«No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». Con estas palabras Jesús se dirige en el evangelio de hoy a los fariseos cuando es Juzgado por sentarse a la mesa de un publicano; es decir, de alguien que se ponía al servicio del Imperio Romano para recaudar impuestos sin importar quedarse al margen de la fe que profesaran los suyos.
De esas palabras de Jesús podemos inferir tres lecciones: Primero que para él nadie está excluido de su Reino, que nos llama antes incluso de que nosotros vayamos a él.
En segundo lugar, que viene al excluido y al pecador -y pecadores somos todos- para rescatarlo de esa situación que nos separa de Dios y nos enferma, pero para ello, así como en el plano natural en el espíritual, se tienen que dar dos condiciones: que la persona esté dispuesta a reconocer su enfermedad -sus pecados y sus torcidas intenciones, y por otro que quiera salir de ahí, ya que no basta con solo reconocer nuestra situación de partida y, luego, presentar justificaciones para seguir haciendo lo mismo de siempre. Pues, como sabemos también por propia experiencia, el médico, sin la colaboración del paciente, no puede hacer nada contra la voluntad del mismo por muy claro que sea el diagnóstico.
Y en tercer lugar, la enseñanza que nos deja, es que no excluyamos a nadie; que no lo juzguemos por muy bajo que haya caído, ya que solamente a Dios le pertenece juzgar los corazones. Y es Él, por otro lado, el que llama, pudiendo servirse de nosotros, para dar a esa persona, a ese hermano, una vida nueva de gracia y poder.
Oración: Señor hoy quiero decirte que no soy digno de tu llamado y de estar en tú presencia, por cuánto me he alejado de tí y de tan bajo como caí. Reconozco que aún me cuesta distanciarme de mi atracción hacia la oscuridad cayendo así en lo más abyecto, y ello a pesar del amor conque me atraes hacia ti. Pero por otro lado también reconozco que sólo tú eres el médico de mi alma, que solo tú tienes Palabras de Vida qué, poniéndolas en práctica y con tú ayuda, me sanarán y me darán el impulso suficiente para poder pasar de esas tinieblas a la luz; para cambiar lo que está muerto en mí por las obras del pecado.
Señor cuanto anhelo palpitar al ritmo de tu corazón y con sus mismos sentimientos, me duele la sequedad de este mí corazón endurecido por el pecado.
Gracias Señor por tan alto precio que has pagado por mi vida, gracias por ser tú el médico que me estás sanando y que vienes en mi auxilio cada día.
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