Hace ya tiempo que me vengo preguntando a que se debe que nuevamente proliferen en el panorama español y mundial los fundamentalismos y totalitaristas. Esta misma pregunta le hacia el otro día a un amigo estudiante de psicología, el cual me ponía una metáfora para que entendiese este resurgimiento (desconozco si extraída de sus mismos estudios). DE la misma se infería que cada persona se identifica con un grupo humano, en su lucha por la supervivencia. En concreto los que gozan de privilegios se identificarían entre sí, para que no accedan a ellos, otro grupo carente de los mismos, y a su vez estos, los que no disponen de recursos, se sentirían afines entre ellos, por intentar hacerse con el medio de su pervivencia de los privilegiados. El ejemplo grafico que me proponía para que lo entendiese mejor consistía en visualizar un espacio en el que se hallaba una hoguera ‒no demasiado grande, por cierto‒ en el cual las personas que estaban en primera fila, intentaban conservar su posición en detrimento de los que estaban en segunda, los cuales no podían calentarse; y, por supuesto, estos últimos pujando por arrebatar, a su vez, la posición a los primeros. De ahí, según él, nacía la necesidad de identificarse con un grupo y el fanatismo por eliminar a aquellos por los que se siente amenazado. Esta respuesta, si bien explicaba en parte mi pregunta, no daba aún una contestación eficaz y global al comportamiento de algunas personas en la sociedad, en su modo de interactuar con los que no pertenecen a su grupo; atendiendo, especialmente, a que no se avienen a razones y siempre te argumentan con el patrón diseñado por su ideología o su jefe de fila. De hecho, este fenómeno se da individualmente hasta en colectivos humanos que no están catalogados como sectarios como, sucede con ideologías o grupos que ya, en si mismos, son de pensamiento acabado y no admiten discusión y mucho menos oposición. De este modo, la metáfora del fuego tendría sentido si todos los humanos tuviesen esta actitud de clase, de casta, en la que se forman anillos cerrados e infranqueables, que deben eliminarse unos a otros para sobrevivir: sin embargo, todos conocemos la existencia, desde tiempos inmemoriales, del proverbio que preconiza que la unión hace la fuerza. Hay grupos humanos y personas que han abierto el paso a otros, caso de la transición española, sin necesidad de eliminar al que supuestamente tenía el fuego en ese momento o al que no lo tenía, según identificación. Entonces, por lo ya comentado, se deduce que, bajo el modo de interactuar de las personas, se encuentran patrones de conducta comunes. Así los fanáticos se dejarían guiar, unas veces, por los sentimientos de afecto e identificación y, otras por miedo e instinto; mientras que los segundos, las personas libres, lo harían, en cambio, por saberse manejar en una relación natural y no predeterminada entre razón, intuición y constatación, a la vez, de las pruebas que arrojan los hechos, la naturaleza de las cosas y la historia. En resumidas cuentas, las personas se dejan llevar, bien, por el instinto y por los sentimientos de pertenencia a un grupo o, bien, por su capacidad de utilizar, libremente, su propia capacidad de raciocinio. De este modo, para que una filosofía o ideologia totalitaria arraigue en una persona, y le incapacite para ejercer su propia libertad con posibilidad de mantener un dialogo razonable con su oponente y salir de su círculo viciado y endogámico, se esconde una personalidad, en unos casos insegura, por lo cual necesita una base sólida donde afianzarse para dominar al resto; y, en otros, una personalidad sometida, a la que se le ha ganado para la causa grupal o gremial, anteriormente, por lazos afectivos muy fuertes, tales como, por ejemplo, vínculos familiares, amistades fuertemente enraizadas, o lazos de dependencia como pueden ser los trato de favor.
Así, pues, no pierdas el tiempo, dialogando con quien te responde con frases hechas, con slogans, con evasivas, con conceptos preconcebidos o con su sujetivismo, sin atender a la logica, a la historia, a la naturaleza de las cosas, sin poder argumentar no desde lo que creo, espero y deseo, sino desde lo que me muestra, tanto mi razón y mi mundo interior, como lo que existe fuera de ellos.