En el evangelio de hoy vemos como María, desprendida de lo más valioso que tenía para ella, un perfume carísimo por esas fechas, lo derramar a los pies de Jesús y, como una esclava, lava y seca después con sus cabellos, los pies del Señor.
Gran ejemplo el de María para nosotros, la cual no se avergüenza ni duda, ante los demás invitados de la cena, en postrarse ante Jesús; junto aquel que anteriormente le ha había sanado su corazón quebrantado.
Así es nuestro Señor, el cambia nuestras vidas, nos habla al corazón y nos restaura cuando nos acercamos a él, y desde el momento que ese corazón seco es transfundido por la sangre derramada de Jesús, entonces empezamos a encontrar la libertad pérdida: ya uno deja de ser esclavo de su dinero o sus bienes, de sus pasiones; tampoco le importa, lo suficiente, lo que opinen los demás para actuar en la voluntad de Dios. De este modo, María da generosamente aquello que la podía hacerse destacar de otras mujeres de la época; sin embargo no se detiene, se siente agradecida y le devuelve a Jesús, mínimamente, con este gesto, la libertad y la paz que no tenía, antes de que Jesús removiera todo aquello que estaba muerto dentro de ella.
Enseñanza: si aún eres esclavo de las cosas, de las personas, de tus instintos, de tus pasiones; si la situaciones te desbordan, dile al Señor como la otra María, su madre: he aquí la esclava (o) del Señor hágase en mí según tu voluntad y a continuación ore con entrega absoluta la oración de abandono.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en tus criaturas.
No deseo nada más,
te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
del que soy capaz,
porque te amo, necesito darme; ponerme en tus manos sin limitación,
sin medida, con una confianza infinita,
porque Tú eres mi Padre. Amén