Cap. V. NUEVOS E INÉDITOS HORIZONTES. Continuación 5,6,7,8

5. MI PRIMERA VIVIENDA

Al presentarme en casa a altas horas de la madrugada, escoltado por dos compañeros de trabajo y con la camisa rasgada por la lluvia de cristales que me cayó encima, mi tía quedó impactada y pocos días después del accidente me insinuó la posibilidad de salir de su vivienda. Sin embargo, antes de su invitación, me sugirió buscar alojamiento en una especie de albergue que alquilaban para inmigrantes extranjeros. Después de meditar todas las opciones posibles, finalmente opté, con los ahorros que tenía y un préstamo del banco, por comprar una vivienda en una pedanía a escasos kilómetros del pueblo de mis tíos. La casa, aunque pequeña, tenía un buen salón con chimenea y disponía de un solar para huerto y jardín. La urbanización estaba formada por una población flotante de barceloneses que se acercaban por allí especialmente en vacaciones y fines de semana. En su mayoría eran personas sencillas, inmigrantes de otras regiones de España que, con el transcurso de los años, a fuerza de ahorrar, habían juntado el dinero suficiente para levantar su segunda vivienda. 

Así pues, a falta de vecinos, me hice de un cachorro de pastor alemán con tal de mitigar la soledad; el mismo que, para mi sorpresa, fue creciendo hasta convertirse con el paso de los meses en un adulto fiero e indómito al que tenía que pasear en todo momento con bozal. A esa fiereza contribuyó el hecho de que tenía que dejarlo solo, por razón de mi trabajo, durante demasiadas horas expuesto al hostigamiento de los críos del vecindario que, cuando pasaban junto a la casa, aprovechaban para provocarlo arrojándole piedras.

En cierta ocasión alguien me comentó que los perros terminan pareciéndose a sus amos, desconozco si aquel infeliz se parecía a mí, aunque no creo, puesto que yo nunca he mordido, en todo caso he aullado de rabia y de dolor. Bromas aparte, lo que sí es cierto es que compartió, por el acoso de los críos, mi misma suerte. Tan tocado quedó del ala, en su lid con los chavales, que no se andaba con rodeos para atacar a la mínima que lo provocaban o se sentía amenazado. Debido a ese carácter (si se puede decir así) recuerdo que una tarde en la que procedí a quitarle el bozal para que cogiese aire mientras lo paseaba por los alrededores de la urbanización, no me dio tiempo a reaccionar cuando en pispás cazó a un chiguagua, por el lomo, con su mandíbula, mientras éste se le acercaba por detrás incomodándolo con ladridos. Mi primera reacción fue la de gritarle, pidiendo que soltase al pequeño buscapleitos de sus colmillos; pero viendo que mis órdenes se las pasaba por allí… pasé de las palabras y me tiré al suelo, como otro contendiente más entre ellos, hasta que pude abrir su mandíbula, entre una densa nube de polvo, levantada en el rifirrafe por la disputa del cachorro. Finalmente, cuando logré que mi perro soltara su presa, a diferencia de la nube que se forma en las peleas de los dibujos animados (los de mi infancia, ahora no sé), en la que todos terminaban indemnes, en esta hubo sangre, aunque no sé si duelo. El chihuahua, una vez liberado de las fauces de mi pastor alemán, salió corriendo a toda velocidad desangrándose, para ir a refugiarse en el chalé de su dueño. Yo por mi parte, después de observarlo en retirada, hice tres cuartos de lo mismo, en dirección a mi casa, para no entrar en litigio con su amo.  

Al enterarse mi madre que quería comprar una vivienda en Cataluña no dudó, tan voluntariosa como siempre, en venir en mí ayuda para prestarse como avalista, por si hiciese falta, en el banco. Entre mi tía, mi madre y yo, fuimos rodando de banco en banco y de Caixa en Caixa hasta dar, por fin, con una entidad de ámbito estatal que hizo confianza en mí. Una vez conseguido el préstamo, mi madre se trasladó conmigo a la que iba a ser mi primera vivienda en propiedad, acompañados, también, de mí primer chucho. Perro y casa a un mismo tiempo, ¡curioso! porque a pesar de lo mucho que me gustaban los canes, dado que mi madre era reacia a entrar animales en el hogar, nunca pude tener uno en la infancia. Aún conservo ese aprecio por ellos, tan es así, que cuando salgo a hacer deporte por el polígono industrial del pueblo en el que resido ahora, detengo mi paso, sobre todo los fines de semana que están solos, para transmitirles un poco de cariño; no importa que sean perros guardianes, con el tiempo he conseguido amansar a alguna de esas fieras; hasta el punto que ahora, uno de ellos, cuando no detengo mi marcha para rascar su lomo por detrás de la verja que nos separa, me llama la atención con sus ladridos.

