En este Evangelio vemos como la familia de Nazaret, no sólo cumplen con los preceptos legales, como vimos en días anteriores, sino que cumple también con los preceptos de la Ley de Moisés, es decir con la religión hebraica. Observamos, por otro lado, los dones del Espíritu Santo, derramados en un hombre, dice el Evangelio, justo y piadoso como Simeón el cual profetiza que está delante del Mesías, el Salvador que aguardaba esté pueblo desde antiguo, y además avanza como será su tarea, la de un liderazgo espiritual, que pondrá al descubierto lo que está oculto en el corazón del hombre (por eso dice que será signo de contradicción) y que, por otro lado, su misión es universal, ya que vendrá a dar Luz, es decir conocimiento y vida, a todas aquellas naciones paganas que aún desconocían al único Dios verdadero; el mismo que ya había comenzado a revelarse siglos antes, por propia iniciativa suya, al pueblo de Israel. Finalmente, Simeón también, profetiza a María, que el hecho de haber acogido este hijo en su seno será para ella como una espada que atraviese su corazón.
De este modo vemos como Jesús se convierte, además de luz que alumbra nuestro camino aquí en la tierra, en una espada que al igual que María nos atraviesa el corazón, no nos deja indiferentes, porque por las mismas Palabras de Jesús, su predicación, nuestra intenciones más escondidas quedarán al descubierto al ser confrontadas con nuestras obras, actitudes y palabras: estás darán a conocer a quién pertenecemos.
Oración: Señor, tú mejor que nadie conoces nuestro corazón -sabes que guardamos en él- y por eso venimos a pedirte, suplicantes, que purifiques nuestras intenciones, alumbrando y dándonos a conocer todo lo que hay en él de oscuridad, todo lo que no viene de tí, y que impide que yo, a mi vez, sea testigo de tu luz y motivo de conversión para que otros te conozcan y puedan alcanzar tu Reino. Haz de mí Padre Eterno, en el nombre de tu hijo Jesús y por su venerable pasión, un hombre de justicia y piedad como Simeón el cual pueda ser habitado por el Espíritu Santo. ¡Amén!