Uno de los principios más importantes que te ayudarán a salir de tu adicción se puede identificar con estas alegorías: quitarse la máscara, dejar el traje, arrancar de raíz, soltar por la borda, enterrar el cadáver.
Me explico: sabemos que todas las adicciones o la mayoría de ellas van ligadas en buena medida a una huida de la realidad, a un trauma, a una carencia afectiva o a una mimetización de un rol familiar.
También es conocido, que hasta los 13 o 14 años son pocas las personas que se han iniciado en el consumo de sustancias adictivas. Lo cual quiere decir, que si hasta los trece o catorce años hemos podido vivir sin ellas y enfrentar muchas contrariedades, pataletas, desencuentros y que, a su vez, hay muchas personas que siguen enfrentando los problemas (la gran mayoría), después de esa edad, sin necesidad de agarrarse a la muleta del alcohol, de las drogas, del juego, y de otras prácticas igualmente adictivas, …del mismo modo también, la persona que deja la adicción podrá afrontar los problemas y vivir la vida con las capacidades naturales que Dios le otorgó, principalmente la inteligencia, además de la familia -pilar fundamental- y los verdaderos amigos que, como todos sabemos, son contados pero que siempre están ahí para apoyarnos. Sin olvidar que la terapia en la mayoría de los casos resulta de gran ayuda, como otros apoyos para el proceso de desintoxicación, especialmente los medicamentos. De este modo pues, si hubo vida antes de ser adicto hay vida después de serlo, la misma, solo que ahora eres dueño y señor para decidir en cada momento lo que te apetece hacer.
En todo ese proceso de dejar las adicciones, por lo general, se da un autoengaño en el individuo -unas veces inconscientemente y otras solapadamente- que consiste en dejar la adicción, pero sin radicalidad; es decir, postergando la vuelta a la bebida, al tabaco, al sexo compulsivo, a la cocaína, al juego, etc., mientras intenta recuperar lo que las mismas drogas o los malos hábitos le robaron en su día: a unos la familia, a otros la salud, a otros el trabajo, a otros la libertad para dedicarse a tareas más nobles, a otros la pareja, etc.
El problema estriba, entonces, en que muchos adictos no son conscientes de que, por encima de su creencia de poder controlar su adicción -ahora que se sienten fuertes al haber recuperado su posición inicial después de un tiempo de abstinencia- está la huella que su conducta aditiva dejó en su cuerpo y en su cerebro; en el cuerpo, en todas sus células que reconocen la sustancia y no necesitan adaptarse a la misma -poco a poco- como cuando se comenzó a consumir o a «disfrutar», y en el cerebro porque aquel hábito de conducta se memorizó en sus neuronas y se activa con la asociación de situaciones y circunstancias medioambientales que acompañaban a la conducta aditiva, por ejemplo: un olor, un sonido, un problema, un relax, una amistad, unas imágenes, un recuerdo, un conflicto, un lugar, etc., etc.
¿Cómo prepararse, pues, para no recaer en la adicción con la trampa del autoengaño diciéndose reiteradamente a uno mí mismo: hasta que esté mejor, hasta que recupere mi trabajo, a mi familia, a mis amistades, etc,? Tengo que decir, a mi pesar, que hay muy pocos caminos, uno de ellos consiste en cortar de raíz, que también se dice de otra manera cortar por lo sano, como se hace con la mala hierba para que no vuelva a desarrollarse, o como se hace con un tumor para que no se extienda por todo el cuerpo es decir: tengo que mentalizarme en dejar de por vida (para siempre) la sustancia o la conducta que me doblega (y no, hasta que… o voy a dejarlo por un tiempo, a ver que pasa) así sea que el mundo se me venga encima como, por otra parte, le puede pasar a cualquier persona que no es adicta. No tengo otra solución que cortar de raíz, o cortar el tronco con el hacha, desde su nacimiento -sin autoengaños- aquel habito que me esclaviza por mucho que me duela.
