mentira

Apoyándome en las Escrituras, retoco unas de las entradas que ya tenía escritas en mi blog, motivado por el engaño que han sufrido los españoles (al menos los que le votaron) a manos del presidente de España y del conjunto de diputados del PSOE que, con su apoyo o con su silencio, han contribuido al fraude de las promesas electorales más importantes de Pedro Sánchez tan sólo tres días después de concluir el proceso electoral.

Ex 23, 7: Aléjate de la mentira. No harás morir al inocente ni al justo, porque yo no perdonaré al culpable.
Proverbios 12, 22: Los labios mentirosos son abominables para el Señor, pero los que practican la verdad gozan de su favor.
1 Juan 2:3-4; Si alguien dice: «Yo lo conozco», pero no guarda sus mandatos, ése es un mentiroso y la verdad no está en él. Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.

Mentir es uno de los pecados más graves, a los ojos de Dios. Sabemos por propia experiencia, el dolor que causa el sabernos engañados o traicionados, de igual modo lo inferimos por los pasajes bíblicos que he mostrado anteriormente (de facto, no mentirás, forma parte de uno de los diez mandamientos dados por Dios a Moisés). Y debe ser así porque a diferencia de otros pecados, que se quedan en uno mismo -aunque todos afectan al cuerpo místico de Cristo- este, en concreto, no solo afecta a la persona que miente al perder su credibilidad, sino que atenta también, de lleno, contra la buena fe de la persona engañada y, por consiguiente, a la inocencia de esta. En ocasiones la persona mentirosa daña no solo a un individuo (que no es poco, ya que por mentir a alguien se ha llegado a acabar con el equilibrio emocional de esta persona) sino que puede afectar a multitudes.

Así sucede, cuanto el mentiroso es un político, un eclesiástico, un profesor, un futbolista, un pastor, etc., al que siguen multitudes (especialmente ahora con las redes sociales) ya que no solo queda afectada la credibilidad del mentiroso -en quien sus seguidores habían depositado su confianza- sino que, al mismo tiempo, queda gravemente dañado el grupo al que pertenece y representa. De hecho, no pocas personas abandonan las instituciones cuando algunos de sus cargos más relevantes mienten reiteradamente, o sus soflamas no están en consonancia con su estilo de vida. Y no solo eso, sino lo que arrastra parejo a dicha incoherencia, pues la persona defraudada, si carece de fuertes convicciones (las cuales solo pueden sostenerse en el tiempo cuando tenemos un sentido trascendente de la vida, especialmente si creemos en el Dios de la Revelación), termina imitando la conducta del mentiroso y, por ende, afectando este ciudadano de a pie, del mismo modo que su líder, al conjunto de personas con las que interactúa en su cotidianidad; es decir, al final la mentira termina siendo un virus social que va colonizando a toda la población sembrando la desconfianza de todos contra todos. Esto se observa, especialmente, en los países desarrollados donde los valores morales, se han ido sustituyendo (a traves de los medios de comunicación) por los materiales, principalmente el dinero y el afán de poder a toda costa. Y una de sus armas más letales para alcanzar dichos objetivos -como venimos comentando- es la mentira. 

La desconfianza que crea la mentira es letal, por que se extiende como pólvora al conjunto de la población. Si eres un poco observador, se puede advertir en el rostro tenso y la mirada rígida -en ocasiones casi desafiante- que muestran muchas personas con las que a diario nos cruzamos por la calle. Hoy no solo se miente, sino que hemos llegado a una degradación moral tal, que se aplaude incluso la mentira y al mentiroso con un eufemismo que tiene el nombre de post verdad. De este modo, ya no interesa para nada la coherencia y la verdad (sustituida, en el presente, por el interés personal o corporativista).

De esta manera, la verdad que nos edifica como personas y como sociedad se niega, cuando no interesa a los poderes públicos o a determinados lobbies, rechazando los datos que aporta la ciencia, la tradición, la ley natural, el sentido común, e incluso la historia, la cual ha quedado relegada como un instrumento más de la política ya que se reinterpreta, de un tiempo a esta parte, en clave ideológica.

