No digas que crees en Dios, si no reconoces a Jesucristo como su hijo.

Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes

Jesús no nos engaña, es una característica que lo diferencia del resto de los hombres que antes o después, en algún periodo de la vida, se han servido de ella. En esto estamos advertidos sus discípulos y, por tanto, cuando los agnósticos, incrédulos o diferentes fanáticos de sectas o ideologías, tratan de aislarnos, perseguirnos o incluso matarnos, como ya ha sucedido y sigue sucediendo a causa de nuestra fe, es un riesgo que ya tenemos asumido, como también que en esos momentos como reza en otra parte del Evangelio Dios está con nosotros para sostenernos hasta alcanzar la meta de la salvación (No tengáis miedo yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo, Mateo 28, 20)
Seguir el evangelio y el resto de lecturas y los santos del día en el siguiente enlace:

https://evangeliodeldia.org/SP/gospel/2023-05-13

¿Cuál es el amor más grande?

Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros

Este es el principal mandato de Jesús en el evangelio de hoy, él cual el mismo cumplió al pie de la letra, para que tomásemos ejemplo, dando la vida por nosotros. Ese desamor hacia el prójimo se puede ver muy bien reflejado en los pecados capitales, por lo cual hoy deberíamos preguntarnos que tal si reflexionando sobre ellos pasaríamos el mandato del amor de Jesús. Estos pecados a saber son: La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Sin olvidar, por supuesto, el principal ataque hacia el amor, que es la falta de perdón y el rencor permanente.

Para más conocimiento sigue el enlace a las lecturas del día https://evangeliodeldia.org/SP/gospel

Para que vuestro gozo y el mío sea perfecto

Como dice el refrán popular, pedir peras al olmo es estar fuera de la realidad (un imposible), eso también nos puede suceder con Dios, pedimos su protección o que nos saque de los problemas sin atender a sus mandamientos o lo que es lo mismo sin renunciar al pecado. De ello nos habla el evangelio y las lecturas de hoy en el siguiente enlace: https://evangeliodeldia.org/SP/gospel

Separados de mí, nada pueden hacer

La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. Así concluye el evangelio de hoy, y como el mismos evangelio en otra parte señala, los frutos del Espíritu Santo son, a saber: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad. De tal modo que para saber si somos ese sarmiento cargado de fruto unido a la vid de Jesucristo, o ese otro seco y estéril que solo sirve para ser consumido por el fuego examinémonos hoy si los frutos anteriormente mencionados están presentes en nosotros en abundancia.

Sigue el enlace para profundizar en el evangelio y en las lecturas del día. https://evangeliodeldia.org/SP/gospel

Les dejo la paz, les doy mi paz

Está por llegar el príncipe de este mundo (ya está entre nosotros y cada vez se esconde menos, porque ha logrado cambiar el paradigma entre el bien y el mal. Vivimos en un infierno y hasta nos parece normal, él hombre es capaz de amoldarse a todo, a solo una cosa se resiste, a admitir que ha sido engañado y a salir de su zona de confort, anteriormente llamada pecado y egoísmo)

Martes de la 5a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 14,27-31a.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman !
Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»

Comentario: San Gregorio de Nisa (c. 335-395)
monje, obispo

La guarida de los leones (La Colombe et la Ténèbre, Cerf, 1992),
“Les dejo la paz, les doy mi paz. ¡No se inquieten ni teman!” (Jn 14,27)
“¡Ven conmigo del Líbano, novia mía, ven desde el Líbano! Desciende desde la cumbre del Amaná, desde las cimas del Sanir y del Hermón, desde la guarida de los leones, desde los montes de los leopardos” (Ct 4,8). Con acierto el Verbo menciona a leones y leopardos para hacer más hermoso, en comparación con cosas desagradables, el placer de lo que encanta. (…) Habiendo perdido antiguamente la semejanza con Dios, el hombre cambió haciéndose bestia salvaje a imitación de la naturaleza animal y se transformó en leopardo y león por su vida de pecado. (…) La vida en la paz deviene más encantadora después de una guerra y los momentos oscuros previos la hacen deliciosa. La salud es un bien más placentero a los sentidos de nuestro cuerpo cuando nuestra naturaleza se restablece al salir de los horrores de la enfermedad. Igualmente, el divino Esposo hace crecer en el alma que sube hacia él la intensidad y plenitud de la alegría que le dan sus bienes. No se contenta con mostrar a su Esposa su propia belleza, también le recuerda la horrible forma de bestias, para que encuentre aún más sus delicias en las bellezas presentes, comparándolas con lo que lo ha intercambiado. Quizás el Verbo también prepara providencialmente otra gracia para su Esposa. Desea que, aunque por naturaleza estemos sujetos al cambio, no nos deslicemos hacia el mal por una falta de nuestra naturaleza cambiante. Quiere que con un progreso continuo hacia la perfección, nos ayudemos con esta disposición al cambio para subir hacia los bienes superiores. De esta forma, el carácter cambiante de nuestra naturaleza no nos lleva a cambiar hacia el mal. Por eso, el Verbo, pedagogo y guardián, para alejarnos del mal, nos recuerda las bestias que un día nos han dominado, para que abandonemos el mal. Realizando nuestra estabilidad e inmovilidad en el bien, no cambiamos en mal, cambiamos siempre en bien.

