Cap. V. NUEVOS E INÉDITOS HORIZONTES. Continuación y fin de este capítulo

9.   LIBERACIÓN Y CADENAS: la primera experiencia sexual con un varón

Con este epígrafe, terminaré de relatar lo que ya esbocé en capítulos anteriores. Así, pues, desde el día que opté por aceptarme en mi atracción hacia las personas del mismo sexo se produjeron dos fenómenos paralelos: uno positivo, con el cual la depresión se esfumó como el rocío al calor de los primeros rayos del sol; y, otro negativo, la claudicación y sus consecuencias; es decir, el aceptar finalmente la personalidad que otros habían ido modelando en mí, con el paso de los años, a través del insulto, la calumnia y demás infortunios que ya expuse. De algún modo asumí, interioricé e integré con dicha aceptación, también, en mi subconsciente, los sentimientos, la idiosincrasia y la conducta que la sociedad atribuía por entonces (no sé si ahora también) a los homosexuales: entre esos roles destacaría la etiqueta que los señalaba por su debilidad de carácter; que sería el que, a la postre, más daño me causaría a la hora de relacionarme con las personas. Un engaño más de los muchos a los que nos tienen acostumbrados los estereotipos, puesto que posteriormente, pude comprobar en mi trato, diario, con otros hombres, que muchos de ellos, presumiendo de varoniles, dejan mucho que desear. Si en realidad son todo lo hombres que proclaman de sí mismos, lo serán exclusivamente en cuanto a sementales y a dar golpes sobre la mesa; pero esta característica no es, precisamente, la que más los diferenciaría en su realidad varonil del resto de la fauna animal.

Este carácter débil y timorato que se les atribuía a las personas con AMS, no era nuevo en mí, venía ya de largo; prácticamente desde que sufrí el encontronazo con el superior en el seminario, al descubrirme a mí mismo sin salidas (y de eso hacía ya siete años). Lo que ahora empezaba a asimilar, erróneamente, en mi psiquis y de modo inconsciente, era que esas etiquetas que iban ligadas al homosexualismo, me acompañarían, a modo de defecto congénito, para el resto de la vida al asumir la atracción por las personas de mí mismo sexo. En aquel momento no encontré otro horizonte para encauzar dicha atracción: no conocía grupos o personas que ayudasen, como hay ahora, a sanar las heridas interiores para no tomar la única salida que por entonces conocía. Tampoco se dio otro escenario posible, quiero decir una amistad profunda y espontánea con una chica que me complementase y pusiese en alza mi masculinidad. De hecho, al tiempo, cuando mantuve relaciones con hombres, mi modo de expresar la sexual cambiaba de modo inconsciente dependiendo de que estos viniesen envueltos en un rol más o menos afeminado. 

Fue así como, a falta de recursos, perspectiva o un cauce para encontrarme con mi yo real, elegí el camino de la rendición; el camino que me había impuesto la sociedad por un lado y la cultura del momento por otro: un modo de ser −gay− que para nada tenía que ver con mi naturaleza masculina; la misma que experimenté durante mi infancia y juventud. 

La vocación primera a la que está llamado todo hombre o mujer, por el hecho de serlo, es encontrar su yo real y restaurar, si así lo cree conveniente, el Ser en Origen, que subyace en él, anterior a que este fuese expuesto con el paso del tiempo, al deterioro en las relaciones con sus semejantes, y quien sabe si a otras influencias, no determinantes, hormonales y emocionales, en el proceso de gestación. De este modo tendríamos que preguntarnos ¿Cómo puedo decir que soy libre cuando desconozco lo que soy, prescindo de mi capacidad analítica, me encierro en una sola visión de la realidad, y me someto a lo que otros hayan decidido por mí como un borrego? ¿de qué modo podemos saber hacia dónde caminamos, sino sabemos, antes, quiénes somos y quiénes o qué circunstancias nos modelaron? Cuán lejos ha quedado, pues, la cultura de nuestro tiempo de aquel aforismo griego que dice: “conócete a ti mismo”. Si en verdad tenemos que ser lo que sentimos pues que los depresivos cultiven su tristeza hasta el suicidio, los violentos su ira hasta asesinar, los narcisistas su ego, los tiranos el exterminio de sus opositores y de su pueblo, los resentidos su odio, los anoréxicos su gordura y los avaros que se queden con el mundo. Francis Bacon dijo: «Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde».Yo iría aún más lejos, no se trata sólo de pensar (porque en el pensar también va el autoengaño), sino de contrastar opiniones, cuestionarlas y analizarlas a la luz de todos los medios y herramientas que tengamos disponibles (la ciencia, la lógica, la realidad empírica, la conciencia, la historia, la revelación y la propia experiencia). Como diría Chesterton: El hombre está hecho para dudar de sí mismo, no para dudar de la verdad; y hoy se han invertido los términos”.  

