Miércoles de la 1ª semana del Tiempo Ordinario. Evangelio del día
El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» De esta manera, casi, concluye el evangelio de hoy, y no es por casualidad, sino que como todo en la palabra de Dios, viene a dejarnos una enseñanza. Como vemos, y a pesar de que algunos no quieren creer en los demonios, se diferencia muy bien en este evangelio, entre enfermos y endemoniados, un ciego, un sordo un epiléptico, por mucho que este último tenga algún síntoma parecido al endemoniado no puede conocer que Jesús es Dios o el Mesías, si no actúa en él, un poder sobrenatural, en el caso que nos ocupa, un espíritu demoníaco que, como tal, traspasa el puro conocimiento racional del hombre.
Lo que quería decir, antes de introducir este punto y aparte, es que Jesús está mostrándonos ya desde principio, que no viene ha proclamarse como rey temporal, un rey al modo humano para liberar al pueblo del dominio del Imperio romano, que seguramente lo deseaba (no el cetro terrenal sino la libertad para su pueblo) pero sabe que lo primero o primordial es liberar a los Judíos y, por extensión a la humanidad, de la cárcel de su alma, de su egocentrismo; en definitiva de su pecado y su ceguera espiritual para entender, que volviendo su corazón a Dios, se darán las demás condiciones para que otras ataduras externas al hombre se enderezan; pues así mismo lo dice en otra parte de las escrituras: Busca primero el Reino de Dios y su Justicia y lo demás se dará por añadidura.
Era este el motivo por el que Jesús no dejaba hablar a los endemoniados, para que estos no diesen a conocer que él era el Hijo de Dios, el Mesías anunciado, y así, por tanto, el pueblo no lo atosigase para proclamarlo Rey.
De este modo Jesús lo deja claro (después de orar y entrar en intimidad con el Padre) al decir a sus discípulos: «para eso he salido, para predicar». Jesús, pues, con su palabra, viene a mostrarnos el camino que hemos de seguir para liberarnos de todo aquello que nos oprime, cuya cárcel más grande es el haber sacado a Dios de nuestras vida, perdiendo así la visión del bien y del mal, ya que él, como Dios y creador que es, es el único que la posee y nos la puede dar.
Oración: Jesús hoy vengo a estar contigo como tú lo hacías con el Padre (a él también me dirijo) para reconocer tu soberanía sobre mí, para pedir que me fortalezcas, pero sobre todo para que, por medio del Espíritu Santo, me des una visión clara de donde estoy errando en mi relación contigo y con los hombres, sé y reconozco que la mayoría de las veces es por falta de autocrítica y por no darte el primer lugar, se que aún hay fortalezas humanas en mi que no logro vencer, las mismas, que por otro lado me llevan al fracaso una y otra vez. Reconozco Señor que sin ti, nada puedo, que para avanzar necesito que sanes mis heridas; mucha determinación por mi parte; y esa luz del Espíritu para discernir tu voluntad de mis intereses y mis miedos.
—–» https://evangeliodeldia.org/SP/gospel/2022-01-12
