Evangelio del día
Lunes de la 2a semana de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 3,1-8.
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos.
Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él».
Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. «
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?».
Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho: ‘Ustedes tienen que renacer de lo alto’.
El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu».
Beato María-Eugenio del Niño Jesús (1894-1967)
carmelita, fundador de Nuestra Señora de Vida
La conducta del alma (Je veux voir Dieu, Carmel, 1949)
Tienen que nacer de lo Alto
La infancia espiritual hecha de pobreza celosamente conservada estaba al alcance de Nicodemo, hombre de renombre entre los judíos. Podía hacerla suya sin suprimir nada de lo exigido por su rango y el ejercicio de sus funciones, sin tomar actitudes o lenguaje infantiles… Debe hacerla suya porque para renacer bajo el soplo del Espíritu, es necesario ser pobre, confiado y dependiente en todo de Dios. O más bien, renacer no es otra cosa que devenir progresivamente un niño.
Mientras que el engendramiento en el orden natural, realizado en el seno de la madre, se desarrolla en una generación progresiva hasta que el niño pueda vivir su independencia en perfección, el engendramiento espiritual se hace en un sentido inverso con una asimilación progresiva hacia la unidad. Separados de Dios por el pecado, somos iluminados por su luz, tomados cada vez más en las relaciones estrechas de su amor. Hasta que devenidos verdaderos niños, seamos inmersos en su seno, viviendo sólo de su vida y Espíritu.
“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rom 8,14) Son los que por la pobreza espiritual y el desapego de ellos mismos, perdieron sus obras propias y entraron en el seno de Dios en el que sus vidas y movimientos dependen en todo del Espíritu que los engendra. Tal es el sentido y el valor de la infancia espiritual. Perfectamente realizada, es ya la santidad.