Prácticamente hasta la era industrial y tecnológica, el hombre observaba los fenómenos que se producían en la naturaleza, como una lección de la misma, para aplicarlos en su vida cotidiana. En otras ocasiones, en cambio, como un signo de lo que podría acontecer más adelante. De tal modo que, en España, se predecía el clima del año siguiente, por los fenómenos atmosféricos que se producían durante los últimos 24 días del mes de diciembre.
En algunos países orientales desarrollaban diferentes tácticas de lucha por la observación del movimiento en ataque de algunos animales. Este preámbulo viene para ilustrar la mirada, que surge del interior, cuando uno va sin prisas por la vida: estando sentado en el parque, a la sombra de un abeto, no hace mucho, era sorprendido por la quietud de éste, por su silencio, por su paz: que soplaba el viento, él se dejaba acunar; que un pájaro se posaba en sus ramas, no protestaba por servir de descanso para otros; que un perro marcaba el territorio haciendo sus necesidades en su tronco, lo aceptaba impertérrito; que un adolescente gravaba un corazón en su corteza, u otro hacia un circulo en rededor, para comprobar si se secaba como dijo dijo su profesor de ciencias naturales en clase; el árbol allí que quedaba, mudo, sin rechistar. Con los animales pasa un tanto de lo mismo: por lo general no pelean entre ellos, a no ser por el sustento, o, por su instinto de conservación, cuando se sienten amenazados. Esto fue, entonces, lo que puede leer aquella tarde en la naturaleza como consecuencia de mirar hacia dentro lo que observaba fuera: El hombre es el único ser del planeta, que lucha, pelea, discute y trata de imponerse ante su semejante, queriendo demostrar lo que es, o más bien, lo que no es. El árbol es quietud, serenidad, paz, porque es lo que es y para lo que fue creado, entre otras cosas, y el animal un tanto de lo mismo: no necesita demostrar la hormiga que lleva más carga que su compañera, ni se pelea con otras porque vayan de vacío al hormiguero, ella se conforma con ser lo que es, portadora. ¿Porque el hombre, a la sazón, quiere demostrar continuamente que sabe más que el otro, que tiene más, que es más fuerte, más sabio, más poderoso, más bueno, el que se las trae a todas de calle, etc.? La explicación de esta demostración, en toda persona, viene porque el hombre se va apartando paulatinamente de lo que es, es decir de su esencia; y por eso busca en los otros, lo que el mismo no da o lo que le falta: amor, reconocimiento, comprensión, respeto. El hombre fue creado a semejanza de Dios que es Amor, y por ello, cuanto más se aleja, de su propio ser, que es semejante al de Dios, es decir, del Amor, con más ahínco intenta demostrar, ante los otros, tener aquello de lo que carece; debido a su añoranza de lo que en su inconsciencia denota que debería ser. De tal manera, que si alguien o algo vive conforme a lo que es y para lo que fue creado, no necesita demostrar nada; ya que se siente completo, y lleno, en sí mismo. Por eso dice Blaise Pascal: «En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús.»