En el evangelio de hoy
Jesús, con un utensilio muy típico de su época para alumbrar, está intentando desvelar algo obvio para elevarnos luego al terreno del espíritu. De esta manera nos dice, que ante la luz queda al descubierto todo lo que se esconde bajo la oscuridad, que por cierto, casi siempre, es suciedad y podredumbre. Ya sabemos que en varias ocasiones en la Palabra se nos habla de que Jesús es la luz del mundo que ha venido a los hombres para alumbrar lo que ha quedado sometido, a causa del pecado, bajo el dominio de las tinieblas, es decir del mal.
Por tanto, si nosotros creemos tener el trastero de nuestro corazón, limpio, ordenado, o si pensamos que no hay nada que se esconda en sus recovecos que huela a podredumbre, encendamos la linterna de Jesucristo, acerquémonos a su luz, a su manera de actuar, de pensar. Hagámoslo con insistencia, cuanto más nos acerquemos, cuanto más busquemos su amistad y meditemos en su palabra, más al descubierto quedará el dominio que las tinieblas ejercen sobre nosotros: la suciedad que habíamos adquirido alejados de su Luz.
Por otro lado, Jesús, en el Evangelio de hoy nos llama también a ser generosos, a darnos y entregarnos sin medida por su causa, ya que aquel que se ha llenado de Dios y de obras de misericordia, también está preparado para recibir, sin medida, todos sus bienes, aquellos que satisfacen totos los vacíos del alma humana con sus añoranzas de eternidad y plenitud.
Por tanto, este quitar es una consecuencia misma, de aquella persona que conscientemente no quiere someterse a la luz y se repliega sobre su propio caparazón de oscuridad, no queriendo reconocer el terreno donde está parado. A este se le quitará lo que tiene porque la oscuridad es el terreno de la muerte, del pecado, de Satanás, el único donde esté último puede acampar a sus anchas.
Oración. Buenos Días Señor, luz de mi alma y de mi vida, antorcha que guía mis pasos al encuentro con el huésped del alma, el Espíritu Santo. Aquí estoy en tu dulce compañía para que pongas al descubierto todo aquello que aún hay de tinieblas en mi alma y que queda oculto a mi vista. Te ruego padre en el Nombre de tu hijo amado Jesús que me des ese conocimiento y además el valor necesario para no justificarme, lavar mis manchas, y para, a partir de ahora, no acercarme más a la oscuridad, a la tentación, al territorio del enemigo, que es la oscuridad que lleva a la muerte.