Evangelio según San Mateo 13,44-46.
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Comentario: Muchas veces por prejuicios, normalmente por una persecución contra la iglesia por aquellos que solo la conocen superficialmente, en el mejor de los casos, y en el peor por voca de ganso, existe un rechazo cuasi visceral a navegar mar adentro para tratar de conocer toda la belleza, sabiduría y armonía que uno puede encontrar en este Reino. Reino del cual, como hemos visto en evangelios de días anteriores, el sembrador de la cizaña, Satanás, quiere separarnos, por pura maldad y envidia, que es lo que impera en su dominio; dominio del odio, la amargura, la división, el caos y la frustración continua porque el alma -creada por Dios para el amor- siempre, en ese territorio del enemigo, sentirá, aún sin saberlo, el vacío del bien, que solo se puede encontrar en Dios, porque todo lo demás, fuera del Dios de laRevelación, sólo son como espejismos en el desierto: ilusiones de la mente humana, muy dada al autoengaño. Es este el motivo y no otro, por el cual miles de hombres y mujeres a lo largo de la era cristiana, después de encontrarse con Jesús; es decir, con su Reino y todo lo que esté trae consigo de bien, estabilidad, paz, armonía, sabiduría, alegría, certeza, esperanza, justicia, etc., lo han dejado todo, algunos ocupando incluso puestos de gran poder y prestigio humano, para “comprar el campo”, donde sabe está el gran tesoro al que, anteriormente, miraba con recelo, e incluso combatía con las armas de este mundo, como ya le sucediera al mismo San Pablo, que de perseguir a la Iglesia (portadora de este mismo tesoro), paso a ser perseguido por unirse a ella. ¡Cómo no será de inconmensurable dicho Reino…! que por él se pierden todos miedos a dejar los bienes de este mundo, para afrontar, si fuese necesario, en propia carne, los padecimientos que ya sufriera el mismo Señor del Reino, de Jesucristo.
A la iglesia de Cristo no le dejan de faltar mártires en todas las épocas y, de este modo, con su sangre, como la de su Maestro, van dando la vida para que otros pueda alcanzar por su testimonio, el Reino de Dios.