Me he encontrado a lo largo de mi vida con muchos tipos de castas, pero como el hombre es el único animal sobre la tierra con capacidad para el autoengaño, proyecta sobre los demás sus propias miserias para, de este modo, no tener que apearse de su conducta elitista, insolidaria y egocéntrica. Así he observado un buen número de castas, tantas que a muchos le sorprendería formar parte de dicho espécimen reservado ahora, según el criterio de la mayoría de ciudadanos, a los políticos. Y no cabe duda que los políticos, tanto los que están como los que han de venir, forman una casta bien acomodada y endógena que solo busca el clientelismo, cuando no el totalitarismo para conservar sus privilegios. Ese endiosamiento que da el sentirse perteneciente a una élite y lo que conlleva el mismo, de rechazo al que está fuera del grupo, tiene difícil solución de no ser que el ser humano revierta el orden de valores que se ha dado a sí mismo en los últimos tiempos. Es decir, tendría que volver a los valores unívocos, universales y trascendentes, para desterrar, desde ahora, por un lado el relativismo (ya que por su misma inconsistencia se presta a la ley e interpretación del más fuerte), y, por otro, el pensamiento totalitario de las izquierdas que debido a su paternalismo y supremacismo ideológico, siempre terminan restringiendo las libertades individuales de la mayoría. Ni que decir tiene, que no hay peor casta que la que se cree en posesión de la verdad.
¿Por qué tendría que volver el hombre a los valores trascendentes? Porque éstos son externos al mismo hombre; no se los ha dado él a sí mismo, sino que parten de la iniciativa de Dios que se ha revelado en la historia, culminando con la encarnación de su propio hijo, Jesucristo. ¿Y porque sería una norma válida para todos? pues porque no parten de los intereses de un individuo o de un colectivo, sino de Dios, cuyo conocimiento infalible, busca siempre el bien de sus criaturas, de los que fuimos adoptados por la mediación de Jesucristo, como herederos del mismo Reino de Dios. Dios es tan justo e inmutable que ni siquiera reservó privilegios para su propio hijo, pues como sabemos por las escrituras, éste se sometió a las leyes morales y civiles de su tiempo. Así se nos pone de manifiesto en Mateo 5, 17: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud».
Por lo comentado se desprende, que si entendemos así los valores, estos quedan fuera de la elucubración humana, sujeta a error, por la misma condición limitada y temporal del hombre; es decir, fuera de cualquier tipo de coyuntura, ideológica, cultural, partidista, materialista, fantasiosa, etc., de poder o casta.
Pero como expuse con anterioridad: me he encontrado con muchos tipos de castas a lo largo de mi vida, casi tantas como gremios humanos hay, cada cual orgullosa por creerse la mejor; plegada sobre sí misma, incapacitando a sus miembros a ampliar sus horizontes y sus conocimientos; en ocasiones hasta inutilizándolos para que puedan tener un pensamiento propio. Todo ello tiene una explicación, en lugar de considerar a los otros, como hermanos y compañeros en el camino de la vida, los hago enemigos, competidores y rivales, porque es la única manera en que la castas puede mantener los privilegios y el poder.
Pero aparte de la casta política y restos de gremios, hay otra condición en el hombre muy destructiva, es la que le incapacita para la autocrítica. Son aquellos que todos los males -propios o ajenos- los trasladan a los demás, es la casta de los inmaduros. Por lo general, todos sus males y problemas se deben al gobierno, a su madre, a su padre a su hermano o al entorno. Este autoengaño hace que muchos se queden paralizados esperando que venga su salvador, o cuando no, sea la coartada perfecta para pasar por encima de todo (sin escrúpulos) como si fuesen los únicos habitantes del planeta. Pero resulta que el Salvador ya vino (y aún puede venir a tu corazón porque su mensaje es atemporal y desinteresado). Es aquel que tiene leyes que igualan a todos y que son de obligado cumplimiento para cada uno, no solo para una élite, para un tipo determinado de casta. Es aquel que nos dice: no robaras; pero este no robaras es para todas las personas, independientemente que puedas robar poco o mucho dependiendo del círculo en que te muevas; porque como decía el mensaje publicitario ecológico, una envase arrojado al mar o a la montaña, no contamina, pero los muchos envases, de cada uno, sí que contaminan una montaña, un océano o una nación. Este mismo salvador -Jesucristo- es el que nos dice que tenemos un Padre común a todos y que por tanto, si abandonamos a su suerte a un indigente, a un trabajador, a un subordinados, a un jefe; estamos abandonando a un hermano hijo del mismo Padre y, por consiguiente, a quien más ofendemos es a nuestro Padre común que nos ha hecho y creado por amor y para que amemos. En Dios no hay casta que proteja o abrigue intereses particulares, en Dios solo existe una única casta con leyes universales que atañen a toda la humanidad por igual y, debido a las cuales, cada uno recibirá un juicio en particular para el cual no valdrá la consabida excusa de: lo hice porque el otro, mucho, más que yo.
Mucho me temo, si el mundo no da un giro de 180 grados, que iremos a peor; y no me tengo por profeta, pero si por gran observador. Cada vez tendremos más castas, cada una de ellas, egoístamente, defendiendo privilegios, ya que los privilegios se crean para conseguir votos, y los votos sirven para dominar a la masa, que es la casta mayoritaria.