Sábado de la 32a semana del Tiempo Ordinario
El Evangelio del día
Evangelio según San Lucas 18,1-8.
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'».
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
Comentario:
San Clemente de Roma
papa del año 90 a 100 aproximadamente
(Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d’Orval, 1971)
¡Señor y Maestro, escucha nuestra oración!
En la oración y la suplicación, pediremos al que ordena todo, por su bien-amado Hijo Jesucristo, que en el mundo entero conserve intacto el número de sus elegidos. Nos ha llamado, en Jesucristo, de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su gloria. Para que esperemos, Señor, en tu Nombre, fundamento de toda la creación. (…) Con tus obras has manifestado el orden eterno del mundo, Señor, Creador del universo. Tú permaneces el mismo durante todas las generaciones. Justo en tus juicios, admirable en tu fuerza y magnificencia, pleno de sabiduría cuando creas, prudente para afirmar todos los seres en la existencia. Manifiestas tu bondad hacia todas las cosas visibles, tu fidelidad a todos los que confían en ti, tu, el misericordioso y compasivo. Remites nuestras transgresiones, errores, caídas, debilidades. No tengas en cuenta los pecados de tus servidoras y servidores y purifícanos con el baño de tu verdad. Dirige nuestros pasos para que marchemos en la santidad del corazón, que hagamos lo que es bueno y agradable a tus ojos y a los ojos de nuestros gobernantes. Sí, Maestro, haz brillar tu rostro sobre nosotros, para acordarnos todo bien, en la paz. Para protegernos con tu mano poderosa, arrancarnos del mal con la fuerza de tu brazo y sustraernos al odio injusto de nuestros enemigos. Señor, danos a todos los habitantes de la tierra la concordia y la paz, cómo lo has hecho antiguamente con nuestros padres que te invocaban con piedad, en total confianza y rectitud de corazón.
