
La dignidad del hombre no depende, tanto, de sus circunstancias; como del hecho, en sí, de ser hijo de Dios.
Todos sabemos y reconocemos por propia experiencia que el trabajo dignifica a la persona, lo malo del tiempo presente, es que se confunde trabajo con empleo. Y hay una diferencia notable entre trabajar y tener un empleo con alta en la seguridad social. Ya decía la misma S. Teresa de Jesús, mujer avispada donde las haya habido, que Dios también anda entre los pucheros.
Lo que equivaldría a pensar, que, antes que el trabajo dignifique a la persona, es la persona, con su actitud ante el trabajo, la que se hace digna ante Dios y ante los hombres. Dejando, aparte, este comentario de la Santa de Ávila, he de decir, que no debemos caer en la trampa, consciente o inconsciente, que nos tiende el mundo, de pensar, que por no tener un empleo, remunerado, dejamos por ello de lado nuestra dignidad de hijos de Dios; que, al fin y a la postre, es la única que nos hace personas como tales. La mentira de la ideología dominante es de tal calibre, que, en nuestro tiempo, existen muchas amas de casa frustradas por no tener un trabajo fuera del hogar. Ya que entienden es, ésta, la única manera posible de autorrealización personal; por el poder que les otorgaría de independencia económica. Yo entiendo, tanto para mujeres como para hombres, que uno de los, primeros, elementos para la autorrealización de la persona -muy al contrario de lo que se nos está vendiendo en los últimos tiempos- es aceptar la dependencia que tenemos los seres humanos unos de otros. No hay otro ser en la creación, que dependa más de los de su especie que el ser humano, esto se puede deducir, incluso, en los primeros momentos del nacimiento ya que su cuerpo es uno de los menos adaptado al medio, tanto en esa etapa como en las sucesivas, de su azarosa, vida. El hombre sin contar con los de su especie, aislado y, especialmente, a medida que se ha ido alejando de su instinto, de la naturaleza y el mundo rural, es el que más necesita del concurso del resto de personas, para su supervivencia y para activar sus dones e inclinaciones artísticas o manuales. Los que hemos nacidos en el medio rural sabemos muy bien, que ante una crisis, una guerra, o un desastre natural, las personas que viven en los pueblos, conocen más recursos para la supervivencia que los que viven en grandes ciudades. Esta es, solo, una pequeña muestra para constatar lo dependientes que somos unos de otros y que la autorrealización no está en función del empleo o la autosuficiencia del individuo, sino más bien de su poder creativo y su actitud de servicio; para poner tus aptitudes, tus ideas, tus dones naturales al servicio de la comunidad, y no dejar que se anquilosen, sin provecho, aguardando, el día, que te llegue un empleo. A su vez, sería deseable que la sociedad se solidarizara con estas personas: sino por convicciones morales, que sea, al menos, por pura ética racional, hoy soy yo, mañana tú o, tal vez, alguien de tu familia. Para este proceder, mientras no encontremos otras fórmulas posibles de relaciones humanas y laborales; ya que es, prácticamente, imposible que el hombre renuncie al progreso y a la tecnología para sustituirlo, de nuevo, por mano de obra. Seria, muy aconsejable, que nos planteásemos seriamente, ser menos consumistas, compartir más, no tener más de un empleo, que las empresas tengan a todos sus empleados dados de alta en la seguridad social o que nadie cobre paro indebidamente. De no proceder así, se habrá acabado en breve con la sociedad del bienestar, porque si en menos de 40 años, debido a la mecanización del campo, se ha reducido, en este sector económico, a un ochenta por ciento la contratación de obreros, cuando apenas, si, se conocían los programas informáticos… ¿que sucederá de ahora en adelante, con la incorporación de tamaña herramienta de desarrollo para la tecnificación del resto de la industria? Por tanto, de todo lo dicho anteriormente, se puede inferir que la dignidad de la persona reside en su estabilidad emocional ante la adversidad y en su capacidad de buscar alternativas en momentos difíciles, porque de lo contrario estaríamos abocados a la depresión y al suicidio, un hombre indigno no es un hombre. Llegado a este punto de la reflexión, me viene a la memoria, las palabras que pronunció en la jura de su cargo en 1961, el electo presidente de EE.UU. John F. Kennedy; «Ciudadanos de América, no preguntéis qué puede hacer vuestro país por vosotros, sino qué podéis hacer vosotros por él. Mis conciudadanos del mundo, no os preguntéis lo que América puede hacer por vosotros, sino lo que todos juntos podemos hacer por la libertad».
El pensamiento único viene dado por el hecho cultural del momento. Su proceso es el siguiente: Alguien lanza una idea, con influencia mediática que cae bien (constructiva o no, da igual), para ello no es necesario que sea catedrático pude ser un zote. Si la idea o pensamiento sirve a los intereses de un lobby, grupo de presión o político; de inmediato, se pone en circulación por la cercanía o connivencia que tienen, éstos, con los poderes de facto. Y el resultado es que en pocos días, el pensamiento por el soporte en el que circula -los medios globales de comunicación- deja de ser una opinión personal para convertirse en pensamiento único, en un hecho cultural que nadie cuestiona.