Evangelio según S. Marcos 8,22-26.
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara.
El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?».
El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan».
Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».
Comentario: nosotros, como este ciego, nos hemos acercado a Jesús unas veces llevados de la mano de otras personas, y otras debido a circunstancias personales diversas; en cualquier caso Dios Padre se ha valido de unas y otras para devolvernos la visión de los misterios encerrados en Él, que también comprenden a los de vida terrenal.
Dios sabe cómo actúa y no todos estamos preparados para ver a Dios, cara a cara, desde el primer instante. La experiencia la podemos asemejar a la de la persona que por semanas o meses está encerrada en una habitación a oscuras, la cual debe ir adaptándose poco a poco a la luz, para poder, finalmente, disfrutar a pleno día de una mañana despejada y radiante de sol.
En esa visión progresiva, de luces y sombras, no tenemos que impacientarnos, Dios tiene que sanar nuestra heridas y nuestro corazón, primero, para que podamos ver; sino todo de golpe, si lo suficiente hasta llegar a comprender que sólo en Él está nuestra salvación.
Para poder ver a Dios con los ojos del espíritu tenemos, como dice hoy la primera lectura, no solo que contentarnos con escuchar la Palabra (que ya en sí es un gran paso, pues no se puede amar lo que no se conoce) sino que también, llevar la misma a la práctica. Es así como el Padre va tocando y purificando nuestro corazón. Y son, precisamente, los limpios de corazón los que dice Jesús que verán a Dios.
Oración: buenos días mi amado Jesús, hoy necesito que me toques de nuevo, que me hagas entender y aceptar que eres tú el Señor del tiempo, y que aún te queda mucho que purificar en mí para verte y conocer como tú conoces lo que me pasa y lo que sucede a mi alrededor. Sé que poco a poco tú me vas devolviendo la visión, pero aún, el enemigo, a través de mi cuerpo, de mis sentidos y de las contrariedades de la vida , me arrastra a su territorio, a las tinieblas.
Señor tócame como lo vienes haciendo hasta ahora con la luz del Espíritu Santo, purifica mi corazón para que yo pueda verte, gracias. Señor yo a mi vez, hoy, me comprometo a no ser solo un oyente pasivo de tu Palabra, sino a llevarla a la práctica.
Te doy gracias, de nuevo, Espíritu Divino, por entrar en mi corazón, y té pido que hoy también seas mi compañía y el aliento que me impulse a amar con el mismo amor que Jesús, ¡sólo tú, Espíritu de amor y sabiduría, sabes cuánto te necesito…! ¡Bendito y Alabado seas por siempre! ¡Aleluya!