Jesús hoy nos indica con este evangelio que nuestra conversión a de ser sincera, de corazón, una conversión que no busca ninguna otra recompensa que no sea hacer la voluntad de Dios -que es perfecta-, huyendo de cualquier compensación pública (que se me devuelva en otro momento lo que ahora doy) o personal (saciar mi vanidad con la admiración de los otros por mis actos caritativos o actividades religiosas), e incluso como pretexto ante Dios para saltarme otros preceptos morales (como si a Dios se le pudiese comprar o chantajear). La justicia de Dios es aliviar las cargas del hermano porque también ellos son hijos de Él: poseedores de la tierra y coherederos del Cielo, no por derecho propio sino por su amor creador y redentor.
También Jesús nos da unas indicaciones de como debemos orar: esta ha de ser de corazón a corazón, creando un clímax propicio donde dejar atrás los ruidos del mundo, pero también soltando fuera las preocupaciones que este nos trae; ya que sólo puede darse intimidad en el abandono, en el alma desposeída, en actitud de entrega y escucha receptiva, que no necesita de demasiadas palabras, como dos corazones enamorados. Silencio total sin emitir palabras, como se nos recomienda en el comentario de hoy, para que el enemigo del alma, sin saber que estamos con Dios venga a perturbar la oración.
También Jesús nos habla del ayuno, que como ofrenda agradable a Dios, prepara también nuestra alma para la intimidad con Dios, sin buscar la admiración de los demás porque de esta manera tampoco será tenido en cuenta. De cierto, cuando ayunamos es cuando más ataques del enemigo recibimos, porque en cierta medida estamos sometiendo nuestros apetitos y deseos carnales, como el mismo Jesús hizo sometiendo su voluntad ante el Padre, y por tanto su carne, en el momento de su pasión y muerte (Padre si es posible que pase de mi este cáliz).
https://evangeliodeldia.org/SP/gospel/2022-06-15
