hizo libre, porque sólo un corazón con una realidad específica de Dios, escribe así. Inmediatamente fui a mi oratorio y empecé a orar y a dar gracias a Dios por tu liberación. Tuve que pedir perdón por mi visión miope y corto entendimiento y aprendí una gran lección para mi ministerio. “A veces insisto en mirar la condición del pecado en el hombre y no miro su corazón…»
De rodillas ante Dios entendí que él te había llamado desde el inicio de tu vida a predicar su mensaje de amor. Esa llama nunca se extinguió y ahora quema con mayor intensidad dentro de ti. Sólo te invito a mirar a Cristo allí como Dios me enseñó a mirarte; Él ya te purificó y “nadie tiene derecho a llamarte impuro”, ni tú mismo. Creo que Dios invita a entender que “reconocerlo en ti, es reconocer la llama del clamor de su Espíritu que desesperadamente clama para que lo dejes expresarse en tu vida y afectar a otros que estoy seguro que al igual que en el texto, “están tocando a tu puerta”.
Dios te ama con amor perfecto, y es hora de continuar la segunda parte de la historia de tu vida reconociéndote libre y con tu obediencia como prueba de tu amor a Él, ganando almas para Cristo. Dios te bendiga hermano.
P. Alejandro+
Lo de resaltar la cifra “tres”, en negrita, tiene un sentido que explicaré más adelante; en el texto original del presbítero Alejandro no aparece así.
Cuando leí este correo se quebrantó mi alma, puesto que, por medio de este hombre, guiado del Espíritu Santo, puede conocer, en parte, desde mi propia realidad, el Ser y el Obrar de Dios; me explico: por medio de dicha revelación pude conocer, de primera mano, que Dios me ama (nos ama) sin mirar por el espejo retrovisor de donde venimos; y, además, desde el conocimiento pleno y la luz perfecta. Yo había apostado por Dios, para dejar los postulados del mundo cambiando de vida. Dios, por otro lado, estaba viendo mi deseo de cambio sincero (mi corazón) y mi lucha para lograr esa meta; lo que determinaba que, por esto mismo, mi pasado estuviese enterrado para Él. De este modo, por mediación de este sacerdote, fue como pude mirar al futuro con esperanza; ya que, si para Dios era más importante mi determinación de cambio que mi pasado y mis tropiezos, yo encontraría, a mí vez, en esa mirada misericordiosa el aliento necesario para no darme por vencido y seguir, con su amor y su favor, en el propósito.
Pues bien, así sucedió, después de la revelación en la que Dios mostraba su amor por mí, no desfallecí en el intento y seguí hacia delante soltando amarres, aferrándome aún más a Cristo por medio de la oración y los sacramentos. Por aquella revelación fui consciente, también, que Dios me veía sin velos, sin obstáculos, sin prejuicios y sin etiquetas, un libro inédito en el que empezar una historia nueva. La etiqueta de impuros con la cual los judíos veían a los paganos (aunque lo fuesen porque aún no habían conocido a Jesús) y que Dios apartó de la dinámica de los apóstoles, ahora, del mismo modo, lo hacía conmigo). Una mirada bien diferente a la del mundo, que me había encorsetado desde la niñez en un estereotipo y me había empujado pendiente abajo; la misma con que me seguirán viendo muchos, en el presente, a pesar de mi cambio de vida.
Este es el amor con el que de Dios nos observa, un amor que se retroalimenta, puesto que sus hijos viven para agradar al Padre y el Padre se goza por la transformación que se produce en sus hijos al entrar en obediencia por la fe. Todo, en consecuencia, sucede por el obrar de Dios en nuestras vidas y por medio de la Gracia Santificante del Espíritu Santo: sin ella difícilmente conocemos a Dios y permanecemos en su voluntad. Sin los sacramentos me hubiese sido muy difícil, actuando en solitario como yo lo hice, dejar atrás mi pasado.
