En el evangelio de hoy se describen dos milagros de Jesús, dos grandes milagros, en los que el acercamiento a Jesús y la fe son claves para que estos se produzcan. Estos dos milagros nos dejan una gran lección, y es que si queremos ser sanados, tenemos por un lado que creer en el Dios de la vida, el Dios hecho hombre Jesús, que ha resucitado y que siguen siendo el mismo que anduvo por Galilea llamando a la conversión para el perdón de los pecados e invitando al Reino de Dios (Reino de paz, amor y justicia). También, porque siendo él, Dios mismo -Jesús- saldó la deuda de nuestro pecado con el precio de su sangre, la única que podía reparar el daño que nosotros causamos por desobediencia. Como decimos Jesús es el mismo ayer que hoy -ha resucitado- y por tanto puede obrar también los mismos milagros que antaño. De facto, los sigue obrando, muchos sabemos que así es porque los hemos visto en amigos y personas cercanas, incluso hemos sido testigos de milagros eucarísticos. Por lo dicho, si queremos alcanzar este favor de Dios, tenemos que arraigar nuestra confianza en Jesús Resucitado y, por supuesto, acercarnos a él, sin orgullo y necesitados, como el alto destinatario del Evangelio de hoy, que, sin miedo al que dirán, se acerca a Jesús a pesar de que su hija estaba ya muerta. No podemos pedir milagros sin encaminar nuestros pasos en la misma dirección que Jesús -sin acercarnos a él y reconocer que es el hijo de Dios, el enviado que nos da la Vida Eterna; y mucho menos si dudamos de él. Jesús desea sanarnos, pero sin fe -como dice en hebreos 11,6- es imposible agradar a Dios. De esta manera, acerquémonos a Jesús, pidamos fe y seremos sanos y salvos. Y una de las formas más eficaces de alcanzar esa fe es através de la adoración eucarística y la comunión, porque es hay donde nos encontramos con el mayor milagro de todos los tiempos, Dios se ha querido quedar vivo entre nosotros, los mortales, bajo las especie de pan y vino, para alimento, no ya solo de la carne, como sucedió con el maná en el Desierto para alimento del pueblo Judío, sino como alimento del alma para poder perdurar y mantenernos en la voluntad de Dios, y si lo hacemos a diario, los resultados serán aún mayores. Prueba y lo verás, eucaristía diaria comulgando en gracia de Dios, y oración ante el tabernáculo, el sagrario. El pastorcito al que se le apareció la virgen de Fátima, se escapaba en los recreos del colegio para ir a acompañar a Jesús sacramentado en el sagrario, porque decía que estaba muy solo.
Publicado por renaceralaluz el 4 julio, 2022 en Evangelio del día y etiquetado fe, milagro, orgullo, sanación.