Evangelio según San Juan 21,15-19.

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». El le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta misa corderos».
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». El le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras».
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

Que mejor explicación a este Evangelio que la del mismo vicario de Cristo, que como delegado suyo e imagen visible del mismo Cristo ha de estar dispuesto al sacrificio permanente y total por sus ovejas.

San Juan XXIII Papa (1881-1963)

Diario del alma, 1961

«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? … ¿me amas?… ¿me amas?»
El sucesor de Pedro sabe que en su persona, en su actividad, es la gracia y la ley del amor la que lo sostiene, lo vivifica y lo adorna todo; y de cara al mundo entero, es en el intercambio de amor entre Jesús y él, Simón Pedro, hijo de Juan, que la santa Iglesia encuentra su apoyo, como sobre un soporte a la vez visible e invisible: Jesús, invisible a los ojos de la carne, y el papa, Vicario de Cristo, visible a los ojos de todo el mundo. Bien considerado este misterio de amor entre Jesús y su Vicario, qué honor y qué dulzura para mí, pero al mismo tiempo qué motivo de confusión por mi pequeñez, por la nada que soy.

Mi vida debe de ser un amor total por Jesús y al mismo tiempo una total efusión de bondad y de sacrificio por cada alma y por el mundo entero. En este episodio… el paso va directo a la ley del sacrificio. Es el mismo Jesús quien se lo anuncia a Pedro: «Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras».

Por la gracia del Señor, todavía no he entrado en esta «vejez», pero con mis ochenta años ya cumplidos me encuentro en el umbral. Debo, pues, estar apunto para este último período de mi vida en la que me esperan limitaciones y sacrificios, hasta el sacrificio de la vida corporal y la entrada a la vida eterna. Oh Jesús, ahí me tienes dispuesto a extender las manos, mis manos temblorosas ya y débiles, y permitir que otro me ayude a vestir y me sostenga en el camino. Señor, cuando has hablado a Pedro le has añadido: « y te llevará a donde no quieras». ¡Oh! después de tantas gracias con las que he sido agraciado durante mi larga vida, ya no hay nada que yo no quiera. Eres tú, oh Jesús, quien me ha abierto el camino; «Te seguiré a donde vayas» (Mt 8,19).

Oración:


¡Qué mañana de luz recién amanecida! Resucitó Jesús y nos llama a la vida.

Despertad, es hora de nacer,
es hora de vivir la vida nueva,
la gracia del Señor:
No lloréis, en la boca un cantar
y un puesto para el gozo y la esperanza
en cada corazón.

Caminad al viento de la fe,
sembrando de ilusión vuestro sendero,
viviendo del Amor.
No temáis, que Cristo nos salvó,
la muerte ya no hiere a sus amigos:

¡Jesús resucitó!

Acerca de renaceralaluz

Decidí hace ya mucho tiempo vivir una vida coherente en razón de mis principios cristianos, lo que quiere decir que intento, en la medida que alcanzan mis fuerzas, llevar a la vida lo que el corazón me muestra como cierto: al Dios encarnado en Jesucristo con sus palabras, sus hechos y su invitación a salir de mi mismo para donarme sin medida. Adagio: El puente más difícil de cruzar es el puente que separa las palabras de los actos. Correo electrónico: 21aladinoalad@gmail.com

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