Hermano… así es el Padre y así te ve a ti también: a ti que abortas, que robas, que matas, que calumnias, que te drogas o te embriagas; a ti que mientes, que te prostituyes, que cometes adulterio, que vives a costa de los demás, que no respetas a tus padres, que llevas una doble vida, que no quieres perdonar. Sí, así te ve Dios, puro desde el mismo día que decides abrirle tu corazón y reconoces ante él tus limitaciones, tu fragilidad, tu dependencia y tus pecados; desde el día que decides que sólo él debe ser el Señor que gobierne tu vida y no tus pasiones y tu criterio, como hasta ese momento. No importa lo irreconocible que tengas tu alma ante Dios, ni el peso de culpa que cargues a tus espaldas; lo único que cuenta para Jesucristo es que, arrodillado, reconozcas que nada puedes sin él y que deseas volver a sus brazos; a esa vida libre y abundante que te da, llena de amor y de esperanza, sin una fuerza mayor que te arrastre hacia donde no deseas.
Querido hermano, si de verdad deseas ser discípulo de Jesús, si crees que él es el Dios de la Verdad, de la Paz, de la Justicia y de la Vida, que se ofreció para ocupar tu puesto en una cruz y hacerte coheredero de su reino… ya sabes el camino; el camino es la obediencia, en la aceptación de tu inconsistencia y fragilidad. La obediencia es el camino del niño, que, incluso, en contra de su entendimiento y su voluntad se fía del padre: eso es fe y fe es el amor perfecto, porque la fe no siempre necesita de pruebas, favores o aclaraciones. En resumidas cuentas, como reza un proverbio cristiano: “no creo porque veo, veo porque en él creo”.
Después de leer el correo de P. Alejandro caí de rodillas en tierra y empecé a dar gracias con lágrimas en mis ojos: ¡Te doy gracias Padre Eterno por tanto amor! ¡Te doy gracias por tu hijo Jesús Resucitado y por su obra redentora! ¡Te doy gracias porque hasta este instante ningún hombre me ha mirado como tú, fuera de toda apariencia! Sí querido Papá, porque tú mirada es hacia el centro de mi corazón: ya me conocías desde el vientre de mi madre y ahora solo ves mi presente y apuestas por mi futuro más que yo mismo; porque no son mis fuerzas, sino tú amor en la eucaristía el que me alienta y me alimenta. Enséñame Jesús mío a mirar con tu misma mirada, porque desde tu pascua ya no hay ni esclavos ni libres, ni prostitutas ni vírgenes, ni maricones ni heterosexuales, ni gentiles ni judíos, ni pobres ni ricos, ni fuertes ni débiles, ni extranjeros ni autóctonos, ni gitanos ni payos, ni doctos ni analfabetos, ni blancos ni negros, ni jóvenes ni ancianos, ni hombres ni mujeres, en lucha por la supremacía de unos sobre otros. Desde entonces, mi Dios, solo hay HIJOS; hijos redimidos por ti y libres en tu amor, para vivir desde el espíritu y no desde la tiranía de las ideologías, de las etiquetas, de las diferencias, de las prerrogativas y los deseos; en definitiva, desde esta naturaleza caída que se deja arrastrar por el ego, el autoengaño, el miedo, las pasiones y el mal. Sí Padre bueno, porque «si grande es la montaña de nuestros pecados, más grande es, como dijera el Padre Ignacio Larrañaga, la cordillera de la misericordia de Dios para con nosotros».
El testimonio aportado por el padre Alejandro vino a confirmar, una vez más, como es el carácter Dios; un Dios real y presente, no una entelequia en el pensamiento del hombre para saciar sus deseos de eternidad y justicia humana. Un Dios preocupado de cada persona en particular, de su historia de frustraciones y de dolor. Conocedor, también, de sus esperanzas e ilusiones. Un Dios que da respuestas cuando el hombre se decide a vivir desde Él, atendiendo a la verdad revelada. Un Dios que habla a sus hijos de múltiples maneras, a cada uno de ellos según su idiosincrasia, su genética y su propia capacidad para entender que aquel mensaje proviene de Dios.
