Anoche, leyendo en el libro Conversión Permanente, del Padre Ignacio Larrañaga, editado para los guías de Talleres de Oración y Vida, se me invitaba al examen de conciencia y a la autocrítica. Creo que el evangelio de hoy invita a lo mismo, a revisar nuestra conciencia y a ver donde estamos parado -sin avanzar- a causa del autoengaño o las justificaciones, que, a fin de cuentas, es lo mismo.
Así es, muchas veces intento sustituir la voluntad de Dios, por mi propia voluntad; muchas veces caigo en la tiranía de mis pasiones y pereza espiritual, para sustituirla por ritos, rezos, misas, confesiones, rosarios, ayunos, hiperactividad, etc. Y no es que todo esto sea malo, al contrario, por medio de los sacramentos hallamos el camino de la gracia …y si no fuese por ellos, seguramente, hace ya mucho tiempo que hubiese desistido del Camino de la Salvación, del camino de la Vida.
El problema estriba cuando convertimos todas estas prácticas en rutinarias, en prácticas farisaicas sin buscar la santificación personal por medio de ellas. No se trata, como ya he dicho en otras ocasiones, de estar a buenas con Dios: como si a Dios se le pudiese comprar, al estilo humano, con dádivas externas vacías de contenido; en este caso de corazón, de alma. Pobres de nosotros… la medida de Dios es infinita y su voluntad perfecta, ni por mil vidas que viviésemos se puede comprar o sustituir su voluntad sobre nosotros, con una vida de prácticas religiosas o buenas acciones si, anteriormente, no buscamos la santificación personal, profundizando en el contenido de esas mismas prácticas y tratando, por otro lado, de establecer un trato intimo con Dios –un trato, profundo, pausado, dialogado, reflexivo, interiorizado, entregado, rendido, confiado a su voluntad– a través de su Palabra y de la oración.
De cualquier modo, hemos de tener en cuenta, que una cosa es estar de acuerdo con lo anteriormente expuesto -inteligible, pienso, para casi todo el mundo- y otra, como solemos decir popularmente, ponerse manos a la obra. No podemos conocer a Dios, si anteriormente no nos detenemos, en seco y con tiempo, a meditar cada día en las Escrituras (no vale el que otro lo haga por ti, ya que la palabra toca el corazón de cada persona de un modo diferente, pues como sabemos, por propia experiencia, la misma es viva y eficaz), y no podemos, por lo mismo, amar a Aquel que no conocemos.
Lo ya comentado, llevarlo a término, no es difícil ni imposible si comparamos el tiempo que dedicamos al móvil o al ocio, con el tiempo que dedicamos a nuestra salvación; es decir, a lo más grande y definitivo que nos puede suceder en esta vida terrenal, y en la futura junto a Dios. Si fuésemos lo suficientemente conscientes de esto, haríamos de nuestras vidas una oración constante, una búsqueda permanente de la presencia de Dios.
Oración: Hoy Señor siento un gozo inefable, me gustaría traspasar el corazón de cada ser humano para que entendiese el amor con que tú nos miras (del polvo y la nada me hiciste; del polvo y la nada viniste, y vienes a rescatarnos, con nuestro permiso), la esperanza que has puesto en cada uno de nosotros, la estela que vas marcando para que, ninguno se pierda ¿Cómo vas a olvidarnos, como no vas a intentar rescatarnos, una y mil veces, si nos has comprado a precio de sangre, de la Tuya: a precio de herida, de humillación, de desprecio?
¡Despierta hermano…! el mundo nos tiene sumido en una quimera; engañados con deseos imprescindibles, con vienes igualmente irrenunciables, con ideales inviables porque no tienen en cuenta la naturaleza caída del hombre y a Aquel que lo puede liberar de su propia naturaleza; en definitiva, con cadenas y Dioses falsos que coartan nuestra libertad, para ser la mejor versión que Dios ideó para cada uno de nosotros. Hombres que viven para amar y dan la vida por el amor primero, único y verdadero que es Jesucristo. Hombres que, por la acción del Espíritu Santo en sus vidas, llegan ellos mismos a transformarse en amor, en pan, a semejanza de su maestro, el Mesías, el Salvador.
Enlace al Evangelio de hoy 12-02-2019