Cap VI. DEVUELTA AL HOGAR Y A LAS RAÍCES

  1. PIDO RELACIONES A UNA AMIGA

Los caminos de la vida me llevaban, una vez más, con treinta y dos años, de vuelta al pueblo que me vio nacer y a la casa de mis padres. Tomé esa decisión porque, en apariencia, el trabajo que allí me ofrecían era mejor que el que realizaba en Cataluña.

Aunque me suelo adaptar bien a los lugares en los que fijo mi residencia, en esta ocasión, no siendo extraño para mí, me resultó difícil encontrar mi espacio nada más llegar. Después de cuatro años y medio de ausencia, me había deshabituado de los usos y costumbres de la gente del pueblo: no obstante, poco a poco, me acomodé a la nueva situación, olvidándome en unos meses de mi estancia en Cataluña.

Como primera alternativa opté por vivir en la casa familiar en la cual, ahora, solamente residían mis padres. En seguida me hice consciente que aquellos eran otros tiempos, porque a diferencia de los años de mi infancia, nadie parecía cuestionar mi condición sexual en ese presente, al menos en público. Así pues, las insidias que antes habían mantenido contra mí, ciertas personas, ahora habían pasado al rincón del olvido. El trabajo, sin embargo, no colmó mis expectativas y terminaría convirtiéndose en una rémora, más, de las muchas que había afrontado a lo largo de la vida. El carácter de mi jefa y mi compañera de trabajo, diametralmente opuestos al mío, me abocarían a unas relaciones, tensas, difíciles de sostener en el tiempo. Pese a esta adversidad me hice el fuerte y permanecí en ese mismo lugar por diecinueve años consecutivos.

En cuanto a las amistades me integré en una pandilla de chicos y chicas que conocía de etapas anteriores; con algunos de ellos había compartido, además, grupo de oración y apostolado en etapas anteriores. En este grupo permanecería durante cinco años aproximadamente.

Por esas fechas, 1993, a pesar de que me había aceptado con mi modo de experimentar la atracción sexual, no era fácil salir del clóset en un pueblo donde se conocía todo el mundo y, máxime, teniendo en cuenta que siempre lo había llevado oculto. A pesar de ello, ya había tomado la firme decisión, en caso de encontrar pareja, de no renunciar a la misma, para esconder la inclinación sexual que sentía por los hombres. No obstante, por mi naturaleza obstinada, decidí explorar una última vía tratando de que aflorase en mí lo que otros, con su retorcida mirada, me habían arrebatado. La idea, para llevar mi propósito a término, consistió en buscar una chica que no me fuese de todo indiferente −especialmente por sus cualidades− para pedirle relaciones. El intento, sin embargo, fue frustrante debido a que aquellas que me caían bien, no estuvieron por la labor y las que venían a mi encuentro, por el contrario, no despertaban en mí ningún interés. Finalmente fui a la conquista de mi mejor amiga aprovechando un día de fiesta que salimos en pandilla. Recurrí, para ello, al socorrido truco de ir algo pasado de copas. De este modo le hice cómplice de mi pasado, sin ocultarle mi tendencia, y los quebraderos de cabeza a los que me había conducido el haber sido víctima de acoso. Cuando terminé de exponer, pormenorizadamente, todos los reveses que me habían llevado a la situación por la que atravesaba, apelé a sus buenos sentimientos para que me diese ella misma, en su persona, una oportunidad de conocer mi yo más íntimo: no con el propósito de mantener un escarceo sexual esporádico, sino como una proposición de pareja a largo plazo. Pretendía con ello algo parecido al acercamiento que se da entre el Principito y el zorro en el relato de Antoine de Saint-Exupéry: nos iríamos conociendo, poco a poco y día a día, en la proximidad para dejarnos llevar, luego, del corazón; el único que puede superar las diferencias y los traumas. Mi amiga tal y como me temía, luego de exponerle el relato de mi vida y mi intención, rechazó aquel experimento tan arriesgado.