Fue mi madre la que se encargó de poner nombre a mi perro, lo bautizó con el nombre de Trotski sin darme explicación de la elección de nombre tan significativo: que yo sepa mi madre no era comunista. Mi mamá permaneció en mi casa por tres o cuatro meses, hasta que le entró nostalgia del pueblo y del resto de la familia. Después de la marcha de mi madre, mi perro se quedó solo; aunque yo, por mi parte, me quedé solo también con mi perro.

6. LUCES ROSAS MÁS ALLÁ DE LA CARRETERA

Lo que voy a relatar a continuación sucedió antes de que mi mamá regresara al pueblo. Después de dejar la pandilla de mi prima, conocí a un chico divorciado con el que quedaba para salir los fines de semanas; un chico humilde y bonachón, hoy ya difunto (tal vez antes de tiempo a consecuencia de la soledad sufrida por el abandono de su mujer, de su hija y de parte de su familia natural). Su fatalidad la ahogaba en prostíbulos donde mitigaba su dolor y apaciguaba sus deseos. No obstante, a pesar de esos desahogos, no estaba exento de sensatez, por lo que calificaba el sexo con prostitutas (a pesar de que le sacaron todo el capital que tenía) como una agresión hacia la mujer; en concreto decía que le parecía una violación. 

Lo cierto es que pocas cosas enganchan tanto como el sexo y el anhelo de compañía, de lo contrario −según información recogida por Europa Press en el 2015 de fuentes oficiales− no habría unos 1400 locales de prostitución en España controlados por mafias, y según fuentes no oficiales hasta unos 4000, esto sin contar los pisos de cita. El mismo informe concluye que el perfil del usuario ha cambiado muchísimo en los últimos años, con un aumento vertiginoso del número de jóvenes que se acercan a comprar los placeres de la carne o, dicho de otro modo, más explícito, el cuerpo de la mujer. No me cabe la menor duda de que esta degradante conducta es una consecuencia de la frivolidad con que se ha tratado el asunto de la prostitución en nuestra cultura desde tiempo inmemoriales. En cuanto a su aumento exponencial, en la actualidad, hay que decir que se debe a dos fenómenos recientes: en primer lugar, el fácil acceso de la juventud a las múltiples ofertas de sexo y pornografía que se ofertan desde internet y, después, por el endiosamiento que se ha dado, en las últimas décadas, desde los medios de comunicación de masa, a todo lo relacionado con la sexualidad y el realce inconmensurable a la anatomía humana como objeto de deseo. Sin embargo, la raíz profunda de esta visualización, constante, en los medios de comunicación y tecnológicos, de todo lo relacionado con la sexualidad (con los problemas que arrastra de adicciones, enfermedades y trata de mujeres; últimamente también de hombres), se debe a las cifras millonarias que mueve. Capital del que se nutren varios estamentos sociales entre los cuales se encuentran, por un lado, la industria del ocio y del cine; por otro, los medios de comunicación, unas veces haciendo de intermediarios y otras de propagandistas. Luego estarían, a parte de los ya citados, las consabidas mafias que trafican con las personas para explotarlas sexualmente y siempre, como responsables últimos, los gobiernos que, en unos casos porque dicha actividad representa una entrada de divisas para el país y, en otros, porque ayuda a rebajar las cifras de déficit (sumando esta actividad a la contabilidad de PIB) se lavan las manos como Pilato.  

Pasando de nuevo al relato autobiográfico, mi deseo por esas fechas era agotar todos los recursos hacia un posible reencuentro con mi masculinidad perdida y, con ese propósito, aproveché la amistad con mi amigo el divorciado para que me llevase a uno de los clubs de alterne que él mismo frecuentaba: quería probar de esta manera, sobre terreno abonado, si podría volver a sentir atracción por las mujeres, puesto que, hasta entonces, nunca había tenido trato carnal con ninguna de ellas. Así quedamos, tras acordar una fecha, para hacer la visita a uno de esos locales, cuando recién había cumplido los veinte ocho años. 