El que me ama será fiel a mi palabra

Ser fiel a la Palabra de Jesucristo, es la clave para discernir si estamos delante de un verdadero discípulo y profeta de uno falso

Lunes de la 5a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 14,21-26.
Jesús dijo a sus discípulos:
«El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».
Judas -no el Iscariote- le dijo: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?».
Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»

Comentario: Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego

Himno, 52 (SC 196. Hymnes III, Cerf, 2003),
“Mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23)
Pablo escribe: “Dios que dijo: “Brille la luz en medio de las tinieblas”, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones…” (cf. 2 Cor 4,6). ¿A qué otra concepción de Dios invita, sino al Dios que habita la luz inconcebible y que nunca hasta ahora ningún hombre vio? Porque es él, supra-esencial e increado, que se hizo carne y se mostró a mí como criatura, divinizándome totalmente, asumiéndome de forma maravillosa. (…)

Los que han recibido a Dios gracias a la fe y merecieron el nombre de dioses, engendrados por el mismo Espíritu, ven al Padre que no cesa de habitar la luz inaccesible. Lo tienen en ellos mismos, en ellos habita permanentemente y ellos habitan en él, en el absolutamente inaccesible.

He aquí la fe verdadera, la obra de Dios, el sello de los cristianos, la comunión con Dios, la participación, la anticipación divina, la vida, el Reino. He aquí la vestimenta, el vestido del Señor que los bautizados revisten por la fe. No sin su conocimiento, ni inconscientemente. Te lo digo: es gracias a la fe, a sabiendas y conscientemente. (…)

Hermano mío, una vez convertido enteramente de este modo, ven y permanece con nosotros sobre la montaña del conocimiento divino, de la contemplación divina. ¡Juntos escucharemos la voz del Padre!

No se inquieten

Yo voy a prepararles un lugar Jesús con estas palabras en el Evangelio de hoy nos da a entender que no está de brazos cruzados en el Cielo, sino que, por el contrario, su tarea persiste desde lo Alto, trabajando en nuestros corazones; es decir, utilizando su Palabra, así como situaciones y personas para que nos acerquemos a Dios, tengamos una conversión verdadera y nos santifiquemos para alcanzar ese lugar que nos prepara junto a Él en el Cielo. Así que no desaprovechemos esas oportunidades que nos ofrece porque el tiempo corre en nuestra contra y no ejercemos ningún control sobre el mismo. Estemos atentos, huyamos de la dispersión para poder discernir a través de que situaciones nos habla el Señor cada día.

Viernes de la 4a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 14,1-6.
Jesús dijo a sus discípulos:
«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy».
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?».
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»

Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa

El don del Verbo encarnado, 5, Diálogos (Le dialogue, II, Téqui, 1976),
“Nadie va al Padre, sino por mí”(Jn 14,6)
[Santa Catalina escuchó decirle a Dios:] Te he dicho que del Verbo, mi Hijo Único, yo había hecho un puente y eso es la verdad. Quiero que sepan, hijos míos, que la ruta fue cortada por la desobediencia de Adán, de manera que nadie podía llegar a la vida durable. Los hombres no me rendían por ese medio la gloria debida, ya que no participaban más al bien para el que los había creado. En esas condiciones, mi Verdad no estaba completada. Mi Verdad es que he creado al hombre a mi imagen y semejanza para que posea la vida imperecedera, la comparta conmigo y guste la soberana y eterna ternura de mi Bondad. Pero, después que el pecado había cerrado el cielo y las puertas de la Misericordia, el acceso le fue cerrado de ese lado. La falta produjo las espinas y tribulaciones de múltiples contrariedades… (…) Desde que hubo pecado, fue asaltado por un torrente impetuoso que viene a batirlo con sus aguas. Tuvo que portar penas y tormentos: tormentos provenientes de él mismo, del demonio, del mundo. Todos se ahogaban en ese torrente y ninguno, con su justicia personal, podía llegar a la vida eterna. Por eso, queriendo remediar los grandes males que ustedes tenían, les he dado a mi Hijo como un puente, sobre el que pudieran pasar el río sin ahogarse. Ese río es el mar pleno de tempestades de esta vida tenebrosa. Mira entonces las obligaciones que tiene la criatura hacia mí, y qué ignorante es al querer todavía ahogarse, al no aceptar el socorro que le he dado.