Su negativa me dejó muy decepcionado, porque entendí que con este intento se cerraban todas las puertas para mí, y para siempre, en recuperar el terreno perdido. Más que convencido de todo, en que ya no habría marcha atrás, se trató de adoptar la estrategia menos dolorosa; es decir, con la edad que tenía, treinta y dos años, y las veces que me lo había propuesto, no era cuestión de darme de cabezas, por más tiempo, contra el mismo muro una y otra vez; al menos, no, a iniciativa propia. 

Con esa determinación, pues, de no volver a intentarlo con chicas, continué dando pasos sin saber bien hacia donde: sí hacia el abismo o hacia la plenitud. Solamente tenía claro que no podía detenerme, porque detenerse en el mundo material, en el que todo está en tránsito, es morir. Un hombre se puede morir por diferentes avatares, especialmente de soledad y abandono; sin embargo, no he conocido nada más indestructible que un hombre en el que Dios ha puesto su mirada. Dios, sin mérito alguno de mi parte, me iba conduciendo por caminos tortuosos a su destino, el cual no podía ser otro que entregarme a Él sin anteponer mi voluntad a la suya, puesto que sus designios son perfectos.

2. FIN DE LA PANDILLA ¿Es homófobo el subconsciente humano?

Era de esperar que en una pandilla tan numerosa como la nuestra, emergiesen las peculiaridades, no siempre positivas, de algunos de sus miembros, entre los que yo mismo me incluiré. Así pues, deberíamos saber, para aceptar nuestra propia condición limitada, que en numerosas ocasiones somos condicionados por fuerzas, unas veces innatas y otras adquiridas en el aprendizaje de la vida, que nos llevan a distorsionar la realidad y nos inclinan a actuar impulsivamente. De esta manera, por el despertar intempestivo de esas fuerzas interiores, a consecuencia de uno o varios estímulos mal digeridos, cometemos errores que nunca hubiésemos deseado consumar en estado de plena consciencia y reposo. Así fue como, aflorando esos impulsos en algunos de sus miembros, la pandilla se fue fragmentando. En cualquier caso, todo lo que está sujeto al tiempo, por unas circunstancias o por otras, tiene su principio y su fin; y éste llegó para aquella piña de amigos y amigas. Después de dicha ruptura opté por unirme con un par de hermanos que salían en compañía los fines de semana; de los cuales, por cierto, uno de ellos estuvo vinculado, también, a la misma pandilla que yo acababa de dejar. A estos hermanos y a mí se nos uniría ocasionalmente otro amigo que teníamos en común.

Cambiando de tema, como ya referí de pasada, no me sentía feliz en mi trabajo. Aquella situación la fui sorteando durante un tiempo distrayendo la mente con la práctica de mis aficiones preferidas, es decir, con el deporte, especialmente el ciclismo; con internet, chateando en redes sociales; y los fines de semana, para cambiar la rutina, frecuentando restaurantes, cines y discotecas con los amigos; en verano para sofocar el calor nos desplazábamos a embalses y piscinas cercanas al pueblo.

En una de esas salidas de fin de semana, en la que optamos por ir al cine, pude constatar, sobre la marcha, el modo distorsionado con que nuestro cerebro procesa la información que le llega a través de sus sentidos, sobre todo, atendiendo a sus ideas preconcebidas o quien sabe si hasta innatas. Ese día fuimos a ver la película Braveheart. Sin desmenuzar detalladamente el argumento de la película, destacaré (por la cuestión que deseo esclarecer) a dos de los personajes principales, que aparecen en la trama de la misma: al Rey Eduardo I de Inglaterra, por un lado, y a su hijo, también llamado Eduardo, por otro. En el desarrollo de los acontecimientos históricos que desea mostrar el guionista sale reflejada, entre otros asuntos, la crueldad de ambos personajes, especialmente la del padre; sin pasar por alto, de otro lado, la inclinación homosexual del príncipe heredero, de su hijo.

