No hay nada mejor que ver una película con solera, de los años 50-60 para apreciar el cambio que la sociedad ha dado en tan corto espacio de tiempo. Y el caso es que, este cambio, si pudiese ser cuantificado en un porcentaje, yo le daría una calificación muy desfavorable, diría que los cambios registrados en un 80 por ciento han sido para peor. Días antes de leer un articulo sobre Pasolini (que enlazo al final del post) del bueno de Deprada, vi la película de Luchino Visconti «Rocco y sus hermanos». Película que refleja muy bien, los avatares de una familia humilde que tuvo que afrontar la emigración, como muchas familias españolas de aquellos años, para salir de su paupérrima situación económica. Esa familia llevaba las maletas cuasi vacías, pero, en cambio, llevaba el corazón repleto de tradición, fe, confianza en el futuro, arraigo familiar. Aunque por otro lado, el filme, también nos mostraba el lado oscuro del alma humana en uno de sus protagonistas.
El contraste estriba, en que no solo se han sostenido en el tiempo esos instintos bajos del ser humano, si no que ligado al «progreso» hemos perdido, aquellos valores, que nos identificaban con la tradición, la confianza, la tierra, la Fe con mayúscula y la buena fe en las personas, y la familia como clan (en el buen sentido de la palabra) donde uno apoyaba a todos y viceversa. Visconti, de algún modo, vislumbraba ya, los males de una ciudad grande y en «progreso» (Milán), con los valores unidos al medio rural, que hacían a los campesinos vivir al ritmo de las horas, en armonía con la madre naturaleza y con la paz que les aportaba el núcleo familiar. Ademas, si profundizamos en la psicología de los personajes de la película, es digno de encomio, que, Luchino Visconti, siendo de condición noble, elija a la capa social más desfavorecida por entonces; para, libre de todo prejuicio, situar en ésta los valores más altos de la condición humana, por un lado; y, al mismo tiempo, como contrapunto, por otro, resaltar la degradación a la que puede llegar la persona, cuando descartando a Dios y sus principios universales se deja arrastrar de su nada, es decir, de sus pasiones e instintos primarios.
Enlace al articulo de Juan Manuel de Prada.