El día fijado llegó y, una vez salimos a carretera, tras dejar atrás Vilafranca del Penedés, nos apartamos −en una noche desapacible de penetrado invierno− hacia un camino que se iba dibujando en tierra a medida que los potentes faros de su coche lo iban alumbrando. Más allá de los haces de luz que emitían los focos del vehículo, sólo se vislumbraba, en el suspendido horizonte carnal, unas cuantas luces de neón, titilantes, de un rosa pálido desgastado por la ininterrumpida oferta horaria del burdel: la concupiscencia por lo que sé, y he experimentado en propia carne, no tiene horario; al menos en los varones.

Poco tiempo después de adentrarnos, lentamente, por el camino pedregoso, aterricé −un tanto encogido por el miedo del neófito− en el local con mi colega. Al traspasar la puerta del prostíbulo tuve la misma sensación temblorosa que sentí en las piernas, a la edad de diecisiete años, cuando tomé un par de cervezas por primera vez. Una vez dentro del local, avanzamos hasta la barra del burdel donde mi amigo entabló conversación con el camarero, mientras que yo asentía a sus palabras sin saber muy bien dónde dirigir la mirada. Me coloqué de perfil e intenté no moverme mucho con tal de pasar inadvertido. Aun así, la estrategia no me funcionó, pues como dicen en Cataluña el «negoci es el negoci» y las chicas andaban atentas a todo lo que se movía, especialmente a lo que estaba por estrenar para aumentar su clientela.

En aquel estado de inseguridad, no bien habían pasado cinco minutos, cuando se me acercó una de las meretrices con el pretexto de que la invitase a una copa. Trago que me costó, por cierto, casi tanto como el resto del servicio: en este tipo de negocio más que en ningún otro, como pude comprobar, luego, la cartera va por delante. La señorita que se acercó a mí era una chica entrada en años, con demasiados kilos de sobrepeso, por la que no sentí ningún deseo carnal en principio; máxime teniendo en cuenta que siempre me habían atraído sexualmente personas jóvenes y compensadas en lo físico. No obstante, me pareció que sería hacerle un desaire rechazar su ofrecimiento a consecuencia de su obesidad. Por cierto, no sé qué me llevó a pensar de este modo si tenía que pagar por el experimento. ¡Bueno, en realidad sí lo sé! fue debido a mis convicciones morales: no quería hacerla de menos. Parece de chiste, pero hasta en los burdeles se pueden tener convicciones: sería por eso mismo, por lo que Jesús afirmó que algunas rameras nos llevarían a los demás la delantera en el Reino de los Cielos. Y debe ser así, porque no hay historia personal, ni oficio bajo, sin aristas sangrantes. 

Después de subir por una escalera conducido por la chica y yendo ésta unos peldaños por delante de mí (creo que apropósito) haciendo gala de su orondo trasero, embutida en unos shorts ajustados; entramos en la habitación donde, mutuamente, nos lavamos nuestras partes íntimas, por indicación de la misma concubina. A decir verdad, la sensación me agradó sorprendentemente, algo que no sucedió, en cambio, cuando pasé a copular con ella. Creo que al fiasco contribuyó lo cortado que me sentía por ser aquella mi primera vez; aunque no sólo eso, otro de los motivos tuvo que ver con la situación calculada y fría de llevar a término el acto sexual sin ningún tipo de afecto de por medio; máxime en este caso que lo utilicé como un experimento cuasi de laboratorio.

Me sinceré con la chica y después de contarle el motivo que me llevó allí, consumé el acto sexual sin ningún problema. No obstante, por lo expresado anteriormente, la experiencia, aunque consumada, no supuso para mí mucho más que una masturbación a solas. Nuevamente me equivoqué al poner ciertas expectativas en esta tentativa, sobre todo tratándose, a fin de cuentas, de un intercambio mercantil. Así pues, no había culminado bien la tarea cuando la chica, aceleradamente, ya me estaba exigiendo el pago por la venta de su cuerpo: supongo que para salir corriendo en busca de otro cliente que fuese al grano y no la entretuviese con historias personales.

La jornada aún me depararía otra situación comprometida, puesto que, al llegar a casa, me encontré a mi madre desvelada, con el ceño fruncido, para reprocharme, nada más entrar por la puerta y sin apenas mirarme a la cara, el hecho haber ido a lugar tan repulsivo. No quise indagar en esa ocasión, tratándose de lo que se trataba, como pudo intuir el sitio del que procedía sin ni siquiera observarme detenidamente. Años después descubrí, cuando estaba rozando la ancianidad, que podía leer mi pensamiento con total nitidez; la explicación que me dio por entonces, al preguntarle por su penetración mental, fue que las visiones le venían a través de los sueños. Lo cierto es que, por mi parte, siempre tuve la sensación de que el cordón umbilical nunca se cortó de todo con ella.