Por motivo del acoso al que me vi sometido durante tantos años desarrollé un sexto sentido de anticipación a los pensamientos de las personas como sistema de autodefensa. De esta manera supe, con exactitud, el comentario que harían mis amigos a la salida del cine sobre la película. Su observación consistió, olvidándose del resto de la película, en destacar con palabras groseras la maldad con que actuaba Eduardo hijo, omitiendo en cambio la crueldad de su padre. Ese día no pude callarme, por la parte que me tocaba, de tal modo que les contesté, a bote pronto, diciéndoles: – ¿no habéis advertido que el rey, sin ser maricón (palabra que utilizaron ellos para señalar a su vástago), fue bastante más cruel y malvado que su hijo? Mis amigos me miraron perplejos y por respuesta sólo obtuve silencio; como no podía ser de otro modo por la veracidad del argumento que acababa de presentarles.

Con esta anécdota lo que quiero destacar es que, según tengamos etiquetada a una persona, sin ser conscientes de ello, la salvamos o la condenamos de antemano, le tapamos las faltas o, en cambio, le hacemos el vacío sin conocerla. Fue así como deduje por aquella experiencia que tuve con los amigos, que el subconsciente humano es, si no homófobo porque esta palabra entraña odio y miedo, sí al menos reacio a todo lo que le es extraño y ajeno a sí mismo. Y debe ser así para que mis colegas −amigos de abrazar todos los postulados del relativismo posmoderno− resaltasen como nota destacada de la película, incongruentemente, la crueldad del personaje menos malvado de entre padre e hijo.

Después de varios años este pequeño grupo de amigos también se deshizo; en este caso porque cada uno siguió su propio destino, uno por adentrarse a temprana edad en el más allá y el otro para afrontar su futuro profesional. Al encontrarme de nuevo sin amigos, decidí ya, resueltamente, que había llegado el momento de arriesgar en el terreno de mis preferencias sexuales. Hacía tiempo que había asumido la inclinación que tenía y ahora creí conveniente explorar en esa área de mi personalidad, en el convencimiento de las bondades que, sobre la misma, mostraba la cultura de la época. Como no he sido nunca de los que han ido hacia adelante con sus ideas, sin tener en cuenta a quien pudiesen derribar por el camino; en la determinación por alcanzar mis objetivos opté, de esta manera, por buscar pareja con kilómetros de por medio con tal de no quebrantar a mis padres. Con esta premisa en el horizonte, mediante correo tradicional, contacté con una empresa irlandesa que ponía en relación a personas con las mismas afinidades. De esta guisa, crédulo como estaba en encontrar el amor de mi vida, me entregué por un tiempo a cartearme con un chaval italiano de carácter afable. Sin embargo, el italiano, más experimentado que yo en esas lides y, por lo tanto, más desencantado por la fugacidad en la que convergen la mayoría de relaciones homosexuales, no mostró mí mismo interés y determinación. Así, pues, viendo que la correspondencia no era demasiado fluida por su parte; a los dos meses, aproximadamente, dejé de cartearme con él y di por zanjada mi primera apuesta en serio en ese terreno.  

También me escribí, a través de la citada agencia de contactos (llamada Correo Internacional de la Amistad), con chicas; no obstante, con ellas la comunicación duraba, por lo general, unas tres semanas: en mi caso, al contrario de otros homosexuales, las mujeres, salvo algún caso excepcional, nunca fueron mis mejores cómplices y aliados. Debe ser porque, a pesar de mi tendencia sexual, nunca me sentí, a diferencia de otros gais, identificado con los gustos y la idiosincrasia femenina.

3. DE VACACIONES EN LA HABANA

Luego de varios intentos frustrados por hallar al hombre de mis sueños, a través de la agencia ya citada, decidí cruzar el océano y hacer un viaje a Cuba en septiembre de mil novecientos noventa y ocho, precipitadamente, cuando sólo había intercambiado dos cartas, hablando en sentido literal, con un habanero de la Isla.