Una vez asumida la homosexualidad, y decidido a tener relaciones sexuales, ni siquiera salí en busca de esa primera experiencia, dado que −como se suele decir− me la brindaron en bandeja. Sucedió aproximadamente a la edad de veintinueve años en una discoteca: allí me encontraba solo y alicaído, embuchado en un sofá, ahogando la soledad y la tristeza con un cubata. En dicha situación, apunto ya de marcharme, se me acercó un chico algo más joven que yo, un tanto demacrado, aunque de cuerpo atlético, para soltarme, a continuación, una sarta de cuentos con fin a seducirme. De buen grado acepté su proposición movido antes, por mi deseo de experimentar en ese terreno que por su elocuencia seductora.

Con toda sinceridad he de expresar, pues, de lo contrario no estaría escribiendo esta autobiografía, que esa primera vez fue la única que disfruté de un encuentro sexual con otro hombre casi al completo; posiblemente a consecuencia del agotamiento mental al que me había conducido el estar por tantos años intentando derribar las murallas de un castillo, sin más herramientas que mis propias manos. Y para que así ocurriese se unieron tres factores: primero, porque al fin rompía con mis deseos reprimidos por muchos años y porque, además, dejaba de nadar contracorriente, ya que, desde todos las tribunas, me aseguraban que ese era el mejor camino; segundo, porque no provenía de un acto forzado contra mi voluntad, y tercero porque pensé que con dicha experiencia acababa de abrir una puerta para el amor y, al mismo tiempo, para relacionarme con personas a las cuales no tendría que fingir una atracción sexual que hacía tiempo había dejado de seducirme. 

En esta introspección, lejana ya en el tiempo, ha habido algo que me ha sorprendido y que hasta ahora se me había pasado por alto, y es el haber caído en la cuenta, de que casi todas las relaciones entre personas del mismo sexo, al menos en el mundo masculino, que es el que yo conozco, empiezan, ya, desde un primer momento, acompañadas de sexo.

A partir de mi aceptación orienté mi vida en atajar las flechas que cupido quisiera dirigirme: tarea que después hallé infructuosa durante los años que deambulé en ambientes gay; precisamente como consecuencia de lo que ya vengo comentando, del ego inflado, la falta de compromiso y la búsqueda del placer por el placer en la gran mayoría de colegas. Falta de compromiso y de entrega, que se ha trasladado en estos últimos tiempos también al mundo heterosexual según voy observando, por la cultura nihilista del relativismo (con el hedonismo como una de sus máximas expresiones), entre otros motivos por la inconmensurable predica que se ha dado, desde la tribuna pública, a favor del deseo y el goce sin límite de los sentidos, en detrimento del Ser, de la sociedad  y de los valores universales traídos por el cristianismo; los cuales la misma conciencia reconoce como propios, verdaderos y edificantes para el género humano.

De este modo, pues, nos han vendido la burra de que el amor se termina cuando se apaga la llama de la atracción sexual o del deseo, ocultando, en cambio, que el verdadero amor es aquel que permanece en los buenos tiempos y en los malos, en la salud y en la enfermedad, en la bonanza y en la escasez; aquel que, ante los retos, no se achica ni se desmorona, sino que se crece; porque el amor se construye, se empeña y se trabaja cada día desde la voluntad y desde el esfuerzo con la palabra empeñada. El amor, es aquel que, apagada la llama del deseo, se trasciende en cariño hacia la pareja, en favor de los hijos, de la comunidad, de la sociedad y, por encima de todo, de Dios.   