La felicidad está cuando se lleva a práctica la enseñanza.

El que comparte mi pan se volvió contra mí. Esperemos que nunca nos pase esto. Porque si algo tiene la Escritura es que es válida y representa a los hombres de todas las épocas y todos los tiempos. Que nunca mi opinión se sobreponga a la Verdad Revelada.

Jueves de la 4a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 13,16-20.
Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
«Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió».

San Teodoro el Estudita (759-826)
monje en Constantinopla

Catequesis 78 (Les Grandes Catéchèses, Spiritualité Orientale 79, Bellefontaine, 2002), trad. sc©evangelizo.org
“El servidor no es más grande que su señor” (Jn 13,16)
“Recuerden las maravillas que él obró” (Sal 104,5) para nosotros en el pasado y las que cumplirá todavía. (…) Venerados hermanos, en intercambio de lo que ha hecho por nosotros, hagamos más todavía y démosle lo que le debemos. ¿Qué quiere de nosotros sino que lo temamos, lo amemos de todo nuestro corazón y toda nuestra inteligencia (cf. Mt 22,37) e imitemos su forma de vivir en la carne, tanto cómo nos es posible?

Él se hace extranjero al dejar el cielo por la tierra, para que devengamos extranjeros a los pensamientos que vienen de la voluntad propia. Obedeció a su Padre, para que ustedes también obedezcan sin hesitación (…). Se humilló hasta la muerte (cf. Flp 2,8) para que ustedes también tengan ese sentimiento, abajándose y humillándose en sus pensamientos, actos, palabras y gestos. ¿Cuál es la gloria divina y verdadera si no de estar sin gloria entre los hombres a causa de Dios? (…) Lo que es pequeño y que se desprecia, he aquí lo que ha elegido, mi Salvador y Dios, que ha revestido nuestra carne para confundir lo que es celebridad y riqueza entre los hombres (cf. 1 Cor 1,27-28).

Por eso vino al mundo en una gruta, fue acostado en un pesebre, llamado hijo de carpintero, denominado Nazareno, revestido de una pequeña túnica y de un único manto. Va a pie, pena, es lapidado por los judíos (cf. Jn 10,31), insultado detenido, crucificado, traspasado con una lanza, es puesto en el sepulcro y luego resucita. Así quiere persuadirnos, mis hermanos, de elegir delante de sus ángeles (cf. 12,8; 15,10) lo que él ha elegido, para que seamos coronados en el reino de los Cielos. En Cristo nuestro Señor, a quién pertenece la gloria y el poder con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén

¿Y todavía no me conocen?

Señor Jesús, hoy pedimos en tú Nombre y según tu promesa, que nos aumentes la fe, para así poder hacer tus mismas obras y darte mayor gloria.

El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 14,6-14.
Jesús dijo a Tomás: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: ‘Muéstranos al Padre’?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.»
Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.»

Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Iglesia « Lumen gentium » §23
Los Obispos, sucesores de los apóstoles
Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo, están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal. Deben, pues, todos los Obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, instruir a los fieles en el amor de todo el Cuerpo místico de Cristo, especialmente de los miembros pobres, de los que sufren y de los que son perseguidos por la justicia ( Mt 5,10); promover, en fin, toda actividad que sea común a toda la Iglesia, particularmente en orden a la dilatación de la fe y a la difusión de la luz de la verdad plena entre todos los hombres. El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato, imponiéndoles un oficio común, según explicó ya el papa Celestino a los Padres del Concilio de Éfeso. Por tanto, todos los Obispos, en cuanto se lo permite el desempeño de su propio oficio, están obligados a colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien particularmente le ha sido confiado el oficio excelso de propagar el nombre cristiano.

