No, no es a los sabios (filósofos, políticos, teólogos, alquimistas, iluminados, científicos), ni a los prudentes (aquellos que anteponen en bienestar personal; la crítica, el no molestar, etc., a la verdad) a los que Dios revela su Ser, sino precisamente a aquellos que no cuentan para el mundo, a los pequeños (humildes, dóciles, confiados, vacíos de sí), aquellos que no se pueden jactar de sus estudios, porque apenas si alcanzaron a sacarse la primaria, aquellos que no tienen que guardar ningún prestigio, porque ya lo perdieron por su condición sociedad y personal, o porque su identidad la pusieron en Dios y no en la escala que Él les permitió conquistar.
Parece contradictorio que Dios oculte su Ser a aquellos que le están dando vueltas todo el día, a la ciencia, a los números, a lo oculto, o a las escrituras y se lo revele a aquellos que no entiende de astros, física, nanopartículas, historia, hebreo, latín o griego. Pero no, no es contradictorio, porque la palabra de Dios -las Escrituras- no es un libro de cábalas, un manual de buenas costumbres, un libro de historia, ni un jeroglífico impresionante que descifrar, ni tan siquiera un libro donde cultivar la inteligencia o adquirir conocimientos, entre otras cuestiones, porque este libro científicamente “desafía” las leyes de la naturaleza e incluso los hechos estrictamente históricos, ya que la mismas Escrituras remite a otros libros históricos de su época -denominados Anales- para completar todos los acontecimientos que acaecieron en determinada época o reinado del pueblo judío cf: (1 Reyes 15, 23). Ni tan siquiera es un instrumento del que uno se sirve para cambiar el modelo de sociedad, como está de moda entre algunos teólogos desde hace cincuenta años atrás (Su Palabra no es un instrumento en manos de ningún grupo de presión, ni de nadie para imponer algo, entre otras cosas porque Dios respeta la libertad del hombre, aunque su Iglesia la conduzca Él por medio del Espíritu Santo). Por el contrario, la Palabra de Dios -como las mismas Escrituras nos pone de manifiesto- es viva y eficaz; es decir, es actualmente viva (no se mueve en un plano teórico e ideológico desconectado de la realidad personal), el hombre no solo conoce intuitivamente que esa Palabra es Única y Verdadera, sino que es eficaz para su vida: lo hace Libre y eficiente para vivir en plenitud esa realidad -que es él mismo- creada para reproducir la imagen de Dios en él; una palabra tan eficaz, que como onda expansiva toca e impacta a todos aquellos que conviven con un cristiano lavado y purificado en la sangre del Cordero, que es Jesucristo.
Tampoco el Ser de Dios es revelado a aquellos que hagan más méritos ante Dios, porque si todos somos vasijas de barro ¿qué mérito podemos tener ante Él, que no sea otro, que un corazón disponible, para servirle?
Finalmente, Jesús, en el evangelio de hoy, nos propone encontrarnos con Él, que, a diferencia del mundo, del Demonio y de nuestra propia concupiscencia, nos trae también un yugo, pero no uno limitante ni gravoso de llevar como el de los anteriores, sino liviano y suave; el yugo de la humildad y la paciencia que apacigua todos los corazones, y que redunda en nuestro beneficio porque nos deja paz y nos conduce a la fraternidad. Jesús por otra parte, no habla con palabras huecas, el mismo se presenta como modelo de humildad y paciencia. Así fue, sin ningún tipo de enfrentamiento, ni revolución, partió la historia de la humanidad en dos mitades, y el corazón del hombre, también en un antes y un después: de la esclavitud del pecado, a la libertad de los hijos de Dios; de las tinieblas y oscuridad del mundo, a la luz de la Verdad y a la transparencia de vida; de la depresión y la incertidumbre, a la ilusión y a la esperanza; de la muerte a la resurrección
Evangelio según San Mateo 11,25-30.
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.»