En este caso el viaje no fue programado para descargar mi libido, a tutiplén, tal y como venía siendo habitual en aquellas fechas por un buen número de turistas que aterrizaban en la isla caribeña. La idea con la que concebí ese viaje venía motivada, más bien, como un reto personal: demostrarme a mí mismo que podía tomar ciertos riesgos, haciendo un largo viaje, casi a la aventura, para reforzar la confianza en mí mismo; la cual, por cierto, estaba bastante deteriorada, ya que ni siquiera en ese presente me libraba de ser víctima de las intrigas de otros. Ahora, sin embargo, la mayoría de ellas por cuestiones que no tenían que ver con mi inclinación sexual; no puedo entrar en detalles por la vinculación que tenía con dichas personas y porque no pedí cuenta de ello en su debido momento. 

Sin que el viaje fuese programado con tiempo aproveché mi contacto en Cuba, para no andar totalmente a ciegas por la Isla. La citada agencia nos puso en relación por afinidad religiosa. De esta manera, esperando encontrarme con una persona de mí mismo credo, me quedé muy sorprendido cuando, una vez en su casa, me dio a conocer el tipo de religión que practicaba; se trataba ni más ni menos que de la santería, la religión animista que sus antepasados habían importado del continente africano.

Dejaré de momento aparcado el tema de la religión, para empezar el relato con el viaje, puesto que el vuelo en sí mismo fue una pequeña odisea. Lo que sucedió fue, que, momentos antes de aterrizar en la Habana, el avión se vio envuelto en una furibunda y espectacular tormenta tropical. En aquella circunstancia, mientras el aparato eléctrico que soltaban las nubes arremetía contra el fuselaje del transoceánico y este, a su vez, daba saltos continuos en el vacío, se hizo un silencio sepulcral que distaba mucho del griterío que conocí en otros vuelos por la aerofobia de algún pasajero. Sin dar ningún aviso por megafonía, ya próximos a la habana, el piloto no desistió, pese a las adversas condiciones meteorológicas, en alcanzar su lugar de destino. En esa tesitura, después de varios minutos de descenso −que a mí particularmente me parecieron una eternidad porque el avión parecía estar fuera de control− se abrió inesperadamente un espacio de claridad por debajo de las nubes, que el piloto aprovechó sin más problema para aterrizar. Una vez que bajé del avión, parecía que aún estuviese flotando en el aire por la sensación angustiosa de la que acababa de salir. Luego de lo acontecido, como se puede deducir, parece que esta nueva adversidad, no era la que tenía destinada para dejar mi condición, mortal, enterrada bajo un bananero. Bien está lo que bien acaba, por lo que una vez más, luego del susto, pude dar gracias a Dios. 

Minutos después de aquella tormenta, pude verme envuelto en otra −ésta no atmosférica sino policial− por hacer confianza en una señora de avanzada edad que me pidió dentro del avión, que le franquease en la aduana, como si fuese mía, una de sus maletas; la cual, por cierto, por su elevado peso parecía alojar en su interior un hipopótamo anestesiado. No lo pensé dos veces y accedí a su demanda sin pedirle explicación de lo que transportaba y sin que ella, por su parte, tampoco me la facilitase. Tiempo después deduje, por el considerable peso de la maleta, que dentro debía alojar libros o revistas del corazón (publicaciones muy codiciadas en la Isla por entonces), ya que muy pocas cosas pesan tanto como el papel prensado.

El mal trago para mí vino cuando, en el control de aduana, el policía que revisaba los bultos me preguntó por lo que transportaba dentro, cuando miré en la dirección que señalaba, pude respirar tranquilo porque estaba señalando, gracias a Dios, no a la maleta de la señora, sino a una mochila que llevaba conmigo para las necesidades más urgentes. El escáner dejaba traslucir, no con demasiada nitidez, los blísteres de unos medicamentos que cargaba a petición del chico que me daría alojamiento en su casa. El policía sin adivinar muy bien de qué se trataba, me preguntó si llevaba caracoles, a lo que yo respondí con rapidez para salir de aquel trance, advirtiendo que no tenía intención de mirar dentro, que sí, que dentro transportaba caracoles. En principio pensé, cuando el policía habló de caracoles, que se refería a los caracoles de tierra que se comercializan en España para restaurantes o comida casera; pero después deduje, por lo que pude ver en el escáner, que estaría pensando en las diminutas caracolas marinas que utilizan los santeros para hacer sus cábalas adivinatorias. 