Con este enésimo intento para aclarar mi tendencia sexual, se iban agotando todas las salidas para aceptar lo obvio: la homosexualidad se había adherido a mi persona, con la misma fuerza y contundencia que, en mi más tierna infancia y juventud había vivido varonilmente desde mi condición masculina. Curiosamente en mí, al contrario de lo que dicen otros hombres, nunca me sentí bisexual, es decir, nunca sentí atracción por hombres y mujeres al mismo tiempo, sino que cuando aparecieron los deseos homosexuales quedaron enterrados los heterosexuales. Tampoco es que haya tenido muchas experiencias con chicas, el hecho es que, en un momento dado, me cansé de esperar dicha oportunidad y terminé claudicando. 

7. SER, POSEER Y APARENTAR

Ese desajuste en la sexualidad propia, que ha colocado a muchos hombres y mujeres ante una encrucijada de difícil retorno como a mí, se corresponde, en la mayoría de los casos, con la racionalización que se ha dado de todo lo que tiene que ver con la sexualidad en occidente. La causa, principal, se debe al hecho de haber desligado la sexualidad de su fin; es decir, de la procreación y haberla centrado, obsesiva y enfermizamente, en la satisfacción personal y el placer que se desprende del mismo acto. Una persona no puede remitir su identidad a un solo área de su vida porque se mutila a sí mismo y se empobrece: yo soy mucho más que mi pulsión sexual, mi profesión, mi paternidad, mi imagen, mi ideología, o mi nacionalidad, cada una de ellas por separado. Es por esto que hay gente que pierde su equilibrio emocional, cayendo en una profunda crisis, cuando pierden una de esas áreas con las que identifican todo su ser. Les pasas a algunas personas cuando se jubilan; también a otros en el momento en que pierden a su pareja o a un ser querido; así mismo a las madres, toda vez que sus hijos salen de casa para emanciparse (síndrome de nido vacío). Sin exagerar, puedo decir que he visto, debido a la profesión que ejercí durante muchos años, a personas morir o abandonarse al poco tiempo de fallarles una de esas facetas donde habían puesto toda su existencia. Por lo comentado se deduce, pues, que no podemos convertir una faceta de nuestra vida, o a una persona, en el fin único por el que vivir o nuestra misma razón de ser: primero porque nos anulamos en caso de que esa faceta o ese algo nos falle, y segundo porque nos limitamos y empobrecemos como personas.

Sin embargo, hay personas con horizontes más amplios, que reaccionan de modo diferente. Todos conocemos por diferentes vías de comunicación, e incluso de primera mano, que hay parejas estériles que sin poder engendrar hijos han encontrado la felicidad; padres que han perdonado al asesino de su hijo; parados y viudas que han rehecho sus vidas ayudando a otros en actividades sociales y caritativas; parejas que se son fieles aún a pesar de que una de ellas haya quedado impedida para mantener sexo; también de muchas otras, que optaron por vivir el celibato, para entregar su vida a una causa noble o a un ideal. No te dejes engañar, tu identidad y tu felicidad no está en tu actividad, en el rol con el que te has identificado, en tus logros o en la imagen que proyectes ante los demás de ti mismo, sino en tu actitud interior para afrontar la vida sabiendo que todo lo que tenemos y hemos alcanzado ha sido un regalo, en demasiadas ocasiones temporal, que no nos pertenece. Así, pues, lo verdaderamente importante es alcanzar la libertad, fuera de todo apego terrenal, que nos impida seguir avanzando para plasmar la imagen de Dios en nosotros, porque de Él venimos y hacia Él nos proyectamos para alcanzar la plenitud y la perfección en cuanto seres creados. El modelo a seguir Jesucristo, puesto que él mismo, por su obediencia, logró adecuarse a su Ser de hijo y a su misión salvadora. Alcanzando luego el premio de la Eternidad, junto al Padre, con la resurrección.  

La misma biblia nos remarca (1 Samuel 2, 6) que Dios es el dueño de la vida y de la muerte. Por consiguiente, todo lo que construimos o destruimos es porque el Señor lo permite; lo cual quiere decir, que desde el primer segundo del alba hasta el último minuto del anochecer le pertenece. La vida es un regalo con todo lo que conlleva, por eso, como se nos da, se nos puede arrebatar, no caprichosamente, porque Dios no se mueve con las mismas categorías mentales del hombre, sino por las mismas leyes que Él puso en la naturaleza, aunque también, en la mayoría de las ocasiones, porque el hombre mismo, con sus decisiones egoístas, propicia esas pérdidas.