Más allá de la disertación filosófica y moral, yo, por mi parte, al inicio de adentrarme en la práctica homosexual no podía entender el sexo desligado del amor. Si me había aceptado con mis sentimientos homosexuales no iba, ahora, a seguir llevando una doble vida para sacrificar una relación de pareja: esto siempre y cuando Cupido me brindase esa oportunidad. Creía que la “autorrealización” −palabra que estaba muy en boga por entonces− me vendría por llevar a la práctica lo que estaba latente en mis sentimientos: así lo enseñaban los voceros y gurús de la época. Vocablo (autorrealización) que, dicho sea de paso, no deja de ser una falacia; unas de las mayores mentiras del siglo XX, pregonada desde la psicología y la literatura de la época. Sin embargo, en muy poco tiempo pasé de la euforia a la decepción por la superficialidad, la falta de compromiso y la clandestinidad en la que confluyen, por lo general, la mayoría de las relaciones homosexuales. De este modo, cuando comprobé que el joven que me sedujo, en mi primera experiencia homosexual, solamente buscaba −de tarde en tarde− un desahogo para descargar su apetito sexual en mis carnes, tomé la decisión de cortar esa relación y esperar tiempos mejores. Al sentirme defraudado en esta primera experiencia, no hice nada por buscar otra relación precipitadamente. Aunque ahora la depresión, eso sí, se había esfumado al creer lo que, mayoritariamente, se estaba pregonado desde todos los medios; es decir, que la homosexualidad era una condición irreversible e incluso plausible.

Por lo demás, con la aceptación de la AMS asumí inconscientemente, como ya dije, los clichés que identifican la homosexualidad con un estilo de vida; con un modo de ser y actuar, que me llevaron a distanciarme de los heterosexuales, para adentrarme por una pendiente que se deslizó, posteriormente, hacia un abismo de difícil retorno. 

Quiero matizar, a esta altura de la autobiografía, que mi experiencia no la hago extensible a todos los hombres con AMS, aunque si alguno se siente identificado con la misma, bien venido sea al club y sino, antes de emitir un juicio, que indague a fondo desde todas las fuentes, sin excluir ninguna y decida libremente.

10  EL TALISMÁN DE LA AUTORREALIZACIÓN Y LA AUTOESTIMA

Abro este nuevo apartado para no pasar por alto, puesto que ha salido la palabra autorrealización, en el anterior, para desentrañar el significado engañoso que encierra, así como la que le acompaña en el epígrafe, la autoestima: sólo hay que echar una mirada por encima, en la propia naturaleza, para constatar que el hombre, de entre todos los animales, es uno de los más dependientes y necesitados del resto de sus semejantes para sobrevivir. Tal necesidad tiene el hombre de interactuar y entrar en relación con otros, que muy pocas personas, aunque sea de modo virtual, podrían pasar hoy sin un ordenador, un móvil o cualquier otro medio de comunicación. Todos, sin excepción, sentimos la necesidad de apoyarnos en la familia, en un grupo, o en un amigo; del mismo modo que necesitamos, continuamente, intercambiar ideas, bienes de consumo y herramientas de conocimiento y de trabajo. Ya en su misma corporeidad y comportamiento, tanto hombre como mujer, manifiestan rasgos diferenciales muy definidos, que hacen que se busquen mutuamente para complementar sus polaridades. Los jóvenes, sin ir más lejos, cuanto más libres e independientes se creen, más buscan el grupo de amigos para afirmar, contradictoriamente, su independencia; buena muestra de ello la tenemos también, en su adhesión incondicional a la moda, a un estilo musical, o a un líder. Suele pasar, igualmente, con los matrimonios y parejas que se rompen, que no bien se han separado, cuando ya están buscando uno de los cónyuges, si no los dos, a otra persona para unirse a ella casi a la desesperada. Queda claro pues, que las personas por su condición limitada y apego afectivo nunca seremos lo necesariamente autosuficientes para retroalimentarnos y poder decir, de este modo, que somos el producto de nosotros mismos.  

