En la primera lectura y en el salmo, se nos habla de asegurar la Vida Eterna, y no la terrena, con las ganancias materiales, porque esta es la raíz de todos los males: incluso de la pérdida de la fe. Nos habla también de armonizar la piedad con la sana doctrina traída por Jesucristo. Como dice en otra parte del Evangelio: no podemos servir a Dios y al dinero. Servir al dinero es someterse en muchos casos a la inmoralidad del que te paga (bien al político que encumbras, bien al empresario privado que te contrata). Servir al dinero, por otra parte, nos recuerda la lectura, que nos acarrea grandes males ya en esta vida (lo vemos, especialmente, en la división que trae a las familias, en los negocios y a la hora de heredar), pero también nos condena para siempre, en la eternidad, a permanecer en oscuridad, lejos del Amado, según la Palabra de Dios. Por último, el Evangelio y una hermosa catequesis de S. Juan Pablo II como comentario, nos recuerda la dignidad de la mujer y su colaboración con el hombre, para la introducción y posterior evangelización del mundo. Esta lectura me traslada a mi, personalmente, a la armonía de la familia de Nazaret donde todos (Jesús, José y María, con su fe, su amor y voluntad) en estrecha unidad, alumbraron al nuevo hombre que quedaría, posteriormente, redimido por la Sangre de Cristo en la cruz, para vivir en el amor y de la Gracia. ¡Alabado sea Dios por siempre que nos da su gozosa serenidad!
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