En el evangelio de hoy Jesús nos dice que todo lo que pidamos al Padre en su nombre el nos lo concederá, otro Evangelista puntualiza que con fe, en cualquier caso esa es la experiencia de los santos y de los apóstoles que en su Nombre sanaron heridas mortales, resucitaron muertos como Pedro y dice la escritura que incluso sacaban a los enfermos a la calle para que la misma sombra por donde pasaban los discípulos les tocase. Esa experiencia también la hemos tenido nosotros en propia persona, porque muchas de nuestras oraciones han sido escuchadas e incluso hemos recibido favores de Dios por la intercesión de otras personas.
Hoy también Jesús, en este evangelio, pareciendo que contradice la lectura de ayer, dice que nuestra alegría será perfecta, pero no, no es contradicción ya que a la alegría que se refiere Jesús no es la alegría que pueden darnos las personas, tener las necesidades cubiertas, etc, porque como sabemos el mismo Jesús no escapó de su condición humana y por eso lloró la muerte de su amigo Lázaro, sintió tristeza que le hizo sudar sangre por la visión de todos los pecados cometidos por la humanidad y paso hambre, incomprensión y abandono por parte de la mayoría de sus discípulos e incluso por los doce, que en un momento dado lo dejan solo. De la alegría perfecta que habla Jesús, es la alegría colmada que el solo puede dar, porque sabemos que sólo en el encontramos sentido a la vida, a las tribulaciones, a la soledad, al rechazo. Solo en el encontramos la puerta donde toda sinrazón tiene un encaje porque sabemos que nada sucede, ni siquiera el movimiento de una hoja sin que él lo permita. Estamos en las mejores manos y sabiendo como María (anawin, pobre de Dios, sin derecho ante Él) que todo le pertenece, la vida, la muerte, el día, la noche, el firmamento y nuestro pobre corazón, nada nos puede arrebatar que nos haga caer porque todo lo recibimos como regalo y todo le pertenece . Como dijo Job, después de quedarse sin nada, incluso sin los hijos: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!».