Poniendo un ejemplo aún más gráfico diremos, que hay que soltar y soltar para siempre algo de lo que me he apropiado como si fuese yo mismo. El alcohol, la droga, el juego, el sexo, como cualquier otra sustancia o habito, lo podemos comparar con una máscara, un traje, un amuleto (aunque como dice el refrán los ejemplos son siempre odiosos) el cual decidí probarme un día y con el cual, días después me identifiqué, como si fuese parte de mi mismo -como una coraza- para no tener que afrontar mis propias carencias, complejos o vacíos afectivos.
No obstante, el adicto tiene la gran suerte y posibilidad de soltar y dejar esa sustancia con la cual no nació, que le esclaviza y que además disminuye sus capacidades: una máscara, un traje, un amuleto de quita y pon que lo anula.
Imprescindible para la vida es el corazón, el cerebro y las cualidades morales y actitudes físicas que me definen como ser único y genuino dentro del universo de la creación. Ahora bien, hay dos maneras de soltar la máscara o el traje de la adicción: una, la de dejar el traje en el armario, con lo cual cabe la posibilidad de retomarlo en un momento de debilidad (es más, el subconsciente sabe que cuenta con él y me crea ansiedad porque lo tengo a mi alcance) (hasta que… o para recuperar lo perdido); y la otra posibilidad es la de tirarlo a la basura como lo que es; algo que no forma parte de mí, que me estorba, que me esclaviza, que no me identifica como persona, que me aísla; y que visto con cierto distanciamiento, observo que en si mismo, independientemente de las circunstancias que me rodeen -ya sea millonario o no tenga compromiso de vida con nadie- anula otras capacidades de mi personalidad al estar siempre ocupado en dar satisfacción a mi cuerpo o conducta adictiva.
De lo ya comentado se infiere que debo desprenderme de ese lastre, de esa máscara, de ese traje, para no tocarlo más, sin posibilidad de retorno; es decir, sabiendo que lo he dejado para siempre. Y lo que se suelta para siempre trae paz a mi vida, porque lo saco del pensamiento como algo que ya no me pertenece y no forma parte de mí.
La biblia, para la persona creyente lo de soltar o dejar, lo define de una manera muy gráfica, llamativa e incluso más radical. Lo define con estas palabras: «si tu ojo te escandaliza, sácatelo, si tu mano te escandaliza córtatela», lo cual quiere decir que no se puede ser condescendiente con las ataduras, y los vicios, sino que hay que cortarlos de raíz. No literalmente tal y como describe la Escritura -sacándote el ojo- pero sí con firme decisión, porque de lo contrario pasa igual que con aquella persona que se acerca al perro encadenado, que de tanto acercarse para burlar al animal, confiando en la cadena y en sus posibilidades propias para huir, termina siendo devorado. A demás, has de ser consciente en que esa decisión firme –de para siempre- nadie la puede tomar por ti, o te salvas tu mismo, o te condenas tu mismo, el mundo ofrece muchas posibilidades, no te dejes llevar por la corriente que te lleva al precipicio: el que te matas eres tú, no busques otros culpables fuera de ti.
¿Que cuesta? ¡pues claro…! como todo lo valioso, hay personas que dedican buena parte de su vida a sacarse una carrera, unas oposiciones, a lograr unas metas deportivas. Del mismo modo, dejar la adicción para siempre es sacrificado en principio, pero no lleva tanto tiempo y a cambio te reporta el beneficio más valioso de todos, el control de tu vida; tu libertad, tu salud física y mental; la vida misma.
Esa determinación o decisión, de para siempre, consistirá en algunos casos en soltar amistades, otras dejar de frecuentar ciertas zonas, puede que sea necesario hasta que tengas que cambiar de ciudad o de trabajo, pero benditos cambios o desprendimientos si con ellos salvas tu vida y la de las personas que te importan.
Para reforzar la enseñanza ver el siguiente enlace: