No debemos torturarnos con nuestra manera de ser, o con el peso de nuestros pecados. Autoflajelarnos, entristecernos, no aceptar nuestra limitación o los defectos de nuestro propio cuerpo, es ir en contra de la obra por excelencia del Padre, el ser humano; el cual ya pensaba en nosotros antes incluso de ser concebidos (según reza en las Sagradas Escrituras) en el seno de nuestra madre. Es más, no dejó ahí su tarea, sino que durante el resto de nuestras vidas, nos sigue modelando, como el mejor de los escultores, para quitar o limar muchas de esas imperfecciones congénitas o adquiridas, hasta lograr casi una copia de Él en nosotros.
Por otro lado, también, nos posicionamos, de algún modo, en contra de Jesús, cuando pensamos que la salvación depende únicamente de nuestras buenas obras y no de Jesucristo, que aceptando la voluntad del Padre Eterno, se dio a sí mismo como único sacrificio propicio y suficiente, para unir la brecha ilimitada que se habia abierto entre Dios y el hombre, por la desobediencia, de este último, en aceptar el plan trazado por Dios para su plena realización desde que lo concibió en el Edén. Por tanto, nuestro esfuerzo cuenta, pero sin el Sacrificio de Jesús, que nos hace justos ante Papá Dios, por la reconciliación que Él propició mediante el sacrificio en la cruz y el perdón de los pecados, ese esfuerzo nuestro, sería en vano.
No es de extrañar que hayamos entendido mal, por momentos la historia del cristianismo, la obra redentora de Jesús. Tal vez porque se predicó, en muchas ocasiones, un Dios más que justo, Justiciero, olvidándose por el contrario que así como el perdón y la misericordia proceden de Él, también, la sanación de nuestras heridas y la fuerza para dar a luz un nuevo hijo que con el poder de su gracia pueda vivir el mismo modelo de Jesús, su salvador.
Como ya diría alguien: Dios lo pone casi todo, y el hombre casi nada, aunque sin ese casi nada del hombre, Dios no puede hacer su casi todo.
Por tanto, no estemos tristes, y que la autocrítica no sea para alimentar el resentimiento contra nosotros mismos, sino el punto de partida para el cambio. Así que ha llegado la hora de levantarse y hacer fiesta por todos las oportunidades que nos brinda con cada amanecer Papá Dios. Toquemos palmas, cantemos exultantes, bailemos, levantemos nuestras cabezas, alegremos nuestros corazones, vitoreemos a Jesucristo, en cuyo poder está nuestra liberación. ¿Acaso vamos a ser, nosotros, menos indulgentes con nuestras debilidades que Jesucristo, que ya las conocía antes de invitarnos a seguirle?
Carta a los hebreos 10, 6-10:
6. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
7. Entonces dije: ¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios, tu voluntad!
8. Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron – cosas todas ofrecidas conforme a la Ley –
9. entonces – añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Suprime lo primero para establecer el segundo.
10. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced al sacrificio hecho de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.