Al despedirme de la señora, a la cual esperaba su hijo en el aeropuerto, como se sentía muy agradecida por la complicidad con el pase de la maleta, me regaló un beso con gran efusión en una de mis mejillas. Después de todo, me alegré de haberla conocido, porque en ella estaban dibujadas todas las arrugas del régimen Castrista, además con todo lo que ofrece la experiencia de los años y la perspectiva de las letras. Se trataba de una profesora jubilada que había ocupado una posición social relevante en la región en la que había ejercido como docente. Al contemplarla, cuando me hacía partícipe de la historia de su vida, horas antes en el avión, yo me decía para mis adentros: ¡cuán grande es Dios en sus hijos! ¡qué prodigio el ser humano! cada cual con una batalla y una conquista personal diferente. ¡qué sublime Jesús, que siendo Dios experimentó el mismo dolor de la humanidad en el vacío del abandono humano y divino! ¡cuán bellos los ancianos que llevan en volandas los logros de sus hijos; y acuestas sus fracasos y sus sufrimientos! ¡qué excelso es Dios en los ancianos, que aprendieron a sufrir en la necesidad y a humillarse en los reveses de la vida! ¡qué sublime Dios en esas personas mayores que no dejaron asolar sus vidas en la incomprensión de aquellos que no apreciaron su entrega y sus desvelos!  ¡cuán sufrido es Dios en las lágrimas y en las soledades de aquellos que vieron partir a su pareja antes de que las arrugas borrasen sus recuerdos!

Al llegar al aeropuerto me estaba esperando mi anfitrión, un mulato con apellidos gallegos (no empero, Cuba perteneció al reino de las Españas) de ojos brunos con una mirada que, por momentos, horadaban mi alma para ausentarse luego, quién sabe… a qué perfidias de su universo: mirada me imagino de santeros y nigromantes. Después de intercambiar algunas palabras con él, me condujo hacia un buga derrengado que conducía un teniente del ejército del aire ya jubilado, Antonio creo que se llamaba sino recuerdo mal. Este buen hombre me confesó, que aquel cachivache −simulacro de vehículo− casi tan viejo como Fidel, había sido todo el premio que le había otorgado el gobierno comunista, a su dilatada vida profesional, para complementar su mísera pensión.

El que iba a ser mi taxista privado durante mi estancia en la esquelética y atemporal Habana, no tardó mucho en desaparecer de la circulación. Desde el primer momento que nos presentaron, hubo una grata corriente de empatía, entre ambos, que nos llevó a compartir puntos de vistas comunes sobre diversos temas. Como mi anfitrión no se veía seguro para entrar a debatir en los asuntos que tratábamos, se sintió desplazado y, sin pedirme opinión, prescindió de los servicios de aquel buen señor. Para mí supuso una contrariedad importante, porque me dejó con el anhelo de conocer en detalle y de primera mano, algunas historias más sobre la expansión del régimen cubano en Nicaragua, de la que él mismo, según me dijo, formó parte como aviador, apoyado desde dentro del país por el Che Guevara durante 1959. Hecho histórico del que, hogaño, he podido informarme indagando en internet para completar el relato, inconcluso, de aquel militar al que perdí de vista después que el santero prescindiera de sus servicios. De este modo y por otra fuente, pude contrastar que sus palabras eran ciertas, aunque ya en su día tuve la impresión de que aquel apacible hombre, por el modo de conducirse, por su mirada franca, por sus conocimientos y por su sensatez, era digno de todo crédito. Un esbozo de aquellos sucesos, a fecha de hoy (25/07/2018), se puede encontrar en la versión digital del periódico nicaragüense, Nuevo Diario.

http://archivo.elnuevodiario.com.ni/especiales/223753-che-guerrilla-nicaraguense/

A partir del día en que Rubén mi hospedero prescindió de los servicios como taxista de Antonio, se procuró de relacionarme exclusivamente con personas vinculadas, en algún modo y grado, con la santería. Entre ellas me presentó un buen número de jineteras, de muy variada condición social (pues la clase no sólo la da el dinero y los bienes que uno posea, sino la familia, el entorno y, sobre todo, la voluntad de la persona por aprender y desarrollar lo mejor de sí misma) por si necesitaba de sus servicios. Para mí fue todo un descubrimiento conocer, de primera mano, la penetración que tenía la santería en todos los estratos sociales de la isla.

