No es lo mismo temor de Dios que temer a Dios. Hay muchas personas que temen a Dios, pero no tienen temor de Dios. De este modo viven un cristianismo mediocre y tibio que rehuye del compromiso, porque piensan que Dios es un tirano y les va a coartar su libertad y el disfrute de los placeres de la vida. Han malinterpretado el mensaje, concibiendo más bien a Dios como un aguafiestas, un ser despiadado, que los oprime, antes que como a un libertador que los sana y rompe las cadenas que les impiden realizar el proyecto para el que fueron concebidos. Se han quedado en el Dios del NO, no hagas esto, no hagas lo otro, etc. Sin embargo, el Dios que nos revela Jesús, es el Dios del sí: si puedes cantar, si puedes bailar (como David), si puedes gozar de tus sentidos: de una bruma suspendida en el horizonte, de un sol crepuscular sobre el océano, de una buena charla de sobremesa con la familia, de la sonrisa de un niño, de la caricia de un anciano, de la lectura de un buen libro, de la complicidad y carcajada con un amigo.
Nuestro Dios (el único que existe) no es el Dios de la negación, aquel que te lee la cartilla a cada tropiezo, sino el Dios que te da la mano para levantarte, el que te señala y alumbra el camino para que no te desvíes por la vereda que desemboca en el lodazal; el que te dice que sí, que puedes, porque no cuentas con tus solas fuerzas, sino con las suyas: Yo Soy, un Dios de poder, él único que existe, el Dios que está por encima de la enfermedad, del pecado y de la muerte. No soy un Dios teoría, soy tu hermano, tu papá, tu fortaleza (es hora de que te lo creas y no de que lo repitas como una lección aprendida de memoria, sin más), porque hoy como ayer yo cumplo mis promesas; estoy aquí para darte vida, curar tus heridas y restaurar lo que hay roto dentro de ti; para sacarte de tu ceguera espiritual, tus miedos, tus hábitos nocivos; para darte luz en la lucha con el tentador, con el seductor, con el engañador, con el padre de la mentira, con el que te dice a cada instante: no, tú no puedes; eres débil, cobarde, un fracasado, estás solo; Dios es una ficción, no hay otra vida, aquí se acaba todo; el fracaso es tu meta, y el placer tu destino y tu Dios. A lo único que puedes aspirar es a vengarte, son todos iguales: ladrones, mentirosos, lujuriosos ¿para que luchar contra corriente si solo intentan quitarte lo que es tuyo? haz tú lo mismo, la santidad es para meapilas, el mundo no tiene remedio. Y así, mentira tras mentira, el engañador, el diablo, te va debilitando, quiere que pierdas la fe, que no alcances la vida eterna, que seas como él, un fracasado. El más grande de los fracasados, porque teniéndolo todo, lo perdió todo por vanidad, por vileza, por creerse más que Dios, por rebeldía y por poder. ¡Sí, despierta! el enemigo del alma y de la vida, no quiere que salgas de tu pecado, que cantes ¡Victoria al Rey de Reyes! que tu jubilo sea gritar por las plazas ¡El Señor, el Dios de Abrahán, el Dios de Jacob y de Moisés; el Dios de Israel y de la Iglesia; es el mismo que ha cortado las cadenas que me ataban al pecado, y me esclavizaban, arrastrándome día y noche por el lodo!
El mentiroso quiere, por tanto, que sigas de rodillas ante tus miedos, tus vicios y flaquezas. Prefiere verte prisionero como él; condenado para siempre, sin salida; cercado por el fuego que no se puede atravesar.
Jesucristo, sin embargo, es la salida, El me cura, me sana; abre un horizonte donde la esperanza, la paz, el amor y la eternidad están presentes en una mesa inagotable. Miles de hombres, millones, así lo han experimentado a lo largo de la historia (muchos de ellos lo han contado). Él es, alcohol que cauteriza, pero al mismo tiempo bálsamo que regenera: estás ante el Dios de la Creación para el cual nada es imposible, el Dios que hizo caminar sobre el agua a Pedro; un Dios personal, real y resucitado. Te dice, estoy contigo y para siempre, mis noes son síes: si a la vida, al amor, a la misericordia, a la verdad, al compartir y repartir, a la libertad de anteponer el Amor a la tiranía del cuerpo y a las insidias del que busca tu perdición. No estas solo, te repite otra vez: Yo me voy al Padre pero os dejo otro Consolador, el Espíritu Santo que realizará la obra en ti, cuando tú, desde tu libertad confíes en mí y renuncies al pecado. Ahora es el momento de que pases de tener miedo a Dios, al temor de Dios, que es vislumbrar su grandeza y anonadarse ante ella, sabiendo que quien dirige el mundo es El, y no tú. Lo cual quiere decir, que Dios puede suspender en cualquier momento las leyes de la naturaleza, porque Jesús ya venció al pecado al que estaba sometida la naturaleza por entero. Y de este modo la higuera dará su fruto fuera de tiempo, el meteorito será desviado si sus hijos se lo piden y confían; el fuego, desolador, apagado por la lluvia del creador, la enfermedad no tiene la última palabra, ni la muerte. Dios así ya lo ha confirmado en la vida de multitud de personas que han decidido seguirle a lo largo de los siglos. Milagro hay todos los días, y el mayor de ellos es que sigamos vivos a pesar de nuestra incredulidad y ceguera para no ver a Dios en la creación y en la buena noticia que nos trajo Jesús y no sigue regalando con su Palabra: que estamos salvados y redimidos en Él, si renunciamos a satanás y al pecado y aceptamos, al mismo tiempo, que Jesús es el camino y la puerta de la vida, de la libertad, de la única salvación posible. Temor de Dios es saber reconocer que frente a Él, al poder infinito de Dios, su bondad y su sabiduría, somos polvo y nada.
¡Bendito sea el Dios que me Salva! ¡Gloria a su nombre Santo!