Por lo ya expresado abramos nuestra mente y vivamos, no de cosas externas o superficiales que nos roban la paz, sino de lo profundo de Dios, poniendo en juego los talentos que hemos recibimos gratuitamente de Él, porque de lo contrario, o bien se pierden sin ser aprovechados de nadie, o se acaban convirtiendo, por otro lado, en la causa de nuestra propia destrucción por identificarnos con ellos al apropiárnoslo: como si por encima de esos dones no hubiese una causa superior de la que emanaron, libre para obrar de nuevo en nosotros, desde el amor.

Tenemos, pues, que tener una mente analítica muy bien formada para no caer en tantísima trampa como nos tiende el ego, por una parte, y la psicología y el pensamiento de moda, por otra; los cuales, con su poder persuasivo, tratan de identificarnos con aquello que nos venden, anulando así nuestra capacidad de elección; por tanto, nuestra libertad y, de paso, nuestro yo auténtico. Unos nos venden paraísos terrenales inexistentes; otros, placeres ilimitados; otros, loterías y apuestas que nos quitan del trabajo; están los que nos venden lujos y bienes de consumo imprescindibles, etc. Faltan, en cambio, los maestros al estilo de Jesús, que nos muestren la realidad tal cual es, y nos hagan atravesar por ella, en ocasiones a través de la cruz (sujetando el deseo), para llevarnos a la libertad del dominio propio, al amor desinteresado y al encuentro con Dios.  

8. LA MENTE ¿CONDUCTORA O CONDUCIDA?

Llegado a ese límite, en el que había agotado todos los recursos para reencontrarme con mi sexualidad innata, no tuve otra opción que la de aceptar mis deseos secundarios de atracción por los varones, por muy doloroso que me resultara. No fue fácil sabiendo que habían torcido mi trayectoria vital, lo cual me condujo a una situación a la que, con toda probabilidad, no hubiese llegado, jamás, a iniciativa propia.

El aceptarme con la AMS me llevó a dos situaciones diametralmente opuestas: una positiva, por haber vivido, durante años, en un rechazo continuo hacia esta nueva inclinación sexual, también porque desde los medios se venía inculcando hacía ya varias décadas, que vivir según tus preferencias sexuales era algo parecido al bálsamo de Fierabrás (y como la tele era ahora el nuevo Dios… había que bebérselo para ser feliz) y además imprescindible. La negativa, en cambio, la realidad: el vacío existencial al que me llevó colocarme de ese otro lado (lo explicaré más adelante) y la marginalidad a la que me arrojó; pero, muy especialmente, el control que ejercería dicha decisión, tiempo después, sobre mi mente y mi libertad, cuando decidí llevar a la práctica mis sentimientos.

Al aceptarme con esta inclinación del yo, con la AMS, puesto que como ya he explicado en la infancia y adolescencia fue otra bien distinta, se puede entender con ello, también, la maleabilidad o plasticidad de la mente humana. De este modo no se debería confundir nunca los términos “ser” con “realidad”, ya que el primero es inmutable, lo posee todo hombre o mujer en su propia naturaleza humana, y correspondería al modelo en origen; mientras que el segundo, realidad, son los añadidos que se van adhiriendo al modelo en origen, como consecuencia de las influencias posteriores, bien en el momento de la concepción o, luego, por las influencias del entorno; es decir, la familia, la cultura, los amigos, los medios, etc., (las circunstancias que diría Ortega y Gasset). Lo importante sería entonces, tener claro, que corresponde al Ser y que a las influencias que el Ser o el Yo recoge, posteriormente, para que el primero no quede catapultado por el segundo, conformando una realidad totalmente ajena al propio modelo original. Hablando en términos médicos (aunque los ejemplos siempre sean odiosos) diríamos que las influencias y las circunstancias son al Yo, como los parásitos a los seres vivos. Así, pues, por debajo de todas las imágenes que nos apropiamos para identificándonos con ellas, y sin las cuales parece que no podríamos vivir, subyace el Yo real, el Ser original. De este modo cuando decimos Yo siento, Yo leo, Yo soy empresario, Yo soy médico, Yo soy homosexual; es el Yo (el Ser, lo genuino) el que subyace y prevalece por debajo de todas esas identidades, que proyectamos de nosotros mismos, con las cuales nos identificamos. Apropiaciones de las que podemos prescindir si logramos desentrañar qué hay de yuxtapuesto sobre nuestro propio Ser. De hecho, hay profesores que no ejercen su carrera y no dejan por ello de existir, de perpetuarse, de trascenderse y de ser, y lo que comento de los profesores sirve, igualmente, para cualquier otra imagen personal o profesional con la que nos identifiquemos por encima del Ser. De esta manera, independientemente del modo en que yo me perciba y me muestre a los demás, existe una realidad superior, un Yo no cambiante, que, en no pocas ocasiones, se apropia de una imagen con la que se identifica para sentirse aceptado, reconocido o seguro: unas veces por la sociedad y el entorno y otras por un grupo determinado. Una imagen que se sobrepone al propio Yo (sin que el individuo sea consciente de ello) y por lo mismo lo mengua, lo limita y hasta lo domina. 

