En aquel tiempo Jesús dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos… Sí, Padre, porque así lo has querido. Estas misma palabras, Padrecito del Cielo, vienen resonando en lo más hondo y profundo de mi ser, porque cada día que pasa estoy más convencido de que tus enseñanzas, son genuinas, las únicas con las que el mundo sería transformado: no habría lugar para gobiernos, ni regímenes políticos; ni sitio para la soledad o la tristeza; ni hambre, ni sed de justicia, ni niños violados, ni mujeres asesinadas, ni maridos humillados, ni ancianos explotados o abandonados.
El primer lugar siempre estaría vacío, porque la donación de nosotros mismos en favor de los otros, seria el norte que condujese nuestras vidas. La palabra extranjero desaparecería de nuestro diccionario, ya que todos heredaríamos la tierra; esa en la que el sol y el agua los regalas a todos los hombres por igual. Nadie moriría solo, ni saltando una alambrada para no morir de hambre. Nadie se suicidaría por ser acosado o marginado debido a su físico, a su religión, a su condición social o a su tendencia sexual: nadie, en definitiva, moriría de desamor. Padre, a veces, es desgarrador ver como el mundo va entrando en una espiral de odio, violencia, suficiencia e incultura, que lo va desgarrando y llevando hacia su destrucción final: no me gustaría ser agorero, pero veo que esto no pinta bien y me hace entristecer. Me hace entristecer por dos motivos: porque viendo, como Tú mismo decías, no ven y oyendo no oyen, porque han endurecido el corazón. Me gustaría, por tanto, gritar a los cuatro vientos ¡quitaos la venda de los ojos! ¿Pero serviría de algo? Si a Ti te crucificaron siendo Dios…¿Cómo podrían oírme a mí, que no ilumino con Tu luz, ni poseo la Sabiduría, ni soy yo mismo la Verdad, ni hago milagros, ni sano corazones derrotados, ni curo cicatrices de la vida. ¿Cómo me creerán, si no he triunfado? ¿Si no hablo con soltura? ¿Si mi apego no está en las cosas de este mundo? ¿Ni mi ídolo es mi imagen? Me apena ver, que hoy como ayer, no te entienden, que cierran los ojos mirando para otro lado y han terminado por llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo. Así donde Tú pones entrega, ellos comodidad; donde Tú servicio, que me sirvan; donde Tú humildad ellos orgullo, donde tu sumisión y la voluntad del Padre, ellos protagonismo y su propia voluntad; donde Tú donación ellos sálvese el que pueda, donde Tú dices que está la vida, ellos que la muerte. Si Tú dices, que un mundo mejor es tarea de cada uno, ellos echan balones fuera haciendo culpable, siempre, a los de enfrente o a los de arriba, o sea, al vecino o al político de turno. En fin… nos quedan tus promesas para no dejarnos llevar por lo que, intuimos, puede venirnos encima. Tú triunfaras y triunfarás para los que permanezcan en tu amor. Nosotros sabemos que tenemos un Dios -el único que existe- que es grande, majestuoso, comprensivo, de mano tendida; que comparte el pan y el vino; que nos hace suspirar en su suspiro; que nos da paz, allí, donde otros solo encuentran desazón; que nos hace estar alegres porque Él es alegría; que nos quiere con locura y nos espera sin reproches, en cualquier momento, ofreciéndonos la Vida. Un Dios que nos respeta, a tal grado, que no interviene en nuestra libertad, por muy grave que vaya a ser mi pecado o la mano que alce contra el hermano. Un Dios que nos ha igualado a Él, dándonos, en primer lugar, a Jesús como hermano y, después, la herencia del Reino, es decir, todo lo que Él es; a el mismo. ¡Bendito seas Jesucristo ahora y por siempre, bendita tu madre Santa, María! ¡Bendito sea el Padre con el Espíritu Santo! ¡Gloria a Dios, que te alaben todas tus criaturas! ¡Cante de jubilo toda la creación! ¡Alabado seas Señor por los que no te alaban! Perdona Padre, por último, a los que te maldicen, por que si supieran como los amas… se convertirían y harían milagros. ¡Gracias Padre por la vida!