«Nadie puede servir a dos señores».
Esta frase contiene todo el Evangelio de hoy, y con ella Jesús nos está pidiendo determinación, que nos definamos porque no hay camino intermedio, éste solo es un autoengaño con el cual apaciguamos nuestra conciencia, pero un engaño que, a fin de cuentas, no nos salva, que es de lo que se trata. Y sino miremos que le pasó a Judas, podemos engañar a los hombres, pero no a Dios: Jesús conocía, de antemano, el doble corazón de Judas antes de que este lo traicionara: que confiaba más en su propio a fan y en las riquezas que en Dios. Precisamente también hoy Jesús nos habla de afán -de las preocupaciones de la vida- y nos dice algo que ya sabemos todos, pero que pocos interiorizamos y llevamos a la vida por falta de fe. De este modo Jesús hoy nos dice que «a cada día le corresponde su afán», un afán en el que Dios está de nuestro lado como lo está con los pájarillos del cielo o las flores del campo que viven despreocupados por el mañana, sin que por ello les falte el vestido o la comida. Toda una lección para hombres y mujeres que como sabemos, somos infinitamente más valiosos para Dios que estás criaturas sin libertad, amor e inteligencia.
Para concluir insistir en algo que ya ha salido en otros comentarios, y es que no podemos seguir a Dios a nuestra manera, según nuestra conveniencia, como tampoco hacer de él un Dios a nuestra imagen, porque Dios no tiene límites ni fronteras, mientras que nosotros sí los tenemos. Por tanto, volvemos a insistir en la palabra de Dios, no podemos servir a Dios y servirnos a nosotros mismos, porque Dios marca el camino y el camino tiene nombre propio que es Jesús hecho carne en nosotros, y es único. En cualquier caso Dios es paciente y estará siempre con las manos abiertas esperando nuestra decantación final, esperemos que sea antes de que la noche se nos eche encima. Esa noche en la que se paran todos los relojes.
Oración: Centro de Gravedad. P. Ignacio Larranaga
Para cantarte, mi Señor Jesús, ¡cómo me gustaría tener ojos de águila, corazón de niño y una lengua bruñida por el silencio!
Toca mi corazón, Señor Jesucristo; tócalo y verás cómo despiertan los sueños enterrados en las raíces humanas desde el principio del mundo.Todas nuestras voces se agolpan a tus puertas. Todas nuestras olas mueren en tus playas. Todos nuestros vientos duermen en tus horizontes.
Los deseos más recónditos, sin saberlo, te reclaman y te invocan. Los anhelos más profundos te buscan impacientemente. Eres noche estrellada, música de diamantes, vértice del universo, fuego de pedernal. Allí donde pesas tu planta llagada, allí el planeta arde en sangre y oro.
Caminas sobre las corrientes sonoras y por las cumbres nevadas. Suspiras en los bosques seculares. Sonríes en el mirto y la retama. Respiras en las algas, hongos y líquenes. Por toda la amplitud del universo mineral y vegetal te siento nacer, crecer, vivir, reír, hablar.
Eres el pulso del mundo, mi Señor Jesucristo. Eres Aquel que siempre está viniendo, desde las lejanas galaxias, desde el centro ígneo de la tierra, y desde el fondo del tiempo; vienes desde siempre, desde hace millones de Años Luz.
En tu frente resplandece el destino del mundo y en tu corazón se concentra el fuego de los siglos. Deslumbrado mi corazón ante tanta maravilla, me inclino para decirte: Tú serás el rey de mis territorios.
Para Ti será el fuego de mi sangre. Tú serás mi camino y mi luz, la causa de mi alegría, la razón de mi existir y el sentido de mi vida, mi brújula y mi horizonte, mi ideal, mi plenitud y mi consumación. Fuera de Ti no hay nada para mí.
Para Tí será mi última canción. ¡Gloria y honor por siempre a Ti, Rey de los Siglos!