6. POR TRES VECES
Antes de concluir con los datos autobiográficos he de señalar otro suceso, relacionado con el tercer dígito: como ya sabes, por tres veces recibí la misma palabra del Señor: ¿de verdad quieres anular mi juicio?, para afirmar tu derecho, ¿me vas a condenar?… De igual modo fuepor tres veces, que al presbítero Alejandro, se le mostró la visión que ya tuviera el apóstol Pedro, también, por tres veces en un éxtasis. Tres fueron, por cierto, los días transcurridos desde la muerte de Jesús hasta su resurrección; tres los discípulos que contemplaron su transfiguración en el monte tabor; tres las llamadas de Samuel; por tres veces se tendió el profeta Elías sobre el hijo de la viuda, hasta que volvió a la vida; tres los días que permaneció Jonás en el vientre de un pez gigante, al igual que Jesucristo en el sepulcro; tres, como nota más sobresaliente a destacar, las personas que hay en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este preámbulo lo traigo a colación porque resulta, cuando menos curioso, que al tercer Taller de Oración y Vida que me disponía a impartir, el Señor me llevó sin yo buscarlo −puesto que me lo propusieron por mediación de una compañera−a una parroquia que equidistaba unos treinta metros, aproximadamente, de un local de ambiente gay. Lo insólito de la cercanía fue, que no se trataba de un local cualquiera, sino del mismo que yo había frecuentado durante nueve años, casi de modo ininterrumpido los fines de semana. Cuando supe que la parroquia que había aceptado el taller, después de haber sido rechazado en otras, era la misma que me dejaba a escasos metros del local gay donde entregué mi cuerpo a los apetitos de la carne, quedé impactado; pues ni siquiera había barajado esa posibilidad entre los cientos de parroquias que compone mi diócesis; y menos, aún, por su ubicación, muy alejada de mi pueblo. Para concluir decir que por tres veces negó Pedro al Señor, y tres las veces que Jesús le preguntó a Pedro ¿me amas? yo como el apóstol he de decir hoy: ¡Señor tú lo sabes todo…!
Deseo aclarar (aunque probablemente ya lo haya hecho), que los Talleres de Oración y Vida del Padre Ignacio Larrañaga, los comencé a impartir después de haber dejado la práctica homosexual y fueron de gran ayuda, también, en mi proceso de conversión y cambio, no solo en el tema de la adicción al sexo, sino para afrontar la soledad, el desamor del prójimo y otras heridas del pasado.
7. AGRADECIMIENTO, INVITACIÓN Y PETICIONES.
Gracias a la Palabra de Dios, a la esperanza que recibí y que sigo recibiendo de parte de ella, pude mantenerme al final con vida cuando estaba en la ruina total: depresivo, con ansiedad, sin apoyos, traicionado y siendo acusado, incluso, de actos en los que ni siquiera había tomado parte.
Por lo comentado, en cualquier circunstancia que estemos y sea cual sea nuestro pasado, mantenemos intactas en Cristo nuestras esperanzas de redención y liberación hasta el final. No hay delito o situación que Jesús no pueda atender, comprender, restaurar y perdonar; ni fuerza destructora dentro de ti, que no puedas vencer aceptando tu pasado y la llamada de Dios: Él sufrió en propia carne la pobreza, la emigración, la tentación, el rechazo, la soledad, la traición, el dolor, el hambre, el miedo, el abandono del Padre y el de los amigos; no hay llaga ni herida en ti, que Jesús no haya experimentado antes en su alma y en su cuerpo.
Jesucristo por amor al Padre, no solo dio su vida para rescatarte de tus situaciones de muerte espiritual y física, sino que se ha erigido, también, en defensor nuestro ante aquel que nos acusa, día y noche, frente al Padre por nuestro pasado, Satanás. Pero todos sabemos que no hay perdón sin arrepentimiento, por eso, desde estas páginas, quiero pedir perdón a todas las personas que lastimé en el transcurso de mi vida, y a aquellas que no ayudé en su necesidad.
