«Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes».
Jesús, con este evangelio, proclama hoy la indisolubilidad del matrimonio, por tanto, a que varón y hembra formen una sola carne como ya lo fuesen en Adán, antes que Dios le buscase una compañera. Un matrimonio hecho a imagen misma de la Trinidad que, siendo tres personas distintas, laten con un mismo querer y una misma voluntad, en un solo Dios.
De esta, manera, sólo la dureza de corazón, como dice hoy Jesús, lleva a hombres y mujeres a despojarse del otro que es una parte de sí mismo. Y esto, porque así funciona desde su raíz, desde su nacimiento, por voluntad de Dios que hace bien todas las cosas.
Se puede afirmar que el divorcio invita por, atracción, a la unión libre y a olvidar el principio con el cual Dios lo instituyó: la expansión de esa comunidad de amor en la prole que son los hijos y que a su vez hace que todo funcione dentro y fuera de él (también en la sociedad como núcleo vital de la misma), ya que el matrimonio como nido de amor, a diferencia del individualismo, es «procreativo”, cubre todas las necesidades y restañe todas las heridas.
El divorcio es la autoafirmación de uno mismo, pero resulta que el hombre y la mujer no son en sí mismo, solo Dios es en sí mismo, por eso le dice Dios desde la zarza ardiendo a Moisés que su nombre era Yahveh, que significa: Yo soy. Y si Dios Es, es porque nosotros solo somos en relación a él y funcionamos y podemos amar verdaderamente cuando nos conformamos a Él, es decir a su voluntad -como Jesús mismo hizo desde su humanidad en relación al Padre-.
Por tanto, la única autoafirmación posible del hombre es afirmarse en Cristo que es sí mismo, por quién fuimos creados. Salirnos de ahí es romper el molde y la armonía de la creación. Por eso vemos que cuando un matrimonio se rompe, incluso guardando las apariencias, siempre hay alguien de esa unidad familiar que pierde, y eso que ni siquiera llegamos a percibir lo que el hombre queda de disminuido en el plano espiritual, que es la vida de la luz y de Dios en él.
Oración: buenos días Espíritu Santo, hoy me presento ante ti, dolido, en el fondo de mi corazón, por cuántas veces en mi vanidad y autosuficiencia me busqué a mi mismo en lugar de afirmarme en tí.
Hoy reconozco que estaba confundido por los postulados del mundo y por mi hedonismo, hoy reconozco al mismo tiempo y confirmo, que solo en tí he encontrado la vida verdadera y abundante que tú prometes y das, porque solo tú la posees en tí y desde tí, mientras que yo, en cambio, siempre que tú me la otorgas. Gracias Espíritu Santo por todo cuanto me concedes, haz que yo nunca sea confundido en mi vanagloria, ni arrastrado, igualmente por el miedo, a vivir en el autoengaño permanente.
¡Feliz tú, Santo Espíritu que habitas en el conocimiento y el amor pleno de la Trinidad!