Solamente Dios, por ser nuestro creador puede completar esa sed de relación y felicidad que todos buscamos, ya que hemos sido formados a su imagen y semejanza, como nos describe el Génesis. Y es por esto mismo, que cuanto más huye el hombre de la relación con Dios, el Infinito del que procede, más infeliz se encuentra sin conocer la causa de su insatisfacción. Sin embargo, el hombre posmoderno, perplejo en su misma sabiduría por el avance de la ciencia y la tecnología, se olvidó que es menos que una mota de polvo suspendida en el universo de Dios. Esta seguridad le viene, en parte, por el cambiado de hábitat (ya no depende exclusivamente de la climatología y de la caza para la supervivencia); ahora no se ve débil o amenazado en la fragilidad de una tienda y expuesto a las embestidas y depredación de animales salvajes como lo estuvieron sus antepasados. Por otro lado, los víveres para alimentarse los tiene en cualquier momento al alcance de su mano y desconoce, así, la relación que estos guardan con la tierra, el trabajo del hombre y la climatología. De la misma manera, por vivir al resguardo de bloques de ladrillos y hormigón, han perdido la verdadera dimensión de su frágil corporeidad con respecto al espacio cósmico que ocupa. Este hombre autocomplaciente y encerrado en sus fantasías, pocas veces, tal vez ninguna, se ha encontrado solo y desamparado ante los fenómenos incontrolables que la naturaleza despliega. Solamente un tsunami, un gran terremoto o la fuerza de un potente huracán le recordará, mientras la noticia permanece en los informativos, que el hombre no tiene el control de su vida y, por consiguiente, lo dependiente que es de sus congéneres y del Dios que creó ese mismo universo. (Mateo 8, 25-26) Llegándose a Él, lo despertaron, diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Jesús les dijo: ¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil vuestra fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago y todo quedó en calma.

De lo ya comentado me surge en este momento una pregunta ¿cómo puede autorrealizarse una persona cuando ya desde su nacimiento hasta su muerte necesita del concurso de sus semejantes y de unas condiciones, lo suficientemente favorables, para seguir con vida y llevar a cabo sus proyectos?

La «autoestima» fue otra de las palabras de moda por los ochenta. Lo que pasó con esta palabra es que se la apropió todo el mundo como coartada, en su propio beneficio, haciendo de ella un talismán. Y si bien todos tenemos que tener una estima suficiente o un amor suficiente hacia nosotros mismos, los psicólogos no deberían olvidar, nunca, para que las relaciones sean fructíferas, que tan importante como el Yo es su antónimo, el Tú. No solo por lo dependiente que es el hombre del resto de sus congéneres en sus necesidades básicas, sino porque está vinculado a los otros, igualmente, a través de los afectos, de los sentimientos y de las emociones. Así pues, nada hay tan nefasto para la humanidad como una persona que, con la excusa de amarse a sí misma, olvide el espacio propio de cada cual, sus sentimientos y, además, el común de todos (tal vez incluso más importante que el de uno mismo). El ego es una bomba, oculta, en el corazón de cada persona, que ha activado y puesto en movimiento todas las guerras que en el mundo han sido y están por venir. El día que el hombre se ponga como meta desterrar de sí su egocentrismo y, por otro lado, acepte a Aquel que está en el control de todo (el mismo que creó el universo y dio su vida para que el hombre viva en plenitud y alcance la eternidad) Jesucristo: ese día −como dijera el prolijo escritor y fundador de los T V O, el P. Ignacio Larrañaga− callarán todos sus clamores y la paz reinará finalmente en los corazones.  

11.  LA JUVENTUD CON SUS RIESGOS, A SALVO DE UNOS PANDILLEROS

Mientras esperaba, sosegadamente, acontecimientos más acordes con mi modo de entender la atracción por los hombres (sin desligar sexo de amor), seguía con las amistades habituales y ¡cómo no…! cometiendo pecados de juventud; en mí caso, aquellos que tenían que ver especialmente con ejercicios de riesgos. Empero, estos juegos no dejaban de enmascarar, sin yo saberlo, las muchas insatisfacciones y los grandes vacíos existenciales que albergaba mi corazón. En esa búsqueda por llenar mis vacíos, intentando atraer sobre mí la atención de los otros, y buscando un subidón de adrenalina que me hiciese sentir vivo, forcé los límites de lo razonable: unas veces, adentrándome a nado más allá de lo aconsejable en el mar y, otras, atravesando, a brazadas, el ancho de uno de los pantanos en mi tierra; también, con el mismo afán, hice equilibrios andando sobres muros de castillos semiderruidos, con la bicicleta de montaña bajadas por pendientes a toda velocidad, y con el automóvil carreras en las autovías.   

