La primera lectura de hoy es muy enjundiosa, S. Pablo nos habla de ser administradores de Cristo y de los misterios de Dios, a demás agrega la principal característica del administrador, a saber, la fidelidad. Fidelidad y fe derivan etimológicamente de fides, palabra latina que significa lealtad. Uno de los Misterios mas grande de Dios es la propia Iglesia fundada por Cristo. Parece que, en muchas ocasiones, tanto laicos como consagrados, más que servidores leales, pretendemos ser gobernantes o legisladores de los Misterios de Dios y de Su Palabra. Y, así, entramos en discusiones fútiles sobre cuestiones que no le corresponde al administrador dilucidar, poniendo, de este modo, en duda la misma palabra de Dios o el Magisterio de la Iglesia, a la que Cristo mismo, por extensión, dio en la persona de Pedro la autoridad para atar y desatar en el cielo lo que dejara, como roca de Su Iglesia, amarrado en la tierra. Por estas discusiones y, en ocasiones, contradicciones puestas en evidencia, no solo de palabra sino de facto, llevada a cabo por los que deberíamos ser leales administradores, se derivan graves consecuencias para el Cuerpo Místico de Cristo, ya que no hay cosa que debilite más al cuerpo que la enfermedad de uno o varios de sus miembros, como, por contraposición, no hay nada más productivo, que, el que todos sus miembros gocen de buena salud trabajando en armonía en el servicio encomendado a cada uno de los leales administradores. Pero S.Pablo va aún más lejos en esta lectura, nos recomienda -aún sin decirlo- la actitud que tuvo la Virgen María durante toda su vida, guardar en el Corazón aquella parte del Misterio que se le escapaba al entendimiento. Porque será el mismo Cristo el que venga a dar a conocer las intenciones que se esconden detrás de los corazones y, por ende, destapar al administrador infiel, que en privado lleva una vida y en público otra, o de aquel, otro, que hace dudar del que gobierna a sus fieles o a sus hermanos, es decir, de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. Carta I de San Pablo a los Corintios 4,1-5.