Mateo 20, 27-28 “El que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo, así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”.
No sé si hemos entendido, bien, estas palabras del evangelio: pienso, más bien, que no, por la actitud que observo en muchos cristianos de estar dando quejas continuamente de los otros. Jesucristo no solo habla de servir, sino que da ejemplo con sus obras, su primer acto de servicio fue hacerse hombre acatando la voluntad del Padre.
Pero servir, no significa, solamente hacer algo por los demás, que esto en un momento dado puede hacerlo cualquiera para engordar su ego. El modo de servir que nos enseña Jesucristo, es el de asumir al otro, el ponerse en lugar y en la piel del otro. Y para entender al hombre ¿qué mejor manera que hacerse hombre y pasar por todas las pruebas que la vida puede deparar al ser humano? Jesucristo, no solo paso por las pruebas más duras que puede sufrir una persona para interceder ante el Padre por nosotros, siendo él, mismo, conocedor de nuestro dolor; sino que, también, se volcó sirviendo desde el sufrimiento ajeno, poniéndose en la piel del otro: hoy dirían los psicólogos, que era empático con el prójimo. Así Jesucristo, desde el dolor ajeno resucita al hijo de la viuda; desde el dolor ajeno no juzga a la prostituta, sino que la salva y la perdona: con toda seguridad miraba, con dolor ajeno, la esclavitud que representa vender el propio cuerpo. Y, por último, Jesucristo desde el dolor ajeno curó y sano a muchos, no solo de las enfermedades de su cuerpo sino, también, de la ceguera espiritual en la que se encontraba su alma. Creo que me he extendido, demasiado, en el preámbulo para poder explicar, ahora, lo quejicas que somos los que nos llamamos discípulos y seguidores de Cristo e intentamos seguir su ejemplo: Jesús, a los que no somos empáticos por naturaleza o bondadosos, nos conmina a que lo seamos, es un imperativo que no podemos obviar, porque es su más fervoroso deseo; y por ello nos dice, como expongo en la entrada de este post: “el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo”. Pues, bien, dejemos de llorar y quejarnos de los demás, hagamos un ejercicio de autocrítica a diario y pongámonos en la piel del otro; a ver si va a ser, que estoy exigiendo lo que no doy. Cuantas veces decimos algo de esto: ¡hay qué ver, que no me llama por teléfono! ¿Le llamas tú a él o a ella? No acepta mis proposiciones ¿aceptas tú las suyas?. Cuando nos habla otra persona ¿intentamos vivenciar la situación que le llevo a eso? o ¿apenas si le escucho juzgándole desde mi propia vivencia personal?. Se cree superior, decimos en otras ocasiones ¿no será que tu orgullo es incapaz de reconocer sus virtudes y tu ceguera incapaz de ver tus cualidades?. Que diferente es decir: que desagradable es, a ¿Qué le habrá pasado, o que le habrán hecho en algún momento, dado, de su vida para ser así o para haber llegado a esto?; tal vez haya muchos, más, ejemplos que poner, pero valga una pequeña muestra para decir, que no falte la autocrítica, día y noche en nuestra vida, aunque nos duela el alma. Ya que al conocer donde estoy, yo, ahora; sepa, luego, entender dónde están los demás. También es una manera de dar sin exigir y, de perdonar; porque yo mismo descubro, en la autocrítica, que necesito ser perdonado.