Y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre


Martes de la 4a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 10,22-30.
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno,
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente».
Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí,
pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa».
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

León XIII (1810-1903)
papa 1878-1903

Encíclica  Divinum Illud Munus del 9 de mayo 1897
«Yo y el Padre somos uno»
El misterio de la Santísima Trinidad es llamado, por los doctores de la Iglesia, la sustancia del Nuevo Testamento, es decir, el más grande de todos los misterios, la fuente y fundamento de todos los demás. Es para conocerla y contemplarla que han sido creados los ángeles en el cielo y los hombres en la tierra… Para manifestar con más claridad este misterio, Dios mismo descendió de la región de los ángeles a la de los hombres… El apóstol Pablo anuncia la Trinidad de las personas y la unidad de su naturaleza cuando escribe: «Todo lo que existe es de Él, pasa por Él y existe en ÉL ¡A Él la gloria por los siglos!» (Rm 11,36... San Agustín al comentar este pasaje, escribe: «Estas palabras no se deben entender que son dichas al azar. 'De Él', designan el Padre, 'por Él' al Hijo, 'en Él', al Espíritu Santo». Por eso la Iglesia tiene la costumbre de atribuir al Padre las obras de la Divinidad en las que resplandece el poder, al Hijo en las que resplandece la sabiduría, al Espíritu Santo en las que resplandece el amor. No que todas las perfecciones y las obras exteriores no sean comunes a las tres personas divinas: «las obras de la Trinidad son indivisibles, tal como es indivisible la esencia de la Trinidad...» (San Agustín). Pero, a través de una cierta comparación, una cierta afinidad entre estas obras y las propiedades de las Personas, las obras se atribuyen o «apropian», como se dice, más a una de las personas que a las otras dos... De esta manera, el Padre, que es «el principio de toda la divinidad» (San Agustín) es también la causa eficiente de todas las cosas, de la encarnación del Verbo, y de la santificación de las almas: «Todo lo que existe es de Él». Pero el Hijo, la Palabra de Dios y la imagen de Dios, es también la causa modelo, el arquetipo; todo lo que ha sido creado recibe de Él su forma y su belleza, el orden y la armonía. Él es para nosotros «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), el reconciliador del hombre con Dios: «todo pasa por Él». El Espíritu Santo es la causa última de toda cosa..., la bondad divina, el amor mutuo del Padre y del Hijo; con su fuerza poderosa pero suave, completa la obra escondida de la salvación eterna del hombre y la lleva a su perfección: «todo existe en Él».

El buen pastor da la vida por sus ovejas

Jesús da su vida por ti y por mí, para que nosotros recobremos la Verdadera Vida, la que perdimos por apegarnos al pecado. El mismo que, por cierto, conduce a la muerte del alma y, en ocasiones, hasta la muerte física ya que ambas realidades están intrínsecamente unidas en el ser humano.

Lunes de la 4a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 10,11-18.
Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.
El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.
Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
-como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre».

San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia

Sermón para el 2º Domingo de Pascua (Une Parole évangélique, Franciscaines, 1995),
“El buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11)
“El buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). La característica del Buen Pastor es dar su vida por sus ovejas. Es lo que hizo Cristo: “También Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas” (1Pe 2,21). Alégrate porque Cristo murió por ti. Pero lee todo “les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas”. Ejemplo de ultrajes, padecimientos, cruz y muerte. “El buen Pastor da su vida por las ovejas”… ¡Qué inmensa misericordia! Dice el Salmo: “Él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales” (Sal 33,5-6). Los apóstoles y todos los hombres apostólicos han recibido estabilidad del Hijo de Dios, para no ser como ovejas perdidas y poder mantenerse bajo el cayado del Pastor y Guardián de almas (cf. 1Pe 2,25). “Doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,15). Es la prueba del amor que Cristo tiene por su Padre y sus ovejas. Sólo después de confesar tres veces su amor, Pedro recibió la misión de apacentar las ovejas y estar pronto para morir por ella… Señor Jesús, bendito por los siglos, te pedimos que te dignes contarnos entre las ovejas llamadas a estar a tu lado.

Yo soy la puerta

4o domingo de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 10,1-10.
Jesús dijo a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz».
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.»