De esta manera, la mente, la psiquis, asume, al igual que una esponja, lo que le llega del exterior para identificarse y apropiarse, luego, con una o varias de esas apropiaciones; en el caso que nos ocupa identidades o roles. Suplementos que, en verdad, no dejan de ser polvo del camino del que se puede prescindir con voluntad, introspección y deseo de cambio. Tarea difícil porque todo cambio entraña, sinceridad para con uno mismo, desaprendizaje y esfuerzo; es decir, morir a cuantas seguridades y defensas hemos creado en torno nuestro a lo largo de la vida, desapegándonos de ellas: complejos de inferioridad o superioridad, imagen distorsionada del yo, fobias paralizantes, filias alienantes, etc.

Haciendo una analogía en el terreno de la medicina corporal, para liberar la psiquis de la realidad yuxtapuesta al yo, sería como extraer una incrustación extraña de nuestro cuerpo bajo la piel: primero habría que localizar el cuerpo extraño; después aislar y esterilizar la zona para no extender la infección, luego sajar la piel si fuese necesario y, finalmente, extraer la incrustación vigilando por un tiempo la herida para que cicatrice adecuadamente y no vuelva a infectarse. Por ende, se trataría de un proceso minucioso y doloroso, con resultado feliz. En cuanto a la psiquis habría que preguntarse e investigar, igualmente (aunque solo fuese por un ejercicio de higiene mental o de autoconocimiento), la causa que opera detrás de las imágenes con las que me he identificado, tratando de  contrarrestar  mi vació existencial, mis inseguridades, mis traumas y mis miedos; en definitiva, el vacío de Dios que, como creador del alma humana, tiene todas las respuestas y puede sanar, por otro lado, mis heridas y carencias. Dar por sentado que la percepción que tenemos de nosotros mismos nos viene dada, o tiene control sobre nosotros mismos, sin que se pueda cambiar o al menos conocer, sería como entregarse al fatalismo, en términos filosóficos diríamos al determinismo. 

De modo parecido sucede si trasladamos lo individual a lo social, miremos sino en el pasado, en la historia del hombre, para comprobar de este modo la inconsistencia de su pensamiento a través de las diferentes culturas que lo han ido conformando. Es decir, de qué manera el ser humano ha ido abriéndose a nuevos paradigmas, muchos de ellos sin base real, fruto de la más pura especulación, por los cuales se ha ido “transformando” la sociedad y no siempre para bien. Así vemos, por poner solo un ejemplo, que las personas mayores, en pocas décadas, han sido relegadas del primer lugar que ocupaban en la sociedad, donde estas regían los destinos familiares, para pasar a ser ignoradas o, en el mejor de los casos, a hacer de niñeras de sus nietos.

No solo se ha relegado a los mayores, sino que ahora se está yendo aún más lejos, poniendo en entredicho la patria potestad, para que el estado decida, por encima del derecho de los padres, el modo en que han de ser educados los niños. Del mismo modo los gobiernos se han abrogado el derecho para legislar sobre todas las áreas de la persona, convirtiéndose, así, en un Dios omnipresente, que no sólo vela por los derechos y obligaciones fundamentales del ciudadano −que es lo que procedería− sino que ha ido más allá colocándose por encima de la ley natural, la moral, la tradición y la familia, reinterpretando, omnímodamente, los derechos de la persona o inventándose otros nuevos, para imponer después al resto de la sociedad, sin contar con ella, su propio modelo o ideario. Todo esto previa reeducación del ciudadano a través de la maquinaria del estado; a destacar, entre otros, la propaganda institucional con la complicidad de los medios de comunicación públicos y privados. Como dijo G. K. Chesterton: para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar “derechos” a sus anhelos personales y “abusos” a los derechos de los demás.

