Señor estamos saturados de oír hablar de amor y de misericordia, pero qué difícil me resulta amar como tú amas; sin intereses de por medio. No solamente no pongo la otra mejilla, sino que, incluso, me cuesta no devolver mal por mal. Si, Padre, que fácil me es, ser amable con aquel que es amable conmigo, ser cariñoso con el me brinda su amistad; guardar respeto a aquellos que respetan mi privacidad y mi espacio. Qué fácil, por otra parte, Señor, me resulta ejercer la misericordia con el dinero que me sobra, con la ropa que ya no me pongo, y de compartir el tiempo que igualmente me sobra. Pero qué difícil me resulta, en cambio, compartir aquello a lo que estoy apegado (sobre todo a mí mismo) que otros necesitan urgentemente ¡Y eso que el juicio del que soy examinado todos los días, también el final, sólo versa sobre el amor que he retenido; aquel que me he guardado. ¡Señor, qué difícil me resulta, no dejarme llevar por el rencor cuando me critican; qué cuesta arriba, no rechazar a quién me envidia, qué arduo no hacer el vacío al que me incomoda, que dificultoso no contestar a aquel que desea humillarme en público, qué quemazón no reaccionar con irá ante aquel que solo me busca para acusarme de los fallos y nunca pone en alza mis virtudes! ¡Cuánto de tu amor Señor, en definitiva, dejó de entregar cada día…! Por eso vengo a confesarme en público y ante ti, que lo ves todo, de que no amo, de que práctico la misericordia con cuentagotas, de que siempre perdono fuera de tiempo, de que me no me quedo callado, practicando la humildad, recogiendo en silencio como tú madre María, las espadas hirientes que laceran mi alma ante las traiciones que nos depara la insignificancia humana en los otros. ¡Cuántos años llevan hablándonos de misericordia y qué pocas veces me examino de ella cuando llega la noche! ¡Cuántas me han hablado de caridad y he hablado de la misma! y cuantas veces he ultrajando tus enseñanzas Jesús mio con críticas al prójimo y juicios temerarios.
Sin embargo, tú Señor y Dios mío, me has declarado puro, entregando tu sangre a cambio de la mía en la cruz, porque ves mis deseos sinceros de cambio. Por ello, cómo respuestas a tu inmenso amor, te suplico de rodillas, que me hagas sensible a tus palabras para ponerlas luego en práctica; que las escuché y que las acoja en mí como buena tierra arada. O mejor como lo hacia tu propia madre, guardándolas y examinándolas en el corazón, sin pasar por ellas de largo. Señor hazme fuerte como Cirineo para cargar con las cruces que los demás no quieren cargar, sus propias cruces; hazme sensible para ayudar en tiempo propicio al que lo necesita. Señor, por último, quiero pedirte que sanes mi historia de dolor, pero que me libres, ante todo de mis egoísmos, de mis miedos y de mis dudas.