Si nos interesamos por algo, como ya mencioné, es por el bienestar económico, en una huida constante -en el fragor de esa búsqueda de riqueza- de nuestro vacío interior existencial. Ya lo dice la Biblia: «No solo de pan vive el hombre» y muchos experimentan o hemos experimentado, mejor dicho,  en nuestra vida cotidiana este gran axioma como infalible; económicamente hemos estado bien pero por dentro estábamos rotos o viviendo una vida de conflictos interminables. 

En conclusión, deberíamos plantearnos seriamente, como individuos, como padres, como educadores y, más aún, como creyentes: si realmente merece la pena tener cinco o diez euros más en la cartera a primeros de mes, que es lo que nos prometen los políticos (que al final también es un engaño porque nos lo sacan por otro lado: las cuentas son las cuentas), o aspirar y luchar por una sociedad sana, impregnada de valores, que aspire a algo más que a tener resueltas todas sus funciones vegetativas.

Pero este verdadero nuevo orden de valores, solo lo puede dar la esperanza, la creencia en un Dios que se sitúa más allá de este mundo y que nos promete entrar en su gozo, siempre y cuando nos empeñamos, en el presente (en la vida terrenal), en construir -con su ayuda y sus enseñanzas- las realidades de lo que tendremos definitivamente y en abundancia después de la muerte: un Reino de paz, justicia, amor, caridad, comunidad, y gozo. No es imposible y está a nuestro alcance, lo conocemos por el ejemplo y vida de los santos, (no eran superhombres, sino personas de carne y hueso, como los demás, qué, en su empeño de seguir el evangelio, a Jesús, transformaron su entorno y, en ocasiones, hasta el rumbo de la historia). 

Por eso me dirijo, ahora, especialmente a mis hermanos de credo: la pérdida de la fe en las promesas que nos comunica la Palabra de Dios, y en aceptar sus enseñanzas tal cual, ha llevado a muchos a una doctrina lait, acomodaticia, de moral de situación, relativista, y a un buenismo paternalista (de superioridad moral), de connivencia con los pecados sociales e individuales, que me ha planteado, en más de una ocasión, varios interrogantes y dudas, llegando a la conclusión de que este grado de corrupción e inmoralidad al que asistimos, no  sólo se debe a los Poderes públicos, sino también, aunque en menor medida, a las instituciones y las personas que, por varias décadas, tal vez generaciones, han estado al cargo de la educación de niños, jóvenes y personas adultas.

Si mi reflexión no está desenfocada, creo que nos hemos quedado en la superficie del Evangelio, sin plantar cara a esos poderes públicos (incluidos los medios de comunicación de masas), antes bien, nos hemos impregnado de los mismos en el cumplimiento de unas normas doctrinales, no por el espíritu que esas normas encierran, sino para tranquilizar nuestras conciencias, como si pudiésemos comprar a Dios. No obstante, hay que decir, en honor a la verdad, que en países que no hay libertad y en los que el estado lo impregna todo, las sociedades están aún mucho peor; viviendo si horizonte, sin futuro, sin moral, y sin resolver tan siquiera las necesidades básicas, que era el motivo por el cual ellos enarbolaban la bandera del poder único y totalitario.

Hagamos, pues, un mea culpa, empecemos de nuevo (con lo poco que nos queda) y démosle la importancia y el valor que tiene, en sí mismo, a lo sagrado. Y,  después, en manos de quién lo ponemos para transmitirlo. Aunque por otra parte, yo me pregunto: ¿Cómo le vamos a dar ese valor si no conocemos las Escrituras, y cómo influenciará un cambio en mi vida y, por extensión, en la sociedad, si no la medito, y cómo la voy a meditar, si no le dedico tiempo y me recojo en oración como Jesús y María?

Para concluir vuelvo a la Palabra de Dios (Mateo 4,4) Jesús le respondió: —Escrito está: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”

 

Acerca de renaceralaluz

Decidí hace ya mucho tiempo vivir una vida coherente en razón de mis principios cristianos, lo que quiere decir que intento, en la medida que alcanzan mis fuerzas, llevar a la vida lo que el corazón me muestra como cierto: al Dios encarnado en Jesucristo con sus palabras, sus hechos y su invitación a salir de mi mismo para donarme sin medida. Adagio: El puente más difícil de cruzar es el puente que separa las palabras de los actos. Correo electrónico: 21aladinoalad@gmail.com

Puedes dejar tu opinión sobre esta entrada

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s