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En alguna ocasión algunos de mis conocidos me habrán oído decir que, si las mujeres amasen a sus maridos y al resto de la humanidad de igual modo que aman, perdonan, esperan, confían, toleran, cuidan, miman, protegen, comprenden y median, como lo hacen con sus hijos, al mundo no lo conocería ni su padre, ni Dios (dicha expresión -ni Dios- siempre me ha chirriado, pero aquí parece que cuadra a la perfección). Pues sí, ¡se imaginan lo que sería, media población del planeta amando de modo incondicional a la otra media…! Solo el amor engendra amor, al igual que el odio engendra odio. No es precisamente amor lo que enseñan en la sociedad actual los promotores de la Ideología de género y del feminismo, manipulando la realidad y la conciencia de las mujeres -también de ciertas minorías- para sus propios fines hegemónicos y económicos. Sin embargo, no quiero en este momento entrar en más detalle sobre la ideología de género, porque no era este el tema que en principio me ha llevado a escribir este post, sino un cuento que el Cardenal Sarah, introduce en su libro La Fuerza del Silencio, atribuido a un místico musulmán o escuela musulmana, cuya conclusión coincide con el pensamiento que yo también había tenido años atrás, y que he dejado expuesto al principio de este artículo.

A continuación os dejo el cuento y la introducción del Cardenal Sarah ya que merece la pena hacernos consciente de que nuestra felicidad está muy relacionada con la manera en que nuestra mente enfoca el mundo exterior y muy poco con ese mismo mundo externo a nosotros mismos.

En la Cruz, Jesús nos reconcilió con Dios: destruyó la barrera que nos separaba a unos de otros, venció los obstáculos que estorbaban el camino hacia la bienaventuranza eterna. Cristo sufrió por nosotros: nos deja su ejemplo para que sigamos sus pasos. Contemplando la Cruz y haciendo nuestra esta oración, seremos capaces de cualquier diálogo, de cualquier perdón, de cualquier reconciliación. La tradición del islam místico comparte esta misma convicción. Me gustaría relatarle algo tomado de la leyenda dorada de los santos musulmanes:

Un día, Suturá, una buena mujer, fue a visitar a Tierno Bokar, el sabio de Bandiagara: esta aldea de Mali está situada en la meseta del mismo nombre, rodeada de altos acantilados al pie de los cuales viven los dogon, pueblo famoso por su arte austero, su compleja cosmogonía y su hondo sentido de la trascendencia. «Tierno –le dijo Suturá–, estoy muy irritable. Me molesta hasta lo más insignificante. Querría recibir de ti una bendición o una oración que me haga dulce, amable y paciente». No había acabado de hablar cuando su hijo, un niño de tres años que estaba esperándola en el patio, agarró una tabla y le dio un golpe en la espalda. Ella miró al niño, sonrió y, atrayéndolo hacia ella, dijo dándole un cachete cariñoso: «¡Qué niño más malo! Mira cómo trata a su madre…». «Si tan irritable estás, ¿por qué no te enfadas con tu hijo?», le preguntó Tierno Bokar. «Si no es más que un niño –contestó Suturá–. No sabe lo que hace. Con un niño de esta edad no hay quien se enfade». «Vete a casa, querida Suturá –le dijo Tierno– y, cuando alguien te irrite, acuérdate de la tabla y piensa: “Tenga los años que tenga, esta persona está actuando como un niño de tres años”. Sé indulgente: puedes hacerlo, ya que acabas de serlo con tu hijo cuando te ha dado ese golpe. Obra así y no volverás a enfadarte. Vivirás feliz y te sentirás mejor. Las bendiciones que desciendan sobre ti serán mucho mayores que las que puedas recibir de mí: serán las bendiciones de Dios y del propio Profeta. Quien soporta y perdona una ofensa –continuó– se parece a una de esas grandes ceibas que ensucian los buitres al posarse en sus ramas. El aspecto repugnante del árbol solo dura una parte del año. Todos los inviernos Dios envía unos cuantos chaparrones que lo limpian de la copa a las raíces y lo revisten de un nuevo follaje. Procura prodigar el amor que sientes por tu hijo a todas las criaturas de Dios. Porque Dios quiere a sus criaturas como un padre a sus hijos. Entonces llegarás a lo más alto de la escala, allí donde, gracias al amor y la caridad, el alma solo ve y valora la ofensa para perdonarla mejor». Las palabras de Tierno supusieron tanto para Suturá que, a partir de ese día, consideró hijos suyos a todos los que la ofendían y no les respondió más que con dulzura, amor y una paciencia silenciosa y sonriente. Tanto cambió que, al final de su vida, la gente decía: «Paciente como Suturá». Nunca más hubo nada capaz de enfadarla. Cuando murió, se la consideraba prácticamente una santa.

Acerca de renaceralaluz

Decidí hace ya mucho tiempo vivir una vida coherente en razón de mis principios cristianos, lo que quiere decir que intento, en la medida que alcanzan mis fuerzas, llevar a la vida lo que el corazón me muestra como cierto: al Dios encarnado en Jesucristo con sus palabras, sus hechos y su invitación a salir de mi mismo para donarme sin medida. Adagio: El puente más difícil de cruzar es el puente que separa las palabras de los actos. Correo electrónico: 21aladinoalad@gmail.com

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  1. Anónimo dice:

    Ana soto Moreno

  2. Anónimo dice:

    Eres grande Pedro me encantan tus escritos sobre todo este cuento porque todo le sabes dar su mejor sentido. Que el EspirituSanto te siga dando esa luz tan poderosa que tienes .

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