Comentario:
Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa

De la obediencia, 1-2, Diálogos (Le dialogue, II, Téqui, 1976)
El portero del cielo
[Santa Catalina escuchó a Dios decirle:] Nadie puede entrar en la vida eterna si no es obediente. Sin la obediencia, queda afuera. La obediencia es la llave con la que fue abierta la puerta cerrada por la desobediencia de Adán. Impulsado por mi infinita bondad, no acepté el hecho que el hombre que yo tanto amaba no volviera a mí, su fin último. Tomé la llave de la obediencia y la puse en manos del manso Verbo de amor, mi Verdad, que establecí portero del cielo. Él abre la puerta. Nadie tiene acceso sin esa llave y ese portero. Lo enseña en su Evangelio cuando dice que nadie puede ir a él si no es por mí, su Padre (cf. Jn 14,6). Cuando deja la sociedad de los hombres para retornar cerca de mí subiendo al cielo, le deja la preciosa llave de la obediencia. (…) Ya te lo había dicho, esta llave abre el cielo y la ha confiado a las manos de su vicario. El vicario la da a cada uno de ustedes en el bautismo, cuando se comprometen a renunciar al demonio, al mundo, a sus pompas y placeres. Por esta promesa de sumisión cada uno recibe la llave de la obediencia, cada uno la posee para su uso propio. Es la misma llave que la llave de mi Verbo. El hombre, para abrir con esta llave la puerta del cielo se debe dejar conducir por la luz de la fe y la mano del amor. Si no, jamás entrará, aunque mi Verbo ya haya abierto la puerta. Los he creado sin ustedes, pero no los salvaré sin ustedes. Tienen que llevar en la mano esta llave. No tienen que quedarse sentados, tienen que caminar. ¡Adelante! ¡Por el camino abierto por mi Verdad! ¡De pié!

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna

Sábado de la 3a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 6,60-69.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?».
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza?
¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?».
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Divina Revelación (Dei Verbum), § 24-26
“Tú tienes palabras de vida eterna”
La Sagrada Escritura contiene la palabra de Dios, y en cuanto inspirada es realmente palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos. (…)

El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (S. Jerónimo). Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por todas partes con aprobación o por iniciativa de los Pastores de la Iglesia. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (S. Ambrosio). (…)

Que de este modo, por la lectura y estudio de los Libros sagrados, “se difunda y brille la palabra de Dios” (2Tes 3,1); que el tesoro de la revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando los corazones de los hombres. Y como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la palabra de Dios, “que dura para siempre” (Is 40,8; 1P 1,23).

Yo lo resucitaré en el último dia

Ser plenamente conscientes de cómo y a quien recibimos en la eucaristía es allanar el camino para alcazar la Vida Eterna.

Viernes de la 3a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 6,52-59.
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

San Juan María Vianney (1786-1859)
presbítero, párroco de Ars

Sermón para la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Sermons de Saint Jean Baptiste Marie Vianney, Curé d’Ars, Ste Jeanne d’Arc, 1982),
El prodigio del amor de Dios
Mis hermanos, si consideramos todo lo que ha hecho Dios -el cielo y la tierra, el buen orden que reina en este vasto universo- todo nos anuncia una potencia infinita que ha creado todo, una sabiduría admirable que gobierna todo, una bondad suprema que provee todo con la misma facilidad que si estuviera ocupada en un solo ser. Tantos prodigios sólo pueden llenarnos de asombro y admiración.

Si hablamos del sacramento adorable de la Eucaristía, podemos decir que es la evidencia del prodigio de amor que tiene Dios por nosotros. En ella prorrumpen su poder, gracia y bondad de forma extraordinaria. Podemos afirmar que verdaderamente es el pan bajado del cielo, pan de los ángeles, que nos es dado para alimento de nuestras almas. Este pan de los fuertes nos consuela y suaviza las penas. Es el “pan de los viajeros”, mis hermanos, la llave que nos abrió el cielo.

“El que me reciba tendrá la vida eterna, el que no me reciba, morirá. El que recurra a este banquete sagrado hará nacer en él una fuente que brotará hasta la vida eterna” (cf. Jn 6,53-54), dice el Salvador.

El que coma de éste pan vivirá eternamente.

