Es feliz aquel que consigue aceptar aquello que no puede cambiar, bien porque ya pasó y el tiempo nunca retrocede, o porque simplemente no depende de él, sino de la voluntad y la libertad de los otros.
Soportar es sinónimo de resistir y todo lo que se resiste se convierte en enemigo. Por el contrario aceptar es dejar que las personas, cosas o situaciones sean lo que son, cuando se acepta algo, tal y como es, alcanzamos la paz, porque dejó de pelearme contra un imposible.
Sólo puedo cambiarme a mi mismo, en ocasiones mínimamente, a no ser que intervenga la Gracia de Dios, la única que puede hacerme criatura nueva por la acción del Espíritu Santo.
Las palabras se las lleva el viento, pero el el ejemplo prolongado, es el espejo donde los otros se miran, se cuestionan, y los lleva a actuar.