Lucas 10, 1-2 «La mies es mucha y los obreros pocos, rogad pues al dueño de la mies que envíe obreros a su mies»
Si padre, te rogamos en el nombre de tu hijo Jesús que envíes obreros que hablen, que sanen en tu nombre y que extiendan las maravillas de tu reino: reino de paz, vida, alegría, justicia, hermandad. Pidámoslo insistentemente, porque Tú cumples tu palabra y, ésta, nos dice: » pedid y se os dará, buscad y encontrareis, llamad y se os abrirá; porque el que pide recibe, al que llama se le abre y el que busca encuentra«.
Las hombres andan perdidos, sin saber a que puerta llamar, a donde acudir: todos los ámbitos de la vida, están tocados de muerte por el hedonismo, la ambición desmedida, el afán de notoriedad, el individualismo y los valores puestos del revés. En la medida que nos separamos de Ti y nos aferramos al mundo, hemos pervertido el juicio y valor de las cosas: así, el listo no es el más inteligente, ni el que más se esfuerza por alcanzar la sabiduría; es, por el contrario, el que más engaña para sacar ventaja, el que más roba, el que vende su físico para alcanzar la fama sin ejercer méritos notorios, y, en ocasiones, el que más grita se impone al que más se prepara para afrontar el futuro. Decirle a un niño pequeño, que malo es, es poco menos que echarle un piropo; de tanto repetírselo no nos extrañemos, luego, que identifique maldad con masculinidad. Por el contrario, a las niñas se las ensalza, incesantemente, por su belleza, no nos escandalicemos, igualmente, que identifiquen lo femenino con su cuerpo y con las apariencias; quedando, por este motivo, frustradas cuando el cuerpo no les favorezca o cuando no tengan el suficiente dinero para ropa y cosméticos.
El AMOR, que debería ser el verdadero valor; a quedado relegado para la navidad o para dar una limosna de tarde en tarde y para hacernos sentir que aún tenemos un corazoncillo. Pero el amor es otra cosa, el amor no habla mal del otro, no trafica con influencias, no hace suposiciones sobre los pensamientos de los demás, es autocrítico, se alegra con el bien de las otras personas, acepta sus propias limitaciones y no busca subir cumbres pisoteando o hiriendo los sentimientos del prójimo. El amor es paciente, indulgente, servicial, se pone en la piel del otro, esconde las faltas del amigo; y guarda los secretos y las confidencias del mismo, en el cofre blindado de su corazón. El amor no es arrogante, pide perdón; no importa cuando pero desea curar las llagas de la persona a la que hirió; el amor no es vengativo, es amigo de olvidar la ofensa, porque sabe que, él, también es vulnerable y comete errores. El amor por supuesto es, igualmente, caritativo y, así, se compadece, acoge, ayuda y ama al pobre, al indigente, al emigrante, al enfermo, al que está solo y a los más indefensos: el embrión, el niño, el anciano, y, por supuesto, también a los deficientes o diferentes. Y, por último, el amor por antonomasia, el amor de todo los amores, es el de Jesucristo, que dio la vida por toda la humanidad, para que la humanidad pudiera tener otra vida: la posibilidad de ser sanada, pacificada, redimida y santificada por la gracia que el derrama, gratuitamente, por medio del Espíritu Santo. Los santos no son superhombres ni extraterrestres, fueron tocados por el amor de Dios, se fiaron de su palabra con la misma confianza, que un niño de su padre o de su madre.
09/10/2014