La lectura del evangelio de hoy nos lleva a la parábola del hijo pródigo de la cual podemos extraer muchas lecciones, porque todos en alguna ocasión hemos sido hijos pródigos, o hermanos envidiosos; aunque a lo largo de nuestra vida hayamos ocupado uno de esos dos roles por más tiempo. Analicemos algunas de esas lecciones ¿experimenté en mi propia carne una vida similar a la del hijo pródigo? Puedo decir que sí, de modo que he de confesar que, como el hijo pródigo (despilfarrador), derroché durante un buen periodo de mi vida la herencia que recibí de Dios, apartándome de las enseñanzas de Jesús por medio del evangelio, y a través de la iglesia y de mis padres. Como hijo pródigo quise ser independiente y me dejé llevar por los cantos de sirena que el mundo me lanzaba prometiéndome una felicidad que se tornó, como todo lo que ofrece el mundo, frívola, efímera y esclavizante; porque todo lo que no proviene de Dios, te encadena a tus pasiones, a tus miedos, a los engaños de Satanás y, también, de los que manejan los destinos del planeta por medio de la política y los medios de comunicación. Como hijo pródigo me sentí desposeído de la herencia: solo, trabajando para mis pasiones y vicios (estos eran mis cerdos), y mi comida -el mismo pecado- que me hundía cada día más en mi propia miseria, hasta que mi alma quedó como un harapo -como un desecho- incapaz de reconocer, como indigente, su olor a cloaca.
Como hijo pródigo miré hacia la casa de mi padre -hacia el cielo- más por necesidad que por verdadero arrepentimiento (en tanta oscuridad andaba mi alma que era incapaz aún de reconocer el amor y la verdad del Padre). Sin embargo, para mi sorpresa, esa nieblas que cubrían mi alma, se fueron despejando cuando vislumbré que mi papa en la entrada de su casa -el umbral del Amor- me estaba esperando apoyado en una columna, y sin ningún reproche a causa de mi ceguera espiritual, me atraía hacia él con voz dulce y delicada, abrazándome entre su pecho, para mostrarme los latidos de gozo inefable que emitía su corazón (mi papá sabía que bajo su protección ya estaba a salvo). Por un instante volví mi mirada a la columna, en la que pude observar este grabado: veinticinco años, dos meses y tres días, por debajo de esta cifra multitud de rayas, una tras otras, hendidas en el pedernal del granito.
Mi hermano ¡pobre hermano mayor…! yo también fui como él. Por largos años no entendí ese amor incondicional de mi Padre, ese amor que no juzga, que no ve a través de etiquetas, ese amor que no lleva en cuenta el mal y que por tanto no guarda rencor. En muchas ocasiones, fui incapaz de ver en mi hermano arrepentido y vuelto a casa, su alma nueva, limpia, renovada por el corazón del Padre. Siempre se me escapaba una sospecha ¿y será de verdad que vuelve para quedarse? ¿porque una fiesta tan grande para mi hermano y un abrazo tan prolongado? ¿por qué mi hermano se ha sentado en la mesa junto a mi Padre, el lugar que deberia ocupar yo? Ignorante de mí, al final me di cuenta, de que tal vez no actué como el pequeño (pidiendo la herencia), más que por amor, respeto, fidelidad y confianza en mi Padre, por miedo a dejar muchos de los privilegios que junto a Él tenía. Había estado tan ciego, que fui incapaz de conocer a mi Padre en su interioridad; de bucear en sus entrañas insondables; de saber que a su lado gozaba prácticamente de los numerosos privilegios que Él tenía por derecho propio. Demasiados años perdidos en un mar de miedos paralizantes; de dudas y preguntas inquisidoras que nunca confié a mi Padre porque lo veía desde un pedestal, inalcanzable.
Y ahora prepárate porque la Fiesta ha comenzado: yo el hijo pequeño a gozar de la libertad de estar bajo el techo de mi Padre (paz, gozo, amor, provisión, conocimiento, voluntad, gracia) y no bajo el paraguas de mis pasiones, y conocimiento limitado sin respuestas . Yo el hijo mayor porque al final he conocido la intimidad de mi padre, también a mí me ama con amor exclusivo y predilecto, por lo que he dejado de arroparme también con mi paraguas; el paraguas del temor (hijo todo lo mío es tuyo). ¡Celebremos cantos de alabanza y de victoria al Padre Eterno, porque la Fiesta acaba de comenzar para todos¡¡Aleluya porque el hijo que estaba perdido ha sido recuperado y sanado! ¡Alegría en la casa del Señor, porque el amor del Padre que estaba oculto a la vista del hijo mayor ha sido desvelado y su temor a quedado derrotado! ¡Bendito sea el Padre que lo ha hecho, ha sido un milagro patente, a Él la gloria y la honra por toda la Eternidad, junto a Jesús y al Espíritu Santo! ¡Amén!
Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’.
Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’.
Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'».
Salmo 103(102),1-2.3-4.9-10.11-12.
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.El perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura.
No acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.