Con este procedimiento, por parte de los gobiernos, se ha ido introduciendo, poco a poco, la tiranía del pensamiento único, para que no se cuestionen sus dictámenes, no en base a buscar el bien común o la verdad, sino en orden a intereses económicos e ideológicos de unas minorías (grupos de presión), en connivencia con los poderes establecidos para salvaguardar, los primeros el sillón y los privilegios que otorga el poder, y los otros sus intereses económicos y personales a costa de la mayoría. De esta manera, descartando la realidad empírica, la propia biología, la historia, la ciencia, la fenomenología, la religión, etc., se establece como dogma irrefutable a la razón subjetiva −a aquella que se le conoce popularmente por la loca de la casa− como guía y maestra que ha de conducirnos al nirvana permanente. 

Sin embargo, a pesar de tan sibilino encantamiento de masas, que hace de cada individuo el centro del universo, se llenaron las consultas de los psicólogos y de los psiquiatras, de personas sin un norte y un horizonte donde encontrar el sentido a sus vidas, para llenar su vacío existencial; o lo que es lo mismo, su ansia de Verdad, de Ser, de Asidero, de belleza y de Eternidad. El hombre perdió su equilibrio psíquico, porque pensó (otra vez la razón subjetiva) que sociedad e individuo pueden ir por separado, y que, por otra parte, alma y cuerpo, o mente y cuerpo, pueden ir, igualmente, cada uno por su lado; es decir, creyó, desconociendo su propio ser, que aquello que cada cual haga con su cuerpo no tiene porqué incidir en su mente y viceversa. Algo que desmiente, como ya he dicho en otra parte, la somatización que hacemos de los problemas, tratándose del binomio psiquis-cuerpo. Si nos referimos, en cambio, a la relación individuo-sociedad, solo hay que mirar en la Historia Universal para hacernos conscientes del cambio que han dado, en algunas ocasiones, la cultura o la civilización de un pueblo, por la influencia del pensamiento o las decisiones de un solo hombre.

Parece obvio que, con las premisas del pensamiento moderno, cualquiera, sobre todo los políticos, a falta de un asidero inmutable que apele a su conciencia, hayan convertido aquello que no llega a categoría de media verdad, como verdad absoluta. Y no solo eso, sino que se sirvan, incluso, de la diferencia (divide y vencerás), para conquistar votos y dividir a las personas en razón de la edad, del sexo, de la posición social, la raza, la nacionalidad, e incluso de la percepción que cada cual tenga de sí mismo. En este estado de intereses personales, por un lado, y de colectivismo, por otro, no es difícil que terminemos consumidos por el odio de todos contra todos.  Decía Robert Luis Stevenson que «la política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria preparación alguna»; de hecho, en España, ha habido ministros que ni siquiera llegaron a cursar estudios superiores. 

Una vez instaurada la falsedad (con apariencia de bondad, de ahí tanto fraude), tomada como verdad por el ciudadano ¿quién le dice a este que ha sido utilizado como rata de laboratorio, para ganar votos y, de paso, adeptos incondicionales? En este deslizamiento hacia la nada, en el que todo vale, porque ahora no disponemos de valores trascendentes al individuo, de unos valores inmutables e iguales para todos, ni tan siquiera como punto de referencia. Entre las fisuras del sistema democrático se nos pueda colar un iluminado, y no sería el primer caso en la historia, que, teniendo todo el poder para legislar a su conveniencia, nos lleve a una esquizofrenia colectiva y a un régimen tan siniestro como el que sustentó Adolf Hitler, Stalin o Videla. Cuando hablo de políticos los señalo por su responsabilidad, en cuanto legisladores y “hacedores del bien común”. De todos modos, sé y me consta que muchos están ahí de buena voluntad, aunque la buena voluntad no siempre es suficiente, lo importante es que se sepan distinguir los límites que hay entre servirse a sí mismos, al partido y a los poderes que diseñan la política mundial, o servir al bien común desde la verdad, algo que difícilmente puede suceder ya, cuando lo bueno y lo malo lo determina, ahora, el individuo, en su visión particular, y los grupo de presión, cada uno de ellos atendiendo a su propio ombligo.

