«Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán, Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido»
Con estas palabras entresacadas del Evangelio de hoy Jesús nos está dando a entender hasta que punto el hombre ha llegado a alejarse de Dios y a ensoberbecerse, que ni siquiera hablándole en un lenguaje cuasi infantil, en parábolas, pueden entender un mensaje destinado a su propia salvación. De tal manera que ante la luz del mundo están ciegos y no ven y ante la Palabra de Vida prefieren la muerte con tal de no doblar sus rodillas.
Aquí cabría muy bien como contrapartida a este hombre insensible cerrado a ver y oír, el soneto anónimo de «No me mueve, mi Dios, para quererte» cuyo autor abre los ojos del corazón para ver sin necesidad de recibir, y es que sin fe, es imposible agradar a Dios. Fe y amor pesan lo mismo en la balanza de Dios, pero también en la balanza del hombre que desea que los demás crean en él sin necesidad de tener que demostrar nada, porque si hay necesidad de demostrar continuamente algo es que lo que prima en la relación es el interés y no el amor. De tal modo que se puede afirmar que no hay nada en el plano humano (Dios nos hizo a su imagen y semejanza) que gratifique más a un padre que sus hijos confíen en él, lo mismo pasa con el hijo de recta intención, no hay nada más satisfactorio para él que sus padres depositen en él su confianza.
No puede haber salvación sin amor, sin fe, porque de lo contrario nuestra libertad, condición inherente al ser humano, estaría vendida a los resultados y Dios nos manejaría -por lo ya comentado- a golpe de golosina como se maneja a un perro, que viéndola en mano de su dueño, mueve la cola, se acerca y obedece.
Oración: Soneto anónimo
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.