Por lo demás, mi vida después de la primera experiencia sexual, entró en una monotonía que no fue alterada, ni tan siquiera, por las olimpiadas del noventa y dos; debido principalmente a mi prolongada jornada laboral. Por entonces tenía un contrato de trabajo indefinido, la depresión se había diluido, aunque no así el insomnio, la baja autoestima, la tristeza y los miedos paralizantes ante las personas y los retos.

Mi modo de proceder, a pesar de aceptarme, no había cambiado mucho, mis amigos seguían siendo heterosexuales, por lo que aún guardaba en secreto mi inclinación sexual (entendiendo que ésta pertenecía al ámbito de mi privacidad exclusivamente). No obstante, ya estaba lo suficientemente maduro para no avergonzarme de ello, o al menos eso creía, en el supuesto que tuviese que enfrentar esa cuestión públicamente más adelante. Por otro lado, mis días en Cataluña estaban llegando al final de su recorrido pues, cuando no lo esperaba, me ofrecieron un trabajo más apetecible en mi pueblo, al menos en teoría, que el que llevaba en la cocina del restaurante.

Antes de dejar esas tierras parece que la mano de Dios, una vez más, se ponía de mi lado. Sucedió en fin de semana. Por lo general siempre iba a una de las discotecas que solían frecuentar mis amigos. Como el horario de hostelería va en función de la clientela que haya y de lo que se espacien, por otro lado, los clientes en la comida; aquella noche, por las razones que acabo de señalar, mi jornada laboral concluyó más tarde de lo acostumbrado. Al llegar a la discoteca en la que solía encontrar a mi mejor amigo, una de las camareras me llamó la atención para hacerme saber, que a Martín lo habían asaltado unos pandilleros dejándolo mal herido y con múltiples contusiones a la salida del local. Lamentablemente no estuve allí para ayudarlo, aunque de poco le hubiese servido, pues, por lo que me comentó semanas más tarde, fueron unos siete chicos los que, con saña, se emplearon a patadas y puñetazos en su contra.

De este modo Dios me iba protegiendo y conduciendo a su destino a pesar de que, en más de una ocasión, no encontré a los amigos y, por lo mismo, me vi solo por las discotecas de la zona; alguna de ellas, incluso, de mala prensa. De hecho, tuve más suerte que Martín, porque en una de esas salidas nocturnas, yendo solo, se me acercó un chaval rodeado de su pandilla buscando pelea. Al final, la sangre no llegó al río puesto que, haciendo uso de psicología, pude reconducir la situación: lo persuadí con palabras y gestos de que era mejor continuar la fiesta que salir a puntapiés expulsados por la seguridad privada del local. El mal entendido vino porque los chavales pensaron, por mi modo de bailar, frenético, que pretendía impresionar a sus chicas para ligar con alguna de ellas. Como se puede inferir por el relato, una situación nada original en la que el instinto animal (no sé si de macho alfa) iba un paso por delante de su capacidad de diálogo y razonamiento. Después de salvar con un poco de pericia el entuerto, caí bien al grupo, por mi desinhibición en el baile, y terminé haciendo un corro con ellos, cogido por los hombros, dando brincos y patadas al aire, al impulso de la música techno que el disc-jockey tenía pinchada en ese momento.   Antes de pasar a describir la nueva etapa que viviría con mi vuelta al pueblo de nacimiento, tengo que decir que mi estancia en Cataluña, en términos generales, la calificaría de positiva; puesto que fue un periodo que me ayudó a emanciparme de todos los mundos cerrados y protectores que había tenido hasta entonces; a saber, la familia, el seminario, la pandilla del pueblo y hasta el mismo servicio militar.

Acerca de renaceralaluz

Decidí hace ya mucho tiempo vivir una vida coherente en razón de mis principios cristianos, lo que quiere decir que intento, en la medida que alcanzan mis fuerzas, llevar a la vida lo que el corazón me muestra como cierto: al Dios encarnado en Jesucristo con sus palabras, sus hechos y su invitación a salir de mi mismo para donarme sin medida. Adagio: El puente más difícil de cruzar es el puente que separa las palabras de los actos. Correo electrónico: 21aladinoalad@gmail.com

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