4o domingo de Pascua
El Evangelio del día
Evangelio según San Juan 10,1-10.
Jesús dijo a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz».
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.»
Comentario:
Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
De la obediencia, 1-2, Diálogos (Le dialogue, II, Téqui, 1976)
El portero del cielo
[Santa Catalina escuchó a Dios decirle:] Nadie puede entrar en la vida eterna si no es obediente. Sin la obediencia, queda afuera. La obediencia es la llave con la que fue abierta la puerta cerrada por la desobediencia de Adán. Impulsado por mi infinita bondad, no acepté el hecho que el hombre que yo tanto amaba no volviera a mí, su fin último. Tomé la llave de la obediencia y la puse en manos del manso Verbo de amor, mi Verdad, que establecí portero del cielo. Él abre la puerta. Nadie tiene acceso sin esa llave y ese portero. Lo enseña en su Evangelio cuando dice que nadie puede ir a él si no es por mí, su Padre (cf. Jn 14,6). Cuando deja la sociedad de los hombres para retornar cerca de mí subiendo al cielo, le deja la preciosa llave de la obediencia. (…) Ya te lo había dicho, esta llave abre el cielo y la ha confiado a las manos de su vicario. El vicario la da a cada uno de ustedes en el bautismo, cuando se comprometen a renunciar al demonio, al mundo, a sus pompas y placeres. Por esta promesa de sumisión cada uno recibe la llave de la obediencia, cada uno la posee para su uso propio. Es la misma llave que la llave de mi Verbo. El hombre, para abrir con esta llave la puerta del cielo se debe dejar conducir por la luz de la fe y la mano del amor. Si no, jamás entrará, aunque mi Verbo ya haya abierto la puerta. Los he creado sin ustedes, pero no los salvaré sin ustedes. Tienen que llevar en la mano esta llave. No tienen que quedarse sentados, tienen que caminar. ¡Adelante! ¡Por el camino abierto por mi Verdad! ¡De pié!