Mi anfitrión, no solo practicaba la santería, sino que ejercía de gurú en la misma: venía a ser como una especie de «psicólogo” de un buen número de habaneros y habaneras que, a diario, pasaban por su casa a consultar cábalas, curarse de mal de ojo, sujetar voluntades, buscar un conjuro para liberarse de una enfermedad, o quién sabe qué otras insidias de la condición humana. Por su comportamiento y modo de hablar, enseguida intuí que la religión del santero nada tenía que ver con el cristianismo; no sólo porque echase maldiciones por la calle a las personas del vecindario que le caían mal, sino porque él mismo me confesó que pertenecía a la masonería, donde había participado en misas negras o, lo que es lo mismo, de misas satánicas.

Como el Santero (babalao y babalorisha según el grado) ejercía el oficio dentro de su vivienda, in situ pude presenciar algunos de los ritos y sortilegios que practicaba. Yo, mismo, me sometí a uno de esos rituales sin conocer exactamente, en aquel momento, a qué me exponía. Posteriormente indagando aquí y allá he podido descubrir las consecuencias nefastas de participar en dichas prácticas esotéricas que, en no pocas ocasiones, abren puertas a entes o seres espirituales (por lo general demonios) los cuales haciéndose pasar por antepasados fallecidos, engañan, enferman y esclavizan a las personas que se prestan a recibir dichas influencias espirituales maléficas. La misma Palabra de Dios, en las Escrituras, se manifiesta en contra de la brujería y las prácticas esotéricas en muchos de sus pasajes; por citar algunos en (Levítico 19, 26); (1 Corintios 10, 20); (Gálatas 5, 19-20); (levítico 20, 6) (Eclesiástico 34, 1-8). 

En los últimos tiempos la gran mayoría de prácticas esotéricas han sido asimiladas por una nueva corriente espiritual, llamada New Age, que preconiza que el ser humano ha entrado en un nuevo período astrológico, denominado Era de Acuario (sin ninguna base científica, por cierto), al cual identifica como el de la conciencia o iluminación en el plano espiritual. Este tinglado de pseudociencia, religiosidad, introspección y espiritismo, en el que se asienta la New Age, viene a ser algo parecido a lo que ya nos narra la biblia en el Génesis: la pretensión por parte de Adán y Eva de ser como Dios, conocedores de lo que no le corresponde en razón a su mismo ser y naturaleza. En este caso conocedores del mundo espiritual un terreno donde el hombre naufraga, por su misma realidad corpórea; es como si un pez saltara a tierra firme con intención de conocer qué siente un perro al mover la cola porque él también dispone de una. El hombre como afirma Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica está sujeto a la materia en una relación sustancial e indivisible entre alma y cuerpo. Por tanto, cuando se quiere obviar una de estas dos dimensiones o prescindir de ella, el hombre sale de sí mismo para navegar en un terreno que no es el suyo en virtud de su mismidad naturaleza.  

Este deseo de conocer lo que se esconde en el más allá −en el mundo sobrenatural no sujeto a la materia− viene propiciado, por un lado, por el deseo de algunas personas de adelantarse al futuro para asegurarlo (en una dejación de su libre albedrío) y en otros para ejercer un dominio sobre la vida de sus adeptos con tal de conseguir fortuna, fama, prestigio o, simplemente, para evadirse de la realidad como sucede con muchas de las prácticas religiosas del hinduismo. Lo que denota esta búsqueda del hombre por adentrarse en lo desconocido, a su manera; en una realidad que le sobrepasa, no es más que la necesidad de llenar su vacío existencial o la de sujetar, por otro lado, las realidades terrenales para sentirse seguro. Así en ese vértigo de orfandad y nadería que el hombre occidental siente cuando no encuentra respuestas a algo que dé sentido a su vida, intenta aferrarse, como clavo ardiendo, a prácticas montadas sobre el subjetivismo de una ilusión que le sobrepasa. De esto da buena cuenta la biblia en (2 Timoteo 4 ss.): «Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas». Como diría, también, Chesterton: «cuando se deja de creer en Dios, se termina creyendo en cualquier cosa»  