Por lo ya comentado, sería muy deseable que tuviésemos gran esmero por cribar aquello con lo cual van pertrechando nuestra mente desde la política y los medios de comunicación, pues como diría Mark Twain: “es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados. También aprovecharía, aquí, una de las máximas lanzada por Albert Einstein en este sentido: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”; en el caso que nos ocupa, los prejuicios son, en este momento, los dogmatismos culturales del modernismo que considera anatema a toda persona que se posicione frente a sus consignas ideológicas, hasta la desfachatez de llegar a criminalizarlos. Se podría decir en una especie de trabalenguas que, el Relativismo no deja de ser otro fundamentalismo más, porque relativiza todo, excepto los argumentos (y, con los mismos, a las personas que los sostienen) que relativizan al Relativismo y sus axiomas. Debemos tener sumo cuidado, entonces, en quién o en que ponemos nuestros sentidos, y a quien confiamos nuestra voluntad y nuestro intelecto, dado que el cerebro es como una especie de agujero negro que engulle y asimila, al igual que pasa con el cuerpo, todo lo que cae a su alcance, haciendo de su comida su sustancia. Sin embargo, aun teniendo muchos esta comprensión (una cosa es la teoría y otra la práctica), hay gente que se alimenta de comida basura, literatura negra y filosofías muertas; y bien estaría si su accionar se quedase solamente en ellos, el problema es que todo el mundo intenta hacer prosélitos.

Sucede, entonces, que cuando las personas descartan las leyes naturales, o al mismo Dios revelado con sus leyes universales: que como hacedor del universo y por ende del hombre, conoce que le conviene, el hombre empieza a perder el sentido de la realidad, para abrazar las teorías y las prácticas más inhumanas. Así sucede, incluso, con el tema de la pederastia, ya que no todos los psiquiatras se ponen de acuerdo a la hora de catalogar la misma. Entre ellos hay quienes califican este trastorno como una tendencia más en la persona; el problema estriba en que por detrás de la etiqueta de tendencia podemos meter todo tipo de comportamiento humano como el robo, la necrofilia, el suicidio, el asesinato, el incesto, la xenofobia, la homofobia, el racismo, la eutanasia, el animalismo, etc. Con esta postura, lo que en realidad se está promoviendo, aunque sea inconscientemente, es que el pederasta acepte y justifique su actuar en aras a un determinismo dado por la genética; hecho que, por otro lado, en ningún caso ha sido científicamente testado. Sin embargo, lo que se omite es un análisis más profundo de este trastorno en la persona, el cual no es otro que certificar que detrás de una tendencia, por lo general, se esconde un hábito; tras un hábito una relajación o dejación de la conciencia y la moral; y tras esa relajación una educación nefasta, un trauma, o una fijación mental por una incorrecta canalización de la sexualidad a través de la pornografía y las influencias culturales, que, por otro lado, no escapan de la sugestión, el mimetismo y la curiosidad con que la mente humana es atraída hacia la autodestrucción. Sin duda alguna, todo lo que se ve y se oye se copia; no existen límites para la degradación humana, así como para que la razón encuentre, siempre, un cauce para justificar sus abominaciones. Sea como fuere, no debemos olvidar que debe ser nuestra razón la que dirija y controle nuestra mente y nuestro cuerpo, y no al contrario, impulsos sexuales los tenemos todos a diario, a veces muy fuertes, y no por eso dejamos de respetar el statu quo de cada persona y su libertad

Después de lo comentado yo me pregunto: ¿quién puede trazar una línea entre lo natural y lo adquirido? ¿acaso se puede radiografiar el alma humana en el seno materno? Aun así, no todo lo que se da en la naturaleza, por el hecho de estar ahí, es bueno o saludable y, por eso mismo, hay personas que se dedican a investigar tratando de corregir esos déficits o desvíos; de este modo sucede con determinados tipos de obesidad, dermatitis, diabetes etc., y también con enfermedades mentales; tengan o no tengan, las mismas, origen genético. La naturaleza es criatura como el hombre, por tanto, limitada como él; o como dice el proverbio: “la naturaleza es nuestra hermana no nuestra madre”. Por otro lado, hay que decir que, si bien la genética influye en el comportamiento, sucede también, a la inversa, que nuestra capacidad de raciocinio, nuestra voluntad, y nuestros actos pueden modificar nuestro cerebro y, por consiguiente, nuestras tendencias en el caso que así suceda. 

Acerca de renaceralaluz

Decidí hace ya mucho tiempo vivir una vida coherente en razón de mis principios cristianos, lo que quiere decir que intento, en la medida que alcanzan mis fuerzas, llevar a la vida lo que el corazón me muestra como cierto: al Dios encarnado en Jesucristo con sus palabras, sus hechos y su invitación a salir de mi mismo para donarme sin medida. Adagio: El puente más difícil de cruzar es el puente que separa las palabras de los actos. Correo electrónico: 21aladinoalad@gmail.com

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