Jueves de la 3a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 6,44-51.
Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Comentario: Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)
fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad

Carta a un sacerdote, 17/02/1978
“Este pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de él no morirá”
“Tenía hambre, estaba desnudo, estaba desamparado. A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El Pan de vida y el hambriento, pero un solo amor: solamente Jesús. Su humildad es realmente maravillosa. Puedo comprender su majestuosidad, su grandeza, porque él es Dios – pero su humildad sobrepasa mi comprensión, porque Él se convirtió en Pan de vida para que incluso un niño tan pequeño como yo pudiera comerlo y vivir.Hace algunos días les estaba dando la santa comunión a nuestras hermanas en la Casa Madre, y de repente me di cuenta de que tenía a Dios entre los dedos. La grandeza de la humildad de Dios. Realmente “no hay amor más grande” – no hay amor más grande que el amor de Cristo (Juan 15,13) Estoy seguro de que a menudo vosotros experimentáis esta sensación de que tanto en vuestra predicación como entre vuestras manos, el pan se convierte en el cuerpo de Jesús y el vino en sangre de Jesús. ¡Qué grande debe ser vuestro amor por Cristo! No hay amor más grande que el amor de un sacerdote hacia Cristo, “su Señor y su Dios” (Juan 20,28).

Al que venga a mí yo no lo rechazaré

Miércoles de la 3a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 6,35-40.
Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día».

San Juan Casiano (c. 360-435)
fundador de la Abadía de Marsella

De la oración XXIV (SC 54, Conférences VIII-XVII, Cerf, 1958)
La unión de la voluntad del Padre y del Hijo
Este es el pensamiento que Nuestro Señor expresaba con su humanidad, para darnos como en otras ocasiones un modelo para imitar: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39). Sin embargo, su voluntad no era diferente a la del Padre. “Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido y dar su vida en rescate por una multitud” (cf. Mt 18,11; 20,28). De su vida dice: “Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre” (Jn 10,18). Acerca de la unión continua que reina entre el Padre y su Hijo, el santo rey David le hace decir en el salmo 39 “Aquí estoy. En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón” (Sal 40,8-9). Leemos, en relación al Padre “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Único” (Jn 3,16). En relación al Hijo, encontramos esta Palabra “Se entregó por nuestros pecados” (Gal 1,4). Se dice del Padre “No escatimó a su propio Hijo, sino que los entregó por nosotros” (Rom 8,32). Pero el Hijo se ha ofrecido porque lo ha querido (cf. Is 53,4-7). La unión de la voluntad del Padre y del Hijo es manifiesta en toda la Biblia, mismo en el misterio de la Resurrección. En ella vemos que uno y otro realizaron la misma acción. Según el bienaventurado Apóstol, el Padre resucitó el cuerpo del Hijo “Dios Padre que lo resucitó de entre los muertos” (Gal 1,1). Mas el Hijo afirma también que relevará el templo de su cuerpo “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” (Jn 2,19). Instruidos por el ejemplo del Señor, debemos terminar nuestras oraciones por un voto semejante y agregar a nuestras demandas esta palabra “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39).

El que crea y se bautice, se salvará.

San Marcos, evangelista
El Evangelio del día
Evangelio según San Marcos 16,15-20.
Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.»
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208)
obispo, teólogo y mártir

Contra las herejías, III, 1
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»
El Señor de todas las cosas ha dado a sus apóstoles el poder de proclamar el Evangelio. Y es por ellos que nosotros hemos conocido la verdad, es decir, la enseñanza del Hijo de Dios. Es a ellos a quienes el Señor ha dicho: «El que a vosotros escucha, a mí me escucha; el que os rechaza a mí me rechaza y rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16). Porque nosotros no hemos conocido el plan de nuestra salvación por otros sino por aquellos que han hecho llegar el Evangelio hasta nosotros.

Primeramente ellos predicaron este Evangelio. Después, por voluntad de Dios, nos lo transmitieron en las Escrituras para que llegue a ser «el pilar y el sostén» de nuestra fe (1Tm 3,15). No se puede decir, como lo pretenden algunos que se jactan de ser los correctores de los apóstoles, que éstos predicaron antes de alcanzar el conocimiento perfecto. En efecto, después que nuestro Señor hubo resucitado de entre los muertos y que los apóstoles fueron «revestidos con la fuerza de lo alto» (Lc 24,49) por la venida del Espíritu Santo, fueron llenos de una certeza total respecto de todo y poseyeron el conocimiento perfecto. Entonces se marcharon «hasta los confines de la tierra» (Sl 18,5; Rm 10,18) proclamando la Buena Noticia de los bienes que nos vienen de Dios y anunciando a los hombres la paz del cielo. De manera que todos por igual y cada uno en particular poseían el Evangelio de Dios.

