Hoy Jesús, invalidando la ley de Talión, la ley que todos conocemos como ojo por ojo y diente por diente, nos está mostrando el único camino posible para la paz, porque también la primera ley que surge de nuestro interior herido por el pecado, cuando nos sentimos agredidos o rechazados (realmente o imaginariamente) es el deseo de venganza, el cual a su vez, se convierte en una espiral interminable de violencia, porque muy pocos son capaces de reconocer su culpabilidad cuando surge un conflicto por cualquier motivo.
De esta manera, pues, Jesús que conoce bien al hombre y su historia, los hilos que en él ha tejido el pecado y que lo lleva a su propia destrucción en forma de venganza… Es Él, el primero en poner en práctica su enseñanza, lo vemos cuando manda a su apóstol Pedro a envainar la espada poco después de enfrentar a los soldados romanos que venían a apresar a Jesús; y lo volvemos a ver, igualmente, durante todo el proceso de su pasión y muerte en la que incluso llega a suplicar perdón por sus verdugos al Padre (Lucas, 23: 34) «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Con este Evangelio observamos la mentalidad que el pensamiento cristiano ha sembrado en el mundo especialmente con los Derechos Humanos, al igual que pasó con ciertos movimientos pacifistas de mediados del S. XX, pero que alejándose de él, en estas últimas décadas, propone ahora todo lo contrario, que es “armar a los pueblos para preservar la paz.»
Redundando en lo anterior, lo único que puede preservar la paz es, entonces, reconocer la culpabilidad propia y, de no haberla, dar sin medida al que te pida, y en caso de violencia no responder al agresor, hasta la sublimación, si fuese necesario, de dar la vida como así hizo nuestro Salvador.
Oración por la paz, P. Ignacio Larranaga.
¡ Señor !
¡ Colma de esperanza mi corazón
y de dulzura mis labios!
Pon en mis ojos la luz que acaricia y purifica,
en mis manos el gesto que perdona.
Dame el valor para la lucha,
compasión para las injurias,
misericordia para la ingratitud y la injusticia.
Líbrame de la envidia
y de la ambición mezquina,
del odio y de la venganza.
Y que al volver hoy nuevamente
al calor de mi lecho, pueda,
en lo más íntimo de mi ser,
sentirte a Tí presente.
Amén.