En el Evangelio de hoy, vemos como Juan señala a Jesús, ante dos de sus discípulos como el Cordero, es decir como la víctima propiciatoria y suficiente de Dios, que debía limpiarnos de nuestros pecados y reconciliarnos definitivamente con Dios, algo que no podía hacer el antiguo sacrificio animal del pueblo hebreo, como tampoco lo logran los sacrificios que nosotros hacemos, ya que así dice la Palabra en otra parte: *Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron….He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad*.
Posteriormente observamos como los discípulos entusiasmados por saber que estaban ante el ungido de Dios, el Mesías que esperaban, deciden seguirle sin ninguna oposición de Juan el Bautista que, con esta actitud humilde, cede todo el protagonismo a Jesús, es decir no le importa perder él, en favor del que realmente es digno de honor y de único seguimiento.
Posteriormente vemos, como Jesús invita a su casa a estos dos discípulos. Jesús siempre abierto, como observamos en otros pasajes del Evangelio, a atender las necesidades espirituales y materiales de la gente. Así pués, invita a los discípulos de Juan a su casa, a quedarse con Él en ella; es decir, a mostrale su intimidad en el lugar más idóneo.
Y para finalizar, vemos que esta invitación de Jesús es expansiva, los discípulos invitan a otros a conocer a Jesús y Jesús por su parte comienza a cambiar sus planes, y para ello comienza con el nombre a Simón, lo cual en la antigüedad era tanto como como cambiar su propia identidad.
Enseñanza:
Como a los discípulos y a Juan, Jesús no nos deja indiferentes, viene a desinstalarnos, nos comunica sus dones pero a la vez nos dice que no podemos comprar la voluntad de Dios, solamente Él, es el Cordero que quita el pecado, el único al que hay que seguir, porque no es un hombre más, sino que es Dios al mismo tiempo. No basta, por tanto, con ser «buenos» como dicen muchos, sino que además necesitamos seguirle para conocer su intimidad y su voluntad y, al mismo tiempo, para lavar nuestros pecados en su sangre.
Oración: te pido Padre Eterno, en el Nombre de Jesús, tú hijo amado, ser humilde, no buscar protagonismos personal, que me libres de mis heridas y vacíos existenciales (de mis complejos) y que a cambio te conozca en tu intimidad para que viva de tí, por ti, y en tí, ya que tú eres mi Padre; Verdadero y Único Dios.