Ahora Señor, después de desnudar mi alma, deseo dirigirme a ti en oración, ya que he llegado a hacerme lo suficientemente consciente de la gravedad de mis faltas ante tu Santidad: ahora se la importancia y las consecuencias de mi vanidad, de mi egoísmo, de mi orgullo y de mi falta de humildad.
Padre necesito, una vez más, de tu auxilio para permanecer firme, viviendo en tu amor, desde aquella humildad que reconoce y sabe que esta vasija de barro, quebradiza, que soy yo, solamente la puede arreglar y llenar su alfarero; tú mi Señor. En tu Palabra espero y confío, que la misma, hoy y siempre, se cumpla en mí y en todos los que te buscan de sincero corazón; acuérdate especialmente de mi familia y de mis amigos, y que tanto en ellos como en mí, hoy se cumpla esta palabra tuya: (Romanos 5, 17) “Si, pues, por el delito de uno, de solamente uno, la muerte implantó su reinado, con mucha mayor razón vivirán y reinarán a causa de uno solo, Jesucristo, los que han recibido con tanta abundancia el don gratuito de la amistad de Dios”. ¡Amen!
¡Dios y Señor mío! que ante mi debilidad, ante la tentación y la incertidumbre, no tome el camino de la huida como antaño, sino que, por el contrario, hinque las rodillas en el suelo y recuerde, como el pueblo que tú elegiste, los días de esclavitud en mi Egipto particular; que, en el desierto de la soledad, de las incomprensiones, de la calumnia y la persecución, piense que la meta está muy cerca y que en parte ya la poseo ¡eres tú mi Dios!; que en cada momento recuerde, como dice la Escritura, que estoy muerto con Cristo a esta vida, pero resucitado también con él a las realidades celestiales que nunca pasan, las mismas que un día quedarán al descubierto para gloria de Dios y gloria nuestra. Líbrame San Miguel Arcángel de Satanás y de mis enemigos, de sus mentiras, de sus trampas y maquinaciones. Y para terminar Padre Eterno ¡Te doy gracias porque en mi despojo me llamaste, me liberaste, me perdonaste y me distes una vida nueva llena de paz y esperanza! Ahora puedo entender que en la cruz se gana, y en la aceptación de la mía te encontré, como tú hijo Jesús encontró en la tuya la Resurrección y la gloria que ya tenía desde antes de la creación del mundo. Además, como diría el apóstol Pedro: “Señor ¿a quién iré? Si sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. ¿Quién puede prometer como tú que su plan se cumplirá y no fallará? ¿Quién me acogerá en mi desdicha? ¿Quién vendrá en mi auxilio, cuando todos me den la espalda? ¿Quién me conducirá a un mundo mejor y a vivir desde el amor y en el amor perfecto? ¿Quién me dará la palabra ecuánime y eficaz que me salve en el peligro y en la prueba? ¿Quién me otorgará, si no tú, la paz interior? ¿Quién…? Gracias Padre por esta cruz que arrastré por muchos años agriamente y acepté, después, por amor a ti con alegría: en ella me has redimido, en ella aprendí a ser más humilde; más paciente; también pude comprender mejor, en la misma, las cruces ajenas; y en ella, últimamente, pude entender que todo proviene de ti, que todo se puede en ti y que, finalmente, nosotros no podemos vivir ni salvarnos por nuestra cuenta, como tú mismo nos enseñas: (Juan 14, 6) «Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí».
A ti querido lector me dirijo, para decirte que mi única pretensión, a la hora de poner por escrito este relato autobiográfico, ha sido el dar a conocer las miserias humanas, en particular las mías propias, y al único capaz de sacarte de ellas, a Jesús, como lo hizo conmigo cuando, en lugar de abandonarme al fatalismo y a la desesperación en la que me encontraba, opté por el único amor y verdad posible que me mostraba la conciencia vendría en mi rescate. Te invito, por ello, a que dejes que su amor entre en tu corazón y en tu vida sin reticencias y sin acotamientos, porque como dijera San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». No te voy a engañar, en el camino tendrás oposición de todo tipo, pero el único que permanece para siempre y puede salvar tu vida es Dios; él no te soltará mientras tú no quieras desasirte de su mano.