¿Cuáles son mis motivaciones ocultas?

Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, nos dice hoy Jesús. ¿Porque entonces no creemos en el hijo de Dios e invertimos los términos?

Lunes de la 3a semana de Pascua
El Evangelio del día
*Evangelio según San Juan 6,22-29.*
Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos.
Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias.
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?».
Jesús les respondió: La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado

Comentario: Beato Enrique Suso (c. 1295-1366)
dominico

Vida, c. 54
En busca de Jesús
En cuanto a la pregunta: “¿Quién es Dios?” ninguno de los maestros que han existido no lo ha podido explicar, pues Dios está por encima de cualquier pensamiento y cualquier intelecto. Y, sin embargo, un hombre lleno de celo que busca con perseverancia algún conocimiento de Dios, lo obtiene, aunque de manera muy lejana… Es por eso que en otro tiempo algunos virtuosos maestros paganos lo han buscado, particularmente el sabio Aristóteles. Ha escrutado el curso que sigue la naturaleza…; ha buscado ardorosamente y ha encontrado. Del estudio de la naturaleza ha deducido que, necesariamente, había un único soberano, señor de todas las criaturas, y es este a quien nosotros llamamos Dios…

El ser de Dios es una sustancia de tal manera espiritual que el ojo mortal no puede contemplarla en ella misma, pero puede descubrirla en sus obras; tal como lo dice San Pablo, las criaturas son un espejo que nos reflejan a Dios (Rm 1,20). Permanezcamos ahí un instante…; mira por encima de ti y alrededor de ti, verás cuán ancho y alto es el cielo en su rápido recorrido, con qué nobleza su Señor lo ha embellecido con siete planetas, y como está adornado a través de la muchedumbre inmensa de estrellas. Cuando en verano el sol brilla radiante y sin nubes, ¡cuántos frutos y cuántos bienes hace crecer en la tierra! Cómo son bellos los prados verdes, cómo sonríen las flores, cómo el dulce canto de los pájaros resuena en el bosque y las campiñas, y todos los animales que estaban escondidos durante el invierno se apresuran a salir a fuera y se alegran; cómo también los hombres, tanto jóvenes como viejos, muestran el júbilo de este gozo que les trae tanta felicidad. Oh Dios de ternura, si eres tan sumamente amable en tus criaturas, cómo debes tu ser bello y amable en ti mismo.

¿No ardía acaso nuestro corazón en el camino?


3er domingo de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia

Homilía 23; PL 76, 1182
“No os olvidéis de la hospitalidad”
Dos discípulos hacían juntos el camino. No creían y, sin embargo, hablaban del Señor. De repente éste se les aparece, pero bajo formas que no pudieron reconocerle… Le invitan a compartir su albergue, como se hace con un viajero… Ponen, pues, la mesa a punto, presentan la comida, y Dios, a quien no habían reconocido en la explicación de la Escritura, lo reconocen en la fracción del pan. No es escuchando los preceptos de Dios que se han visto iluminados, sino cumpliéndolos: “No son los que escuchan la Ley los que serán justificados delante de Dios, sino los que ponen en práctica lo que dice la Ley” (Rm 2,13). Si alguno quiere comprender lo que ha escuchado, que se apresure a poner por obra lo que ya ha comprendido. El Señor no fue reconocido mientras hablaba; sino que se dignó manifestarse cuando le ofrecieron algo para comer.

Amemos, pues, la hospitalidad, hermanos muy amados; amemos el practicar la caridad. San Pablo, refiriéndose a ella, afirma: “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos recibieron, sin saberlo, la visita de unos ángeles (Heb 13,1; Gn 18,1s). También Pedro dice: “Ofreceos mutuamente hospitalidad, sin protestar” (1P 4,9). Y la misma Verdad nos declara: “Fui forastero y me hospedasteis”… “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, nos dirá el Señor el día del juicio, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,35.40)… Y a pesar de ello ¡somos tan perezosos ante la gracia de la hospitalidad! Pongamos atención, hermanos, en la grandeza de esta virtud. Recibamos a Cristo en nuestra mesa a fin de poder ser recibidos a su festín eterno. Demos ahora hospitalidad a Cristo presente en el extranjero para que en el juicio no seamos como extraños que no le conocemos (Lc 13,25), sino que nos reciba en su Reino como hermanos.