En la despedida que hoy nos presenta el Evangelio de Jesús junto a sus discípulos, antes de irse al Padre, les deja muy claro a éstos, cual es su testamento; es decir, su última voluntad para con ellos. De esa forma Jesús acentúa aún más para que vino al mundo, pues su mandato final es como una continuación de su misma misión, la conversión del hombre para el perdón de los pecados. De esta manera, podemos decir que Jesús nos purifica, nos perdona y nos da la vida de la gracia para poder tener una vida en paz aquí, y un futuro prometedor, después, junto a él. Pero este es un regalo que hay que desenvolver, lo que quiere decir que para poder disfrutar de él es necesaria nuestra colaboración, nuestra buena disposición, de un empeño firme por dejar el hombre de pecado, que solo vive para si mismo, olvidándose de la ley de Dios y de los mandatos de Jesús. La tarea por tanto que nos encomienda, como amigos y como discípulos suyos que somos también, es la de anunciar el Evangelio, en su Nombre, para que aquellos que lo escuchen se conviertan y sus pecados sean perdonados.
Aunque bien está recordar que la tarea comienza por nosotros mismos.