Días atrás las escrituras nos dice de Herodes, que respetaba a Juan Bautista, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Y que cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. Hoy también nos revela de este gobernante que deseaba ver a Jesús por las maravillas que oía hablar de él. De alguna manera Herodes era un hombre que andaba buscando sentido a su vida, un hombre que a pesar de su posición social y su poder era capaz de reconocer la verdad que encierra la palabra del profeta de Dios y admirar la santidad como algo que ennoblece a la persona. Herodes por esto mismo busca tener un encuentro con Jesús muy a pesar de que los fariseos, subidos en el carro de su sabiduría y vanidad, anduviesen tras Jesús para desacreditarlo e incluso matarlo.
Esta lectura tendría que interpelarnos en medio de un mundo bastante farisaico que subido en el carro de sus «logros» y vanidad, desdeña tener un encuentro con Jesús y con la verdad. Y esto sucede, en ocasiones por miedo a no ser señalados por el poder dominante de lo políticamente correcto; es decir de la mentira impuesta, y en otras, porque nos han hecho creer que desde la propia experiencia y sabiduría tenemos el poder suficiente para realizarnos (así le llaman ahora) como personas autónomas y libres. Es decir que el que no se ha dado el Ser a si mismo, cree tener el poder para conocerse a sí mismo desdeñando la palabra que viene de su Creador.
Los poderes del mundo, por muy diversos intereses ocultos e incluso velados, nos han llevado a hacernos creer -como la antigua serpiente- que alcanzaremos el verdadero conocimiento por nosotros mismos, mientras nos han puesto encontrá de Aquél que verdaderamente lo poseé porque que viene de Dios y es Dios mismo, Jesús. Pero como dijo Mark Twain»: Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados».
Se podrá creer en Jesús o no, pero lo que si es una verdad incuestionable es la limitación y finitud del hombre (del ser humano) y que con su *solo* poder introspectivo o empírico tengan una explicación, o la pueda tener en el futuro (por esos mismos límites), fuera de la Revelación, exacta y veraz de las razones últimas de la existencia del mundo, de su propio misterio, e incluso de Dios.