Como la verdad y la mentira no pueden ocultarse eternamente, es la misma brujería, con sus rituales, la que me vino a confirmar donde está lo sagrado y donde la fábula. Esto lo pude detectar por un comentario que me hizo Rubén, cuando le pedí que me llevase a una Iglesia Católica para visitar al Santísimo. Las palabras que me dirigió en ese momento fueron las siguientes: «los que practicamos la santería venimos de tarde en tarde a visitar los templos católicos para purificarnos; de aquí salimos más livianos, como renovados». Con sus palabras no hacía más que declarar, sin que él fuese consciente de ello, que el Dios de la fe católica es el auténtico Dios y otorga una paz que ellos mismos no encuentran con las deidades de su religión. Después con los años supe a qué podría deberse esa paz y purificación que encontraban allí: a la presencia de Jesucristo en el templo, que, con toda seguridad, propicia que algunas de las influencias demoníacas, o espíritus que cargan, con la práctica de la brujería, salgan huyendo ante la hostia consagrada; ante la presencia real de Dios en el sagrario. Algo que tampoco es de extrañar ya que sabemos el poder Jesús, en las Escrituras, para expulsar demonios, y ahora, por medio sus sacerdotes; algunos de ellos, los exorcistas, especializados en el tema. También conocemos por las mismas Escritura lo que supone estar delante de la presencia de Dios (Romanos 14, 11): «vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios». Estas palabras dan fe de porqué ante la presencia de Jesús se revelaban los poseídos, confesando que estaban ante el hijo de Dios.  

Un testimonio de vida, que tiene que ver con lo expresado anteriormente, se encuentra en la persona de Joseph-Marie Verlinde (discípulo y mano derecha del Yogui Maharishi Mahesh, el que fuera gurú de los Beatles) Joven de nacionalidad belga que por los años 60 después de buscar el sentido de la vida en prácticas orientales y en una secta críptica, donde quedó bajo el poder de influencias demoníacas, encontró finalmente la verdad que buscaba, en la religión de su infancia, en Jesucristo. Este testimonio está recogido en el canal YouTube y en su libro intitulado: Experiencia Prohibida, Del Ashram a un Monasterio. Paso dos enlaces porque es posible que alguno termine censurado.

En español https://www.youtube.com/watch?v=Y5t5K1btCQc&t=12s 

En francés https://www.youtube.com/watch?v=GjZ822YyhZc 

En cuanto a lo político, no esperaba mucho del régimen Castrista, pero hay que estar en el lugar y convivir con el pueblo cubano para constatar, in situ, la realidad en la que este vive: no puede haber paraíso sin libertad, como tampoco puede construirse desde aquella libertad donde los políticos viven en un puro nihilismo, tergiversando la realidad, cuando no creando nuevos paradigmas ficticios e imposibles, para perpetuarse en el poder, en unos casos, o para alcanzarlo, en otros. El régimen comunista de las igualdades sociales, había consolidado la igualdad de todos los cubanos en la pobreza, y en la sumisión para acatar las creencias y las leyes que el dictador, bajo apariencia de participación ciudadana unipartidista, finalmente determina. El dictador consulta al pueblo cuando sabe que este le va a dar la razón y en asuntos sin trascendencia; de cualquier manera, siempre la última palabra la tiene él.   

Muchas personas tratan de justificar ciertos regímenes en aras a unos logros sociales que luego no se materializan en la vida del ciudadano por falta de recursos económicos; de este modo hay que preguntarse de qué vale tener atención médica gratuita si luego el ciudadano no dispone de los recursos necesarios para comprar y acceder a los medicamentos. En cualquier caso, la libertad de expresión, de conciencia, de libre circulación de prensa y de personas y el acceso libre a internet, es en sí mismo un argumento tan valioso para la dignidad y la madurez de la persona, que tira por tierra cualquier otra justificación y comprensión hacia regímenes totalitarios. No obstante, tengo que puntualizar, salvando aún las distancias, que cada día se estrecha más el margen, para la libertad de pensamiento y de conciencia, entre el pensamiento único inquisitorial de lo políticamente correcto de los sistemas “democráticos” y el totalitarismo borreguil de los regímenes totalitarios.

Llegados a este punto hay que aclarar qué, en cuando se descarta que hay principios absolutos, para el capitalismo tienes el valor que tiene una cosa, mientras que para los totalitarismos tienes el valor que se le otorga a un animal sin inteligencia, el cual debe ser dirigido por el dueño de la manada como si de un Dios se tratase. Al final, de un lado o de otro, es la maquinaria del poder la que aniquila a la persona y su Libre Albedrío.

Esa fue la realidad que yo me encontré en Cuba por aquel entonces, realidad que persiste hasta la fecha de hoy prácticamente inamovible. Al final, terminará por imponerse el pragmatismo como sucede en China, pero acosta de los derechos humanos.  

Algunas situaciones que pude observar sobre el terreno me llamaron poderosamente la atención, entre ellas la de los delatores (allí tienen otro nombre, no recuerdo ahora) ciudadanos que ejercen de espías para dar cuenta a la policía de cualquier grado de disidencia o crítica de sus compatriotas contra el régimen. Tampoco pasó inadvertido para mí el tema de la prostitución como medio de supervivencia para muchas familias, o las condiciones infrahumanas en la que vivían, tanto por las viviendas que se caían a trozos, como por la falta de liquidez para acceder a necesidades básicas, entre ellas el calzado; siendo así que me encontré a niños jugando al fútbol descalzos. De otro lado, aunque se está dando algo más de libertad a las religiones cristianas (con tal de paliar la misma degradación moral y laboral en la que vive el país) ya que solo Dios motiva a hacer lo debido, por encima de lo que hagan o dejen de hacer los líderes humanos; aún sigue vigente el artículo 62 de la constitución que supeditada las creencias a los postulados de la revolución. El control del régimen, por otro lado, sobre los movimientos de sus habitantes, es tan férreo que se dan situación que ni siquiera yo viví en tiempos de la dictadura franquista. De tal modo que el mismo alojamiento de extranjeros en casas de particulares, sin permiso del gobierno, estaba prohibido. Esta situación la sufrí, en primera persona, cuando dos agentes de policía nos separaron a Rubén y a mí en la calle, a cierta distancia, para interrogarle por el motivo de mi alojamiento en su casa; interrogatorio que se prolongó por más de tres cuartos de hora y que pudo costarle la prisión. De este modo podría seguir describiendo situaciones deplorables que observé sobre la marcha en la Habana, entre ellas, la estampa de muchas personas, con la mirada perdida en el vacío, sentadas a la entrada de sus casas o en los parques, como si hubiesen perdido ya toda esperanza, especialmente los jubilados que no pueden aspirar a más ocio que ver pasar la vida. Por sus frutos los conoceréis y los frutos del régimen han sido hasta ahora, penuria económica, delación, prostitución, emigración a la desesperada, represión a los opositores, estancamiento económico, adoctrinamiento sistemático del pueblo y, por supuesto, derechos humanos de primer orden conculcados.

Acerca de renaceralaluz

Decidí hace ya mucho tiempo vivir una vida coherente en razón de mis principios cristianos, lo que quiere decir que intento, en la medida que alcanzan mis fuerzas, llevar a la vida lo que el corazón me muestra como cierto: al Dios encarnado en Jesucristo con sus palabras, sus hechos y su invitación a salir de mi mismo para donarme sin medida. Adagio: El puente más difícil de cruzar es el puente que separa las palabras de los actos. Correo electrónico